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07oct18


Después de la derrota


Recuerdo que cuando iba al colegio, en mis hojas de carpeta se podía leer un lema impreso en alguno de los márgenes: “El mar nos pertenece por derecho, recuperarlo es un deber”. En las horas cívicas cantábamos el Himno a Abaroa; desfilábamos por el Día del Mar. Obviamente, parte fundamental de nuestra formación académica escolar tenía que ver con aprender la historia de la Guerra del Pacífico, cómo esos chilenos ladrones nos habían robado el mar porque no querían pagar unos centavos más de impuesto.

En fin, mi generación creció con el mensaje que, en mayor o menor medida, se enraizaron en el subconsciente, generando un fuerte sentimiento antichileno en lo que respecta al tema marítimo, porque, claro, muy pocos hubieran rechazado una maestría en Santiago o un año nuevo en Arica. Es que lo del enclaustramiento ha sido siempre nuestro trauma; nada natural, sino impuesto por tanto discurso patriotero desde la infancia.

Y hay que reconocerlo, fue una especie de comodín para justificar cualquier fracaso: no crecemos porque no tenemos mar, somos pobres porque no tenemos mar, nuestra literatura no trasciende fronteras porque somos mediterráneos… Resultaba muy cómodo culpar de todos nuestros males a Chile, pues es mejor que destinar esfuerzos a revertir nuestra situación.

Sabemos que en 1879 Chile nos invadió, que fue una guerra alentada por intereses transnacionales, que se consumó una injusticia, sí, sabemos todo eso, pero jamás quisimos enterarnos de que, firmado el tratado de 1904, el conflicto había terminado y que debíamos pasar la página para configurar nuestra visión de país y de futuro en el marco de un nuevo contexto, y no con el resentimiento y el lamento sempiterno de grilletes.

Hace años escribí un artículo declarando que, personalmente, el mar me importaba un rábano, pues yo nací en un país sin mar, y que, en mi opinión, debíamos olvidar ese tema para avocarnos a cosas realmente importante y urgentes. El texto no trascendió, y por suerte no fui llamado traidor, porque, aunque muchos pensaban lo mismo, muy pocos se animaban a expresarlo públicamente, ya que hacerlo significaba “pisotear” ese sentimiento que se nos había inculcado desde niños.

No recuerdo que ningún político haya dicho algo así. Obvio, sería un suicidio hacerlo, un bajón de popularidad tremendo, además que, los gobernantes, todos, han recurrido al asunto del mar para convocar a la unidad nacional, cuando, en realidad, lo que querían era darse un respiro y obtener, aunque sea, un mínimo plus de gobernabilidad.

Y desde que se inició esto de la demanda marítima en La Haya, temí que el asunto fuese usado políticamente por el MAS, como efectivamente pasó.

Claro, ahora los oficialistas dicen: No hay que politizar, todo el país ha perdido, no solo Evo… Pero se olvidan que fueron ellos los que hicieron de la demanda marítima una bandera política a favor del actual presidente.

¿Por qué viajó Evo a La Haya? Pues porque estaba seguro de un fallo favorable y quería proyectar la imagen de presidente ganador, ergo, que merecía continuar ad infinitum en el poder.

También, hace algún tiempo, llevaron a dirigentes de movimientos sociales, fueron parlamentarios, y en este último viaje, una nutrida comisión con expresidentes incluidos.

¿Para qué? ¿Acaso los movimientos sociales, los expresidentes o el mismo Evo podían influir en la decisión de los jueces? No, pero las postales sirven de propaganda política, que es lo que el MAS ha estado haciendo desde el 21 de enero de 2006.

Si el fallo salía favorable a Bolivia, seguramente los masistas habrían dicho que, durante todo el proceso de negociación, Evo tenía que seguir siendo presidente, porque él, y solo él, había tenido el coraje de enjuiciar a Chile. Y como esta posibilidad se cerró, ahora salen con el cuento de que hay otras alternativas, que Bolivia va a seguir insistiendo en otras instancias su salida soberana al mar. ¿No es parecido a lo que pasó con el 21-F? Dijeron “hay que respetar lo que el pueblo diga”, pero como el pueblo les dijo No, tiraron el respeto por el inodoro.

El presidente Morales instó varias veces a que Chile acate el fallo de La Haya, sea cual fuese el resultado, ¿y ahora? Ahora dice que es un fallo injusto y otros oficialistas meten (cuándo no) al imperialismo y los intereses capitalistas.

O sea que, como ocurre internamente, las personas e instituciones son buenas si están de acuerdo con lo que don Evo propone, si no, son hijos del diablo.

Podríamos hablar de la millonaria inversión que se fue al tacho, de la capacidad de los abogados contratados (no consiguieron defender con éxito ni uno solo de los argumentos), del derroche en viajes insulsos de comitivas que solo hicieron turismo, podemos, como en el fútbol, pedir la cabeza del DT luego de una derrota por goleada, y sí, todo eso sería legítimo, y algún momento se tiene que tocar.

Sin embargo, yo quiero pedir (aunque esto llegue a oídos sordos) que de una vez superemos el trauma y dejemos de llorar sobre la leche derramada.

Que a las generaciones futuras no se les inculque resentimiento ni frustración ni derrotismo, que los jóvenes puedan ver el futuro con otros ojos, sin el ancla de una guerra que, pese a ser injusta, la perdimos hace siglo y medio, como nos hizo ver la CIJ el pasado lunes.

Esta derrota duele, sin lugar a dudas, pero el dolor no se puede combatir alimentando falsas esperanzas. Hay que acatar el fallo y levantar la cabeza. Si algo bueno se puede sacar de todo esto, es que nos da la oportunidad de pasar la página, de comenzar un proyecto de país sin un trauma centenario; ojalá la aprovechemos y no persistamos en lo mismo solo para sostener una bandera política.

Urge un giro de timón en nuestras relaciones con Chile, y por qué no, urge un cambio de timonel.

[Fuente: Por Willy Camacho, Página Siete, La Paz, 07oct18]

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