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13ago14
Un desastre humanitario en la frontera
El paso fronterizo de Faysh Habur, que une Siria e Irak, es la entrada a un escenario de dolor y desaliento; un desastre humanitario de proporciones difíciles de calcular. El flujo de yazidíes que llegan a territorio iraquí tras pasar entre cinco y ocho días en el monte Sinyar, asediado por las milicias del Estado Islámico, es constante. Familias enteras; mujeres que apenas pueden cargar con sus hijos en brazos; niños desesperados por beber o llevarse algo de comer a la boca. Los rostros que ilustran esta tragedia hablan por sí solos: pieles cuarteadas por la deshidratación, labios pálidos y agrietados, ojos cristalinos de miradas perdidas. Algunos han caminado descalzos durante decenas de kilómetros a través del corredor humanitario que los guerrilleros del YPG, las milicias de protección popular del Kurdistán sirio, y los 'peshmergas' han organizado. Llegan con graves heridas en los pies. Unos han sido evacuados en helicóptero. Otros no han resistido y han muerto por falta de agua y alimentos. La cifra es espeluznante: más 150.000 yazidíes afectados.
'El IS mató a nuestros hijos'
"Somos de Sinyar. El Estado islámico mató a nuestros hijos, a nuestros hombres". "Se llevaron a niñas tan pequeñas como ella", dice señalando a su hija que no debe superar los 7 años de edad. "Se llevaron a mis hijas, mis dos niñas...", culmina interrumpiéndose a sí misma por el llanto. Tan sólo tenían siete y nueve años de edad. "Secuestran a las chicas atractivas; a las otras las matan". Muchas de las mujeres raptadas en Sinyar son sometidas, forzadas y violadas. "Ahora el pueblo está en sus manos, en manos del Estado Islámico. No pueden escapar... Si no nos convertíamos, matarían a todos los yazidíes en Sinyar".
El calor es sofocante. La distribución de agua y comida es vital. "¿Puedo coger más agua, puedo, por favor?", suplica una mujer a un voluntario. Los hombres se atan toallas húmedas a la cabeza. Las personas se agolpan frente a las furgonetas que reparten comida. "Yo soy de Siria, pero, ¿qué iba a hacer sabiendo lo que está pasando? Quiero ayudar, es lo mínimo que puedo hacer". Los coches aparcados en el páramo, expuestos bajo el sol tajante, proyectan duras sombras que sirven de cobijo a las familias que comen con avidez. Una mujer y su hija, exhaustas se tumban debajo de un camión. Son centenares las personas que a la espera de ser evacuadas, deambulan desorientadas siguiendo las instrucciones de los voluntarios allí presentes.
Centros de refugiados desbordados
Una niña llora sin consuelo mientras lucha por sacar la cabeza fuera de un vehículo. Apenas hay espacio y la gente, agolpada, se pisotea a cada movimiento. Los desplazados internos que llegan desde Siria, tras cruzar la frontera bajando la montaña de Sinyar, son trasladados en remolques, camiones, furgonetas y autobuses al campo de Bajit Kandala, a pocos kilómetros del paso fronterizo. Bajit Kandala es un antiguo centro de acogida de refugiados sirios que alberga a día de hoy entorno a 7.000 y 10.000 personas. Muchas de las familias, como la de Rashu, un hombre de 60 años y andar lento, aún no tienen asignada una tienda de campaña y duerme bajo unos grandes bidones de agua. "Pasamos una semana entera sin comida", dice una y otra vez mientras el maxilar le tiembla por el llanto. Dos años después del inicio de la guerra en el país vecino, este campo presencia una tragedia más.
"Llegaron a la ciudad en coches, en Humvees", relata Moske Ismail desde su nuevo hogar temporal. "Tenían grandes armas que cogieron al ejército iraquí. Los peshmerga estaban allí, pero cuando llegó el Estado Islámico, allí ya no quedaba nadie que nos defendiera". "Nos dijeron que no tuviéramos miedo"- añade Ismail, "que no os vamos a matar, quedaos aquí, decían." Poco después separaban a las personas en grupos: mujeres, hombres y niños. "No sabemos donde están ahora, ni lo que sucedió. Mataron a la gente delante de sus familias, los decapitaron".
Khadir Domli, experto en minorías de la región, actualmente trabaja como voluntario. "Todos llegan en shock, traumados por la experiencia". Después de pasar por una situación tan horrible, tras una semana aislados en una montaña, ¿qué les espera? Pregunta Khadir con cierta indignación. El primer día llegaron 61.000 personas, 31.000 el segundo. Estamos desesperados por conseguir medicinas, mantas,... "Mientras tanto la comunidad internacional sólo quiere noticias, pero esto, el poder acabar drama está en sus manos". "Deberían venir aquí para verlo", sentencia.
[Fuente: Nils Henrik y Faysh Habur, Irak, El Mundo, Madrid, 13ago14]
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