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03ene18


Caudillos coloniales


El general Barrientos, que con un golpe sangriento, en el año 1964, depuso a Paz Estenssoro, a los pocos años fue elegido presidente con el 66,81% de los votos y con una amplia mayoría parlamentaria. Firmó el Pacto Militar Campesino que privilegiaba a los hombres rurales frente a la histórica radicalización minera -esta vez atizada por la guerrilla del Che-.

Fue autor de la Masacre de San Juan. Pero efectivamente redistribuyó el poder integrando nuevamente al "campesinado" en el área estatal, articuló bajo su manto protector y clientelar a las élites campesinas de ese tiempo. Su fama se acrecentó porque llegaba en helicóptero -cada semana- a los lugares más recónditos del país, donde no se cansaba de repetir que "el diálogo con el pueblo es el camino para llegar a la democracia popular... desde los escritorios no se hace patria".

A mis 10 años tuve la oportunidad de observar el aterrizaje de su nave en una planicie verde, como una inmensa cancha de fútbol, en lo que llegaría a ser un municipio actual de los Yungas. Miles de campesinos se agolpaban para recibir al caudillo y azorados, -me encontraba entre ellos- bajamos la cabeza cuando el viento, impulsado por las aspas, amenazaba un huracán y se abrieron las escotillas.

El caudillo bajo cobijado por la multitud.

Hombres, mujeres y adolescentes se peleaban para darle la mano o simplemente tocarlo. Lo levantaron en andas y así bajaron a la plaza principal. En ese tiempo no había tantos recursos, ya ni me acuerdo qué obra o un cheque de cuánto entregó o prometió, pero igual comenzó la fiesta, animada por una banda, los sicuris y también la saya.

El caudillo bailó con adolescentes, después seguramente vendría la entrega de alguna virgen por parte de entusiastas madres, que pensaban que ese padrinazgo podría servir por lo menos para que su hija estudie. Era el derecho a la pernada heredado de la Colonia.

Los tiempos mucho o casi nada han cambiado. El caudillo actual, que seguramente tiene mayor legitimidad por la autoidentificación de amplios sectores rurales -pues tiene origen indígena, a pesar que no hable aymara ni quechua, como lo hacía Barrientos- representó en su inicio a ese movimiento étnico indígena-mestizo, que efectivamente fue oprimido durante muchos años por la élite blanca-mestiza, pero pronto reprodujo los males de la perversa cultura colonial, patriarcal y prebendal.

Al igual que Barrientos, llega en helicóptero a los lugares más recónditos del país. Es recibido con dinamita o cohetes y comienza a tocar la banda. Militares se cuadran para recibirlo. Los dirigentes sociales le ponen las guirnaldas. Baila con las adolescentes. No tiene el menor reparo en sentarlas en sus rodillas, en una morbosa y perversa ceremonia que actúa como señal destructora, que tiene más fuerza que las decenas de normas y propaganda que se gasta por los derechos de la mujer y para evitar la violencia por razones de género, y sexuales.

Entrega desde canchitas hasta baños, postas, estadios; con suerte el inicio de una carretera. Poco le importa si después se utilizarán o no.

Es el demiurgo que tiene la chequera, distribuye como si fuera su plata. Casi nunca pensó que existe una diferencia entre su dinero y los recursos del país. Buena parte del Impuesto Directo a los Hidrocarburos se maneja a discreción en un gasto público no controlado, y cuando se va acabando la plata se presta no importa de quién. Y como decía Zavaleta respecto al pacto militar campesino y su ethos, representado por Barrientos, utiliza la corrupción como mediación estatal. Los caudillos creen que el país es de su propiedad. No en vano es una herencia de la época feudal que el señor sea dueño de vidas y haciendas, y que someta a sus vasallos por las buenas o por las malas.

Un dato más en la senectud -no tanto por sus años sino por la decadencia del régimen-: se encierran en su castillo, no en vano está haciendo construir su inmensa torre. No escuchan a nadie solamente a los que están dispuestos a aplaudir sus dislates y amenazas.

Lo grave de todo es que pierden el sentido de la realidad. Si en su apogeo decían que los abogados arreglan todo; en su debacle los policías o los militares arreglan todo… Violan su propia norma, la Constitución, que fue una construcción colectiva y era parte del relato fundacional del régimen.

Los caudillos coloniales no tienen ideología, son pragmáticos por excelencia. Hoy día pueden usar la fuerza contra las élites del oriente, mañana les ofrecerán extender la frontera agrícola sin límites o el dar luz verde a los transgénicos a cambio de su apoyo. Gobiernan con todo aquel que les sirva, así sean los operadores de los vilipendiados ADN, MNR y NFR del pasado. No tienen el menor reparo para criticar al capitalismo, mientras tanto impulsan el extractivismo junto a las transnacionales y el libremercado goza de muy buena salud, como en las mejores épocas de los gobiernos neoliberales.

[Fuente: Por Gregorio Lanza, Página Siete, La Paz, 03ene18]

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