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08jun05


Hay un poder racista y excluyente.


Juan Ramón Quintana Taborga dice que “la Argentina debería involucrarse más”, propone un control mayor sobre los recursos energéticos con base regional, alerta contra el potencial de violencia que hay en Santa Cruz, analiza la presencia de EE.UU.

De paso por Buenos Aires invitado por el Centro de Estudios Brasileños que dirige Mónica Hirst, el experto boliviano Juan Ramón Quintana Taborga, director del Observatorio sobre Democracia y Seguridad, accedió a describir ante Página/12 el cuadro de crisis, que en su opinión supera las posiciones personales de Carlos Mesa, el presidente que ayer presentó su renuncia. Quintana Taborga dijo que no hay solución en Bolivia sin renovación de todas las autoridades, no sólo el Ejecutivo sino el Parlamento. “La solución parece compleja pero es la más apropiada”, afirmó. “Se elegiría en un mismo acto electoral al presidente, al vice, porque no alcanza con elegir solo a los dos, y al nuevo Parlamento, que a la vez funcionaría como Constituyente.”

–Ultimamente lo único que Mesa estaba haciendo era ganar tiempo –dijo Quintana Taborga, que también es el mayor especialista de su país en seguridad y defensa–. El solo imaginaba huidas hacia delante que no eran verdaderas salidas.

–¿Mesa no era la chance de un gobierno de transición?

–Se lo contesto en otros términos. Mesa no era parte de la solución del problema sino parte del problema, y ya habían empezado a ser inútiles sus hechos espectaculares.

–Parecía haber agotado todo.

–Cada hecho se fue volatilizando y por eso Mesa perdió popularidad. En noviembre del 2004 tenía un 81 por ciento de imagen positiva. En enero de este año, 76 por ciento. Y ahora estaba en el 44 por ciento.

–No es baja.

–No, no es baja, pero el problema de Mesa, a pesar de lo que se cree a veces en el exterior, era que él no es un animal político, que es algo que la sociedad boliviana aprecia mucho.

–¿Aprecia que alguien sí sea o que no sea?

–Que sea. Mesa tiene una parte buena: no es parte de la especie política basada tradicionalmente en la lógica clientelar. Aprovechó eso, que es una fortaleza y también una debilidad en términos de poder, y vivió tratando de construir una imagen que apareciera como radicalmente distinta de la imagen de los líderes tradicionales como Gonzalo Sánchez de Lozada, Hugo Banzer o Jaime Paz Zamora. Ha querido, y en mi opinión fracasó, parecerse al mariscal Andrés Santa Cruz, que gobernó en la década de 1830. Santa Cruz fue el icono del presidente que gobierna el Estado a través de un liderazgo mestizo. Creó un proyecto nacional y construyó la Confederación Perú-Boliviana, de la que se presentó como Protector. Bien. Mesa quería combinar a ese Santa Cruz con el Víctor Paz Estenssoro del decreto 21060, que en 1986 marcó el paso del viejo líder al neoliberalismo. Y aunque le parezca increíble, Mesa buscaba también completar su imagen con la del mismo Paz Estenssoro, pero el de 1952.

–El de la revolución democrática.

–Exacto. Mesa es un hombre de una gran confusión ideológica. En los últimos meses estuvo buscando anclaje en otros sectores, pero no se olvide de que era vice de Sánchez de Lozada, un ultraliberal a quien Mesa admiraba muchísimo. Mire, Mesa tiene, o tenía, una idea de sí mismo como la de un líder carismático ilustrado, con una percepción de tutelaje intelectual sobre los sectores populares.

–Fuera de Bolivia un tema obsesivo es la viabilidad de su país. Pero suena muy arrogante plantearles a los vecinos si pueden sobrevivir o no. Prefiero preguntarle cómo pueden empezar a imaginar una salida.

–La veo difícil sin un espacio de debate previo, porque el riesgo es que lleguemos a una Constituyente con el síndrome ecuatoriano. En Ecuador la Constitución fue necesaria, pero está visto que no suficiente para la estabilidad política. Me imagino una salida que establezca reglas de juego mínimas a través de un Consejo Ciudadano despejado de los intereses más directos de los partidos políticos y las pulsiones regionales. Tenemos personalidades. Gente con capital intelectual y ético, con diferentes visiones regionales y étnicas. Porque uno de los graves problemas de Bolivia es que no reconoce la complejidad étnicocultural que tiene. Tiene una lectura occidental, racista y excluyente.

–Pero fue la Bolivia de la revolución del ’52.

–Sí, esa revolución buscó la democratización, pero subsumió los temas étnicos a un proyecto político de mestizaje. Y hoy lo étnico no resuelto es el gran conflicto del Estado.

–¿Por qué no estuvo presente en movimientos populares como el de 1952?

–Porque no tenía visibilidad. El tema fue planteado en el siglo XX por intelectuales como Franz Tamayo, que había nacido en el XIX, y por Fausto Reinaga, más contemporáneo nuestro. Tamayo, en la línea de José Mauro de Vasconcelos, pedía en los ’30 y los ’40 que a los indígenas no se les dieran arados sino tractores.

–¿Lo ubica en un indigenismo de izquierda?

–No, era como un José Carlos Mariátegui de la derecha. Escribió un solo ensayo, Creación de la pedagogía nacional. Era filósofo. Leía a los griegos y a la vez sabía lo que pasaba en los gamonales. Vivió desde pequeño con los indios. Un tipo muy genuino y raro para Bolivia, donde también las dictaduras, como la de 1964, llegaron a proponer un pacto militar-campesino e ignoraron el factor étnico. Y el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Paz Estenssoro tuvo una visión solo campesina de los indígenas. Recién en la década del ’70 hubo una construcción más ligada al indigenismo, el katarismo.

–¿En qué consistía?

–En la reivindicación de Tupac Katari, que se rebeló en Bolivia en 1781 igual que Tupac Amaru en Perú. En el rescate del Colla Suyo, el sur del imperio incaico. Hubo un proyecto katarista que quedó aliado al peor clientelismo del MNR, entre 1978 y 1982. Y la tercera ola de indigenismo, en 1989, se dio con el katarismo reciclado de Víctor Hugo Cárdenas, vicepresidente del otro mandato de Sánchez de Lozada. Fue nefasto. Una doble tradición: por la subalternidad al MNR y por dar la espalda a los propios compañeros de Cárdenas. Fue una encarnación colonial. Malinche. Y legitimó desde una postura indigenista el peor momento de privatizaciones.

–¿Qué representan Felipe Quispe y Evo Morales?

–Quispe tiene un proyecto indiano, una idea más radical de la etnicidad. Moreles tiene, en cambio, una idea de ciudadanía, de Constitución, de indigenismo que quiere un Estado multicultural, sin satanizar a nadie ni plantear un racismo al revés, como a veces llega a hacer Quispe. La propuesta de Morales es recuperar la soberanía y la gestión de los recursos, dotar de identidad indígena a Bolivia y construir una sociedad más integrada y tolerante.

–¿Es posible un cambio radical del sistema de explotación energética en este momento?

–No, no es posible. Lo mejor a lo que podemos aspirar será recuperar la capacidad estatal de controlar el mercado. Lo urgente es reconstruir la habilidad estatal de ejercer el control. Y un contexto interesante sería el regional, con Petrosur a la cabeza. Ahí, con Brasil, la Argentina y Venezuela, tenemos que anclar el nuevo proyecto.

–¿Por qué descarta a Quispe?

–Porque es inviable. El mundo aymara que Quispe representa no es homogéneo, y además carece de proyecto político cuando en Bolivia los problemas son inimaginables. Estoy pensando en Santa Cruz.

–¿Qué nivel de gravedad tiene?

–Enorme. El Comité Cívico de Santa Cruz propone una fórmula híbrida de autonomía y también traduce una aspiración de poder excluyente de los empresarios locales y del negocio agropexportador articulados a empresarios transnacionales. No es un proyecto ingenuo. Representa un plan minoritario, racista y antinacional que no incorpora a los indígenas cuando la mayor parte de la población indígena vive justamente en el mundo amazónico. Es un conflicto latente porque se reeditará un proyecto fallido.

–¿Qué peso tienen los indígenas del Amazonas, de los que se habla muy poco en los análisis sobre Bolivia?

–Podrían ser un puente de un proyecto estatal inclusivo. Porque yo me temo que el potencial de violencia política si ese proyecto no se da tendrá lugar en el Oriente de Bolivia. Allí está surgiendo un vigorosísimo Movimiento de los Sin Tierra, con colonizadores que chocan con los latifundistas. Ese choque lo resuelven a veces los latifundistas con brigadas armadas no estatales. Se convierten en una expresión fascista de la agroindustria, como la Unión Juvenil Cruceñista, que estuvo a punto de matar a indígenas y suele parapetarse en los puentes. Y en esa expresión juegan también tres mafias vinculadas a tres tipos de tráfico: de drogas, de armas y de autos. El 26 por ciento de la mejor tierra en Oriente está en manos de extranjeros, argentinos, brasileños, chilenos y colombianos. Y considere también la inflación de miedo.

–¿Qué es?

–Los medios de comunicación que construyen una subjetividad del miedo anclada en el racismo. Usted no se imagina lo que es escuchar radio en Santa Cruz. Racistas puros.

–¿Cuál es el grado de radicalización de los indios?

–Bajo. La realidad boliviana es invisible también en este punto. El mayor éxito internacional de los neofascistas cruceños es hacer creer que los indígenas tienen una idea radical, violenta y antiempresarial. Eso es mentira.

–Está, sin embargo, el corte de rutas en todo Bolivia.

–Justamente. Es una capacidad de movilización del mundo indígena que no clausura la agroindustria sino que interpela la forma tradicional de acumulación de tierras, que está volviendo a la situación anterior a la de 1952. En el Chaco boliviano muchos de los que entonces se hicieron dueños hoy son peones. Y es la misma zona de concentración de gas y petróleo. Los pueblos indígenas sin tierra se convierten, así, en un problema estructural.

–Veo su análisis como un argumento ético y de justicia. Pero, ¿por qué los indígenas sin tierras serán un problema político?

–Porque la no solución del problema étnico potencia la crisis boliviana. El Estado contiene cada vez menos. Es anómalo. Y es anómico: ninguna regla estatal es obedecido por la sociedad porque el Estado es anómalo. Es un círculo infernal: anomalía, más anomia, y más anomalía que produce más anomia. Lo cual da un constante estado de rebelión indígena –el malón, como lo llaman ustedes– y un divorcio entre la sociedad política y la civil. Eso fue siempre Bolivia. Y nunca terminó bien. Las sublevaciones sin contención posterior del Estado terminaron mal. En las décadas de 1870 y 1880 fueron clausuradas por la Guerra del Pacífico y una era conservadora que duró hasta 1931, cuando se produjo la guerra siguiente, la del Chaco. Hubo una tremenda contrarreforma que despojó a los indígenas de sus mejores tierras. Y después de la Guerra del Chaco el sistema oligárquico duró más de 20 años, hasta 1952. El Estado boliviano es esquizofrénico y racista.

–Racista lo entiendo. ¿Esquizofrénico por qué?

–Porque no reconoce la diversidad étnica. ¡Somos indios! En el censo del 2001 el 62 por ciento se reconoció como de identidad indígena, y en El Alto la cifra llega al 91 por ciento. Y esto se agrava aún más porque la oligarquía boliviana es estatocrática. Y se agrava más por la posición norteamericana. Hablemos de datos. Tres datos externos. Uno, que los Estados Unidos intervinieron en Irak, un país clave para su provisión energética. Están muy metidos en Colombia. Y también en Ecuador. En ese contexto, Bolivia podría ser una puerta abierta al desplazamiento norteamericano hacia el Amazonas y una plataforma bioceánica para Washington. No hablo de bases. Hablo de enclaves, como en Chapare, Yungas y Trinidad. La presencia norteamericana en el Oriente boliviano es cotidiana. Policializó las Fuerzas Armadas y militarizó las fuerzas de seguridad Entrenó a los militares para hacer seguridad interna y combatir al terrorismo y el narcotráfico. El primer contingente de fuerzas entrenadas en los Estados Unidos es colombiano. El segundo es boliviano. El mayor nivel de intervención incluso civil, como reparto de medicamentos, se da en Colombia. El segundo, en Bolivia. Por eso insisto en una base regional de acuerdo no solo para la energía sino para la política.

–¿Cómo funcionó hasta ahora?

–Brasil acaba de enviar a Marco Aurelio García, asesor internacional de Lula, que dijo que privilegiaba la solución política por sobre la energética. Y eso que Petrobras representa el 20 por ciento del producto bruto boliviano. El Ministerio de Defensa de la Argentina se equivocó al ofrecer un plan de evacuación. La Argentina tiene que involucrarse más en gestiones de buenos oficios en Bolivia. El trabajo de reconstrucción del país se hace día a día, pero sin perspectiva de mediano plazo no habrá solución.

[Fuente: Por Martín Granovsky, Pag12, Bs As, 08jun05]

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