EQUIPO NIZKOR |
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14ago03
En Iraq la guerra es ilegal y revela un patrón de crimen internacional de agresión iniciado claramente con los bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia.
La legalidad de la guerra contra Iraq sigue estando en el centro de un intenso debate, como lo es el desafío que supone para el orden posterior a la Segunda Guerra Mundial, basado en la inviolabilidad de estados soberanos. No obstante, este desafío no es nuevo. Sin duda alguna, su antecedente hay que buscarlo en el ataque que la OTAN llevó a cabo en 1999 contra Yugoslavia, realizado también sin el apoyo de las Naciones Unidas. No hay más que volver la mirada a cómo Estados Unidos y sus aliados actuaron entonces y el patrón de conducta no ofrece lugar a dudas.
Yugoslavia era un estado soberano, con fronteras internacionalmente reconocidas; el derecho internacional excluía toda intervención en sus asuntos internos que no fuera solicitada. De este modo, la arremetida liderada por los Estados Unidos se justificó a modo de guerra humanitaria, concepto considerado por la mayoría de los abogados expertos en derecho internacional como carente de base jurídica (el Comité de Asuntos Exteriores de los Comunes lo tildó de "dudosa legalidad"). Este ataque también estaba fuera del propio cometido de la OTAN en cuanto organización defensiva, siendo reelaboradas sus funciones con posterioridad para poder permitir este tipo de actos.
En Yugoslavia, como en Iraq, la finalidad última de las naciones agresoras era el cambio de régimen. En Iraq, la justificación de la agresión se basó en la posesión de armas de destrucción masiva; en Yugoslavia fue la prevención de una crisis humanitaria y del genocidio en Kosovo. En ambos casos, las pruebas de tales acusaciones han brillado por su ausencia: pero si bien esto es hoy ampliamente aceptado respecto de Iraq, no puede decirse lo mismo en relación con Yugoslavia.
Mirando hacia atrás, ya está más que claro que la justificación para la guerra fue el resultado de una calculada improvisación -y también de la manipulación de las legítimas quejas de los albanokosovares - en el marco de una situación en la República Yugoslava de Serbia que ya era tensa de por sí. El estatuto constitucional de Kosovo venía siendo rebatido desde hacía tiempo y la causa en pro de un mayor autogobierno albano kosovar ya había sido defendida pacíficamente por el político kosovar, Ibrahim Rugova.
No obstante, en 1996, el grupo secesionista marginal denominado Ejército de Liberación de Kosovo (UCK ó KLA), intensificó su accionar violento en pro de la independencia de Kosovo y llevó a cabo una serie de asesinatos de policías y civiles en Kosovo, siendo blanco de los mismos no sólo los serbios, sino también aquellos albaneses que no apoyaran al KLA. El Gobierno yugoslavo tachó al KLA de organización terrorista, descripción que también usaban los funcionarios de Estados Unidos. Ya a principios de 1998, Robert Gelbard, Enviado Especial de Estados Unidos para Bosnia, declaró:"El UCK (KLA) es sin lugar a dudas un grupo terrorista".
Los ataques perpetrados por el KLA provocaron una respuesta militar cada vez mayor por parte de las fuerzas gubernamentales yugoslavas, y en el verano de 1998 dio comienzo una ofensiva concertada contra los baluartes del KLA. En contraste con su postura anterior, la Administración estadounidense amenazaba ahora con bombardear Yugoslavia a menos que el Gobierno retirara sus efectivos de la provincia bajo la supervisión de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Los Estados Unidos estaban ahora claramente resueltos a derrocar a Milosevic, quien estaba obstaculizando la integración de Yugoslavia en el ámbito institucional y económico occidental.
Se llegó a un acuerdo en octubre de 1998 y 1.000 observadores de la OSCE fueron a Kosovo a supervisar la retirada de las tropas gubernamentales. Pero el KLA aprovechó la situación para renovar sus ataques armados. En enero de 1999 se produjo en Racak una masacre de 45 albano kosovares a manos de las fuerzas gubernamentales yugoslavas. Tanto entonces como después, las pruebas en torno a si las víctimas eran civiles o combatientes del KLA, o si murieron por fuego cruzado o por disparos a corta distancia, han sido contradictorias y encarnizadamente rebatidas.
No obstante, los Estados Unidos echaron mano de Racak para justificar que había que ir a la guerra rápidamente. A principios de 1999, la OSCE decía en un informe que "el actual clima de seguridad en Kosovo está caracterizado por el uso desproporcionado de la fuerza por parte de las autoridades yugoslavas en respuesta a los ataques y provocaciones persistentes de los paramilitares albano kosovares." Y sin embargo, cuando se celebraron las negociaciones de Rambouillet en febrero de 1999, al KLA se le reconoció el estatuto de dirigente nacional. El texto de Rambouillet, propuesto por la entonces Secretaria de Estado de los Estados Unidos, Madeleine Albright, incluía un amplio abanico de libertades e inmunidades para las fuerzas de la OTAN en Yugoslavia, lo que equivalía a una ocupación efectiva. Incluso el ex Secretario de Estado Henry Kissinger lo describió como "una provocación, una excusa para empezar los bombardeos". Los yugoslavos se negaron a firmar, y los bombardeos comenzaron el 24 de marzo de 1999.
A pesar de las alegaciones realizadas por dirigentes occidentales en el sentido de que las fuerzas yugoslavas estaban perpetrando un "genocidio" contra los albano kosovares, los informes sobre atrocidades y asesinatos masivos -como la supuesta ocultación, en las minas de Trepca, de 700 albano kosovares asesinados - fueron a menudo desmentidos con posterioridad. Sin lugar a dudas, tanto los serbios como las fuerzas del KLA cometieron atrocidades. Pero los equipos de investigación no hallaron pruebas del alcance de los muertos y desaparecidos que se decía había, responsabilidad ésta que se atribuía a los yugoslavos. Entre tanto, los daños causados por los bombardeos estadounidenses y británicos fueron considerables, incluyendo una cantidad de bajas civiles estimada entre 1.000 y 5.000 muertos. Las fuerzas de la OTAN utilizaron también armas de uranio empobrecido -que provocan cáncer y defectos de nacimiento- mientras los bombarderos de la Alianza destruían la infraestructura económica y social de Serbia.
Lejos de solucionar la crisis humanitaria, la campaña de bombardeos de 79 días desencadenó la huida de cientos de miles de kosovares. Resultó que el medio millón de albano kosovares que supuestamente eran desplazados internos parecía que no lo eran, y de los 800.000 que habían pedido refugio o habían sido forzados a los países vecinos, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados estimó que 765.000 ya habían regresado a Kosovo en agosto de ese mismo año. No obstante, uno de los efectos de más duración fue que la mitad de la población serbia de Kosovo, aproximadamente 100.000 personas, abandonó Kosovo o fue expulsada.
Con todo ello, żmereció la pena la guerra?. A pesar del protectorado OTAN-ONU establecido en Kosovo, la integridad territorial de Yugoslavia ya no se encontraba amenazada y los kosovares no consiguieron su independencia. Tampoco el apoyo occidental al KLA ha tenido un reflejo en el comportamiento electoral de los kosovares: el partido de Rugova, que nunca apoyó la línea violenta, obtuvo una decidida mayoría en las elecciones de 2001.
Mientras tanto, la violencia atenaza a las comunidades minoritarias que han sobrevivido, y, a pesar de la presencia de 40.000 efectivos de la K-For y de una fuerza de policía de la ONU, continúan las expulsiones de serbios y otras minorías (como la gitana). En la actualidad se estima en 200.000 el número de personas que se han marchado. De hecho, a corto plazo y como consecuencia de la guerra, aumentó el respaldo a Milosevic, y el cambio de régimen sólo se consiguió mediante una combinación de sanciones económicas, elecciones y una intensa intervención occidental. Tal injerencia en la política interna de un país no conduce, por lo general, a una sociedad estable y pacífica, como ha puesto de manifiesto el reciente asesinato del Primer Ministro serbio Zoran Djindjic, el más pro-occidental de los políticos del país.
Y como en Yugoslavia, en Iraq: una agresión ilegal justificada por medio de manipulaciones y falsedades permite que la fuerza prevalezca y asesta un duro golpe al marco del derecho internacional. Como en Yugoslavia, en Iraq el bienestar de la gente pasa a un segundo plano, por debajo de los intereses de los autoelegidos árbitros morales y económicos del mundo.
[Fuente: Kate Hudson para The Guardian, 14ago03. Kate Hudson es profesora de Política Rusa y de Europa del Este en la Universidad South Bank, Londres, y autora de "Breaking the South Slav Dream: the Rise and Fall of Yugoslavia". Traducción al español de la versión original en inglés de este artículo realizada por el Equipo Nizkor el 20ago03.]
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