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DERECHOS


26dic03


Saddam ante el Tribunal.
Por Noam Chomsky


Todo aquel que tenga alguna inquietud por los derechos humanos, por la justicia y por la integridad moral, debería sentirse encantado con la captura de Saddam Hussein, y aguardar con impaciencia un juicio imparcial por parte de un tribunal internacional.

Los cargos sobre las atrocidades de Hussein deberían incluir no solamente la matanza de los kurdos en 1988, a veces con el uso de gases letales, sino también, y de manera más crucial, su matanza de los rebeldes chiítas que podrían haberlo derrocado en 1991.

En ese momento, Washington y sus aliados tuvieron la "sorpresiva unánime opinión de que cualesquiera que fuesen los pecados del líder iraquí, ofrecía a Occidente y a la región una mejor esperanza para la estabilidad de su país que la propuesta por aquellos que sufrían su represión", escribió Alan Cowell en The New York Times.

En diciembre pasado, el secretario de Relaciones Exteriores de Inglaterra, Jack Straw, publicó un expediente sobre los crímenes de Saddam tomados casi en su totalidad del periodo en que tanto Estados Unidos como Gran Bretaña le ofrecieron su firme apoyo. Con su habitual muestra de integridad moral, el reporte de Straw, así como la reacción de Washington, pasaron por alto ese apoyo.

Este tipo de hábito refleja una trampa profundamente arraigada en la cultura intelectual. Se trata de una trampa a veces llamada doctrina del cambio de curso, invocada cada dos o tres años en Estados Unidos.

Su contenido es: "En el pasado hicimos algunas cosas mal por inocencia o descuido. Pero ahora es cosa del pasado. Por tanto, no perdamos más tiempo en este aburrido y añejo tema".

La doctrina es deshonesta y cobarde, pero tiene sus ventajas: nos protege del peligro de entender qué es lo que está pasando delante de nuestros ojos.

Por ejemplo, la razón original que se brindó para que la administración Bush iniciara la guerra era salvar al mundo de un tirano que estaba desarrollando armas de destrucción masiva y cultivando lazos con el terrorismo. Ahora nadie cree eso, ni siquiera los plumíferos de George W. Bush. La nueva razón es que invadimos Irak para establecer allí una democracia y, de hecho, para democratizar todo Medio Oriente.

Algunas veces la reiteración de esta postura sobre construcción-de-la-democracia alcanza niveles de ardiente proclama. El mes pasado, por ejemplo, David Ignatius, comentarista de The Washington Post, describió la invasión de Irak como "la guerra más idealista de los tiempos modernos", peleada exclusivamente para llevar la democracia a Irak y a la región.

Ignatius estuvo especialmente impresionado por Paul Wolfowitz, "jefe de los idealistas de la administracion Bush", a quien describe como genuino intelectual que "sangra por la opresión (del mundo árabe) y sueña con liberarlo".

Tal vez esto ayude a explicar la carrera de Wolfowitz y su firme apoyo a Suharto en Indonesia, uno de los peores asesinos del siglo y represor, cuando Wolfowitz fue embajador de ese país durante la presidencia de Ronald Reagan.

Además, como funcionario del Departamento de Estado responsable para las cuestiones de Asia durante el mandato de Reagan, Wolfowitz supervisó el apoyo a otros dictadores asesinos, como Chun, de Corea del Sur, y Ferdinand Marcos, de Filipinas.

Gracias a la conveniente doctrina del cambio de curso, todo esto es irrelevante. Entonces, es cierto, el corazón de Wolfowitz sangra por las víctimas de la opresión. Ahora, si los archivos muestran lo opuesto, es simplemente aquel aburrido y añejo asunto que nosotros intentamos olvidar.

Uno podría recordar otra ilustración reciente del amor de Wolfowitz por la democracia. El Parlamento turco, prestando atención a la casi unánime oposición de la población a la guerra contra Irak, rechazó el permiso para que Estados Unidos enviara sus tropas desde Turquía. Eso causó una tajante furia en Washington.

Wolfowitz criticó al ejército turco por no intervenir a fin de anular la decisión. Turquía estaba escuchando a su pueblo, no tomando órdenes de Crawford, Texas, o de Washington DC.

El capítulo más reciente es el documento Determinación y orientaciones, escrito por Wolfowitz para asignar espléndidos contratos destinados a la reconstrucción en Irak. Los países cuyos gobiernos se atrevieron a acatar la opinión de la vasta mayoría de la población quedaron excluidos.

Las presuntas razones de Wolfowitz son inexistentes "cuestiones de seguridad", aunque resulta difícil pasar por alto el odio visceral a la democracia junto con el hecho de que Halliburton y Bechtel están ahora libres para "competir" con las vibrantes democracias de Uzbekistán y las islas Salomon, pero no con las sociedades industriales líderes.

Lo que es revelador e importante para el futuro es que el desprecio que muestra Washington por la democracia compite con el coro de adulación sobre su anhelo de democracia. Ser capaz de hacer esto constituye un sensacional logro, difícil de imitar aun en un Estado totalitario.

Los iraquíes algo entienden de este proceso de conquistadores y conquistados.

Los británicos crearon Irak en función de sus propios intereses. Cuando controlaban esa región, discutieron cómo erigir lo que llamaban la fachada árabe de gobiernos débiles, maleables, de ser posible parlamentarios, siempre y cuando los británicos gobernaran entre bastidores.

¿Quién puede esperar que Estados Unidos permita alguna vez la emergencia de un gobierno iraquí independiente? Especialmente ahora que Washington se ha reservado el derecho de erigir bases militares permanentes allí, en el corazón de la mayor región productora de petróleo a escala mundial, y ha impuesto un régimen económico que ningún país soberano aceptaría, poniendo el destino del país en las manos de las corporaciones occidentales.

A lo largo de la historia, incluso las más duras y vergonzosas medidas son regularmente acompañadas con proclamas de nobles intenciones y una retórica que promete otorgar libertad e independencia.

Una mirada honesta permite generalizar la observación de Thomas Jefferson sobre la situación del mundo en sus días: ''No creemos más en Bonaparte peleando simplemente por la libertad de los mares o en Gran Bretaña peleando por la libertad de la humanidad. El objetivo es el mismo: obtener para ellos el poder, la riqueza y los recursos de otras naciones".

[Fuente: Diario La Jornada, México DF, 26dic03]

War in Iraq

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