Persona, Estado, Poder
Traumatismo psíquico producido por la violencia de Estado:
Análisis de 10 casos de tortura

Paz Rojas B., médico neuropsiquiatra
María Soledad Espinoza C., asistente social

IV Conferencia Europea sobre Stress Traumático,
organizada por la Sociedad Europea
para el Estudio del Stress Traumático.
París, mayo de 1995.

I. Introducción

Quisiéramos aportar algunas reflexiones e intentos conceptualizadores sobre lo que se ha dado en llamar psicotraumatología.

Lo haremos desde la realidad, en forma objetiva, si esto es posible dentro del tema que tratamos. Lo haremos como profesionales de la salud y como mujeres latinoamericanas, en un país que experimentó en forma brutal, el día 11 de Septiembre de 1973, un golpe militar, luego 16 años y medio de poder dictatorial y ahora, desde hace 6 años, una impunidad absoluta. En un país que como Chile ha sido considerado un modelo para la economía de libre mercado y deseoso de integrarse plenamente a la mundialización unidimensional que vivimos en la actualidad.

Luego del armisticio que puso fin a la segunda guerra mundial, se instaló en el mundo otra forma de guerra, la guerra fría, que como latinoamericanos vivimos con especial intensidad. En ella, no cabe el calor y el fragor de las batallas abiertas y visibles, sino al contrario, lo que la define es su ocultamiento, la manipulación ideológica, el espionaje, la guerra psicológica, la preparación silenciosa para contrarrestar al adversario, la infiltración de mensajes.

La Doctrina de la Seguridad Nacional y la Estrategia de Contrainsurgencia, aplicadas en todo el mundo, tuvieron en nuestro continente una especial repercusión. El personal de las fuerzas armadas fue adiestrado en las escuelas norteamericanas con una idea central: la de «enemigo interno» y la decisión de intervenir militarmente en caso de peligro de instalación de un gobierno socialista.

En estas condiciones, los países latinoamericanos sufrieron sucesivos golpes militares luego de los cuales se instalaron dictaduras que utilizaron la violencia como arma sofisticada e implacable para destruir y someter a la población.

Así, el 11 de Septiembre de 1973, la violencia institucional que en Chile había sido hasta entonces tema de historiadores, cientistas políticos, sociólogos, irrumpió dramáticamente en el campo médico-psicológico, trastocando nuestros esquemas del saber y quehacer profesional.

Desde entonces hemos logrado circunscribir y clasificar la violencia a que nos enfrentábamos. Vivíamos una situación diferente a la de una guerra. No era exactamente una situación bélica, pues «en las guerras los enemigos son beligerantes es decir, guerreros belicosos, y tienen igual derecho a recurrir a la fuerza».

En este caso la fuerza venía desde una sola dirección. Se había producido una desigualdad humana y «el concepto de enemigo que en sí encierra una relación bilateral» se había transformado en unidireccional, era el poder militar el que lo definía. Las personas habían perdido primero su calidad de personas y luego de ciudadanos.

El golpe militar y la dictadura que lo siguió, no sólo había implantado el terror a través de la persecución, la tortura, los desaparecimientos, las ejecuciones sumarias, los amedrentamientos, la guerra psicológica, sino que el nuevo orden jurídico de carácter marcial había decretado un estado de guerra que no existía.

Los espacios públicos y privados estaban ocupados por la presencia militar.

Las casas podían ser allanadas, los teléfonos estaban intervenidos y las ciudades y pueblos ocupados. Esta situación en forma abierta o encubierta duró todos los años de la dictadura.

Al tratar durante años las consecuencias de esta violencia avanzamos la hipótesis que ella es la mayor y la más perversa de las agresiones humanas. Especialmente en cuanto al significado que tienen sus consecuencias. Ella tiene una múltiple dimensión desestructuradora: sobre la persona, la familia, la sociedad y sobre la construcción institucional que el país ha logrado a lo largo de su historia.

Esta violencia se apropia de todos los poderes del Estado transformándose en una violencia institucionalizada. La definición de violencia como fuerza intensa, impetuosa, encuentra aquí su máxima expresión.

La violencia que viene desde el poder tiene su lógica, de ningún modo ella es desesperada, no tiene ni la aflicción ni el descontrol de la desesperanza; muy por el contrario, aquí la razón estudia y planifica la agresión.

De modo que si bien hay muchas situaciones violentas que se constituyen en hechos violentos, monstruosos y perversos, nos permitimos plantear que la violencia de Estado es el más de la violencia, la cúspide de ella, pues la produce un sistema, un poder que ocupa las funciones más elevadas del hombre, la razón y la conciencia, para gestarla y aplicarla.

En ella, a la agresión que significa el conjunto de comportamientos que tratan de infligir dolor, lesión o destrucción sobre el otro, se agrega aquí la planificación de la violencia, la creación de aparatos técnicos y la formación de hombres especializados en la destrucción.

Tenemos claro que lo que nosotros hemos estado haciendo durante todos estos años es tratar las consecuencias de los así llamados Crímenes de Lesa Humanidad. Fue el Estatuto de Nuremberg el que los define, de modo que este concepto no existió hasta después de la segunda guerra mundial. Se denominan así porque ellos niegan a la persona la idea misma de su humanidad.

El día 9 de diciembre de 1948, las Naciones Unidas dictan la Convención sobre «Crímenes de Guerra y Crímenes de Lesa Humanidad, incluido el Genocidio». (1)

Estos crímenes deben diferenciarse de los crímenes de guerra puesto que, además de lo ya dicho en cuanto a la desigualdad humana, en ellos «se trata de lograr una traumatización de la identidad personal y una alteración profunda de los vínculos con el otro y con la sociedad».

Las reflexiones que siguen nacen de una práctica concreta, tras 21 años de atención médica neuropsiquiátrica, psicológica, jurídica y social a personas afectadas, hombres y mujeres, por la violencia de la dictadura. Desde su creación, el centro en el cual trabajamos tuvo, dadas las características de las consecuencias derivadas de este tipo de violación, una visión multidisciplinaria e integral.

Profundamente afectados ante los cuerpos y las mentes torturadas, nos encontrábamos confusos respecto de la aplicación de los conceptos de salud y enfermedad frente a esta etiología de origen humano, sin conocimientos ni pautas diagnósticas, sin respuestas terapéuticas adecuadas, perplejos ante la increíble sintomatología y sobre todo, ante las variadas formas en que unas y otras personas habían reaccionado o se habían comportado frente a esta agresión.

Resulta evidente que los sufrimientos que desencadena este tipo de violencia no pueden considerarse como un hecho puntual que sucedió y quedó suspendido en el tiempo. En realidad, la tortura y las agresiones de muerte o desaparecimiento de un familiar constituyen eventos continuos que si bien se inician en el microsistema de las salas de tortura o escenarios de muerte, en un espacio y en un tiempo determinado, discurren para siempre en todas las dimensiones de la persona y muy especialmente en su vida de relación con nosotros y en su inserción social.

Desde octubre de 1973 hasta el 31 de diciembre de 1994, hemos atendido 2533
personas, todas ellas víctimas de la violencia de Estado.

956 corresponden a personas torturadas y de ellas 467 fueron atendidas al interior de las cárceles, en forma clandestina o cuando miembros de nuestro equipo convivieron con ellas mientras estaban prisioneros. Las restantes personas nos consultaron después de haber sido liberadas.

424 son familiares de personas torturadas, que vivieron ellas mismas las amenazas o las persecuciones, y que en múltiples ocasiones presenciaron la tortura de su pariente. Acudieron a nosotros porque tenían al esposo, al hijo o a la hija encarcelados y los trastornos derivados de esta situación se habían transformado en un trauma doloroso y a menudo insoportable.

248 son familiares de ejecutados políticos, muertos la mayor parte de las veces sin juicio, en forma sumaria. Sus cuerpos fueron ocultados o encontrados con evidentes signos de tortura, mutilados, degollados, marcados.

189 son familiares de personas que fueron detenidas y que hasta la actualidad se encuentran desaparecidas.

472 son chilenos retornados desde el exilio.

El relato de las personas que habían sido sometidas a la tortura estaba plagado de silencios en los cuales se percibía la imposibilidad de encontrar las palabras adecuadas que lograran significar el contenido de lo vivido.

Pasar «lo interno en el afuera» a través del discurso era prácticamente imposible. El recuerdo doloroso aparecía en las finas expresiones de la corporalidad y sobre todo en la mirada. Este tipo de discurso desestructurado nos parece algo característico que será necesario estudiar en el futuro.

Una hipótesis se nos hizo relevante: lo que perduraba de esta experiencia traumática era principalmente una ruptura personal a la cual se agregaba una ruptura de la relación humana. La desintegración interpersonal que se produce estaría en la base de los trastornos encontrados en las personas atendidas.

Para fundamentar esta hipótesis sobre las consecuencias de la violencia que viene desde el Poder, desde la Exterioridad, haremos un análisis desde nuestra experiencia de asistencia a víctimas de tortura.

II. Selección de historias clínicas:

De las 489 personas torturadas y atendidas durante el período que siguió a su puesta en libertad, seleccionamos historias clínicas con las siguientes características:

  1. Haber sido torturados 10 o más años antes de la primera consulta.
  2. No haber consultado nunca antes.
  3. Tener un mínimo de 10 sesiones.
  4. Contar con una ficha clínica completa en la cual no sólo se había registrado el proceso terapéutico sino que además se hubiera elaborado un Estudio Social.
  5. Por último, que se tratara de personas que hubiesen sido encarcelados en una sola ocasión.

Diez personas constituyeron la muestra (5 hombres y 5 mujeres), ocho de ellas fueron detenidas en el mes de septiembre de 1973. Una mujer lo fue en febrero de 1974 y otra en los primeros meses de 1975. De modo que el tiempo de latencia entre su liberación y la primera consulta iba entre 10 y 18 años.

III. Antecedentes personales

En los hombres las edades fluctuaban, al momento de la primera atención, entre 38 y 66 años y, en el momento en que fueron torturados, entre 22 y 55 años.

En las mujeres las edades iban entre 31 y 59 años en el momento de la primera consulta y en el momento de su detención la mayor tenía 48 años y la menor, una estudiante, sólo 18 años.

Sólo dos mujeres eran solteras y hasta ahora continúan solteras. Los demás eran casados y tenían cónyuges e hijos. Siete eran militantes de partidos de izquierda pero ninguno de ellos tenía un cargo político de relevancia. Los demás eran solamente partidarios del gobierno del presidente S. Allende.

Salvo un hombre, un obrero, que fue detenido en su lugar de trabajo el mismo día 11 de septiembre, los demás lo fueron en sus casas, frente a sus familiares. Las casas fueron allanadas y los familiares amenazados de diferentes maneras.

En 6 casos fueron militares quienes participaron en la detención. Dos mujeres que vivían en el puerto de Valparaíso fueron detenidas por uniformados de las fuerzas navales. Una de ellas, enfermera universitaria, estuvo dos meses detenida en un barco y otra, la estudiante más joven, permaneció ocho meses en un recinto militar. Un médico joven, funcionario de la fuerza aérea, fue detenido por sus propios compañeros. Por último una mujer, auxiliar de enfermería, fue detenida en 1974 por la policía política del régimen.

En forma muy especial destacamos que ninguna de estas 10 personas tenía hasta el momento de su detención antecedentes médicos o psiquiátricos. Todas ellas se describieron como personas normales sin trastornos de carácter, bien integradas y con buenas relaciones familiares y sociales. Sus familiares y conocidos nos confirmaron estos antecedentes. Habría que señalar que solamente una mujer, años antes del golpe de Estado, había presentado una depresión leve de carácter reactivo.

Las técnicas de tortura a las cuales fueron sometidos son las mismas que clasificamos hace 20 años atrás y que publicamos en Francia en el libro titulado «Tortura y Resistencia en Chile». Todos ellos sufrieron técnicas de tortura tanto físicas como psicológicas.

Las 5 mujeres sufrieron además vejación sexual y en dos de ellas esta situación culminó con la violación.

La amenaza de muerte fue una constante para todos, para ellos o para sus familias y especialmente sus hijos. Cinco hombres fueron forzados a permanecer vueltos contra un muro con sus brazos en alto o de pie frente a un barranco, durante horas en espera de ser fusilados. En dos casos el fusilamiento fue real para los que se encontraban junto a ellos. Ambos se consideran hasta ahora «sobrevivientes».

Todos fueron testigos de la tortura de otros prisioneros. Una mujer presenció la violación de su amiga. En una mujer se utilizó hipnosis y droga.

El tiempo vivido en la situación de tortura oscila entre un mínimo de 17 días y un máximo de un año. Después de este período, un hombre y una mujer fueron condenados a exilio interior, 4 fueron expulsados de Chile, y los demás quedaron liberados.

IV. Trastornos relevantes en la primera consulta

Durante el tiempo transcurrido entre su experiencia de tortura y la fecha de la consulta, ninguno de ellos recuperó su estado de salud previa. Todos presentaron con mayor o menor intensidad, con mayor o menor frecuencia o duración, trastornos de tipo depresivo-ansiosos, a los cuales se agregaron manifestaciones psicosomáticas (en ocho de ellos), entre las cuales destacan colon irritable y lupus eritematoso (en dos casos).

La reactivación sintomática que motivó la consulta obedeció a diversas circunstancias: ver a personas que les recordaran a los torturadores, aparición de fosas clandestinas, publicación del informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación y conflictos familiares.

En las primeras sesiones surgió en forma dramática lo vivido durante la tortura.

El lugar fue descrito hasta en sus más mínimos detalles: los muros, la luminosidad, los ruidos, los gritos, los olores, frío o calor insoportable. Sin embargo, aunque para nosotros era evidente la intensidad del dolor físico que ellos debieron experimentar, este no apareció en sus relatos. Lo recurrente y perseverante en el recuerdo fue la presencia inmanente de los interrogadores y torturadores.

La figura del torturador (sus ojos, sus miradas, sus manos, sus voces, sus gritos) ocupa en la representación mental de estos ex-prisioneros un espacio inconmensurable, nítido y profundo. Es lo que no se ha olvidado. No han olvidado tampoco el deseo que tenían de destruir, «la necesidad que tenían de penetrar en lo más íntimo de nosotros mismos».

Si el personaje del torturador en el curso de las sesiones llegó a ocupar el espacio clínico de la relación terapéutica, los sentimientos, vivencias y comportamientos experimentados hace más de 10 años atrás brotaron abrupta o lentamente con toda su riqueza desgarradora.

En cuanto al comportamiento que tuvieron, el mayor de los hombres y la menor de las mujeres (una estudiante de 18 años) relatan que enfrentaron esta situación, que no se callaron, que se mantuvieron íntegros, incluso que fueron contestatarios. La rabia fue el sentimiento que predominó, sobretodo en el hombre.

Todos los demás relataron el miedo y el terror que en ese momento los invadió. Miedo y terror que se acompañaron de los síntomas y signos específicos de stress agudo, «concepto que demuestra la insuficiencia de la nosología médica o psiquiátrica para dar cuenta de estos trastornos».

En la mayor de las mujeres, algunos de cuyos torturadores eran conocidos de ella, sufrió un compromiso de conciencia luego de la primera sesión de tortura.

No sabía donde estaba, confundió a un prisionero político con su hijo, le hablaba e intentaba acariciarlo. Ella misma relatará después que estuvo trastornada, «como una loca» durante días.

En sólo dos casos existió una denegación del miedo experimentado, el cual fue advertido con sorpresa y dolor después de varias sesiones.

Ninguno de los diez había relatado esta experiencia ni aún a los más próximos. Varios familiares nos describieron la impresión que tuvieron cuando los vieron por primera vez: «Estaba como vacío, plano, silencioso, como replegado en sí mismo, como un animal asustado, parecía que estuviera perseguido», son las expresiones que utilizaron para describirlos. Los cambios que ellos percibieron se referían especialmente a su modo de ser.

V. Algunas reflexiones

El análisis detallado de los contenidos que estas 10 personas nos fueron entregando nos permite concluir que en todos se produjo un quiebre, o tal vez una pérdida de «la representación cognitiva» que tenían de sí mismos. El sentimiento de no ser más como eran antes del acto de tortura lo expresaron de distintas maneras: el «nunca mas volví a ser el mismo» es una constante en todos ellos.

Existe una pérdida de la identidad que les ha impedido continuar el proceso de individuación y de desarrollo como personas.

En la pérdida de la esencia misma que tenían como personas destacaron preferentemente trastornos referidos al área de la afectividad y la memoria y, muy especialmente, los cambios ocurridos en su personalidad, a lo cual se sumó una disocialización progresiva.

La trasmisión del recuerdo de la escena misma de la tortura, así como el período de encarcelamiento que le sigue, aunque este último con menor nitidez, nos lleva a señalar que estas escenas se mantienen en el registro mnésico en forma muy vivida. Los recuerdos visuales, auditivos, táctiles, olfativos así como la evocación del torturador y su comportamiento están grabados en forma indeleble.

En todos los casos los mecanismos de retención de la memoria parecen haber predominado sobre el olvido. Los mecanismos de este último parecen no haber funcionado. El desvanecimiento de la huella, con el paso del tiempo, tampoco existe.

Al parecer, la hipótesis de Freud de «que algunas experiencias se olvidan porque son de contenidos amenazadores y evocadores de ansiedad», no se da en estos casos. Lo que sucede en ellos es que esta experiencia y los sentimientos unidos a ella se ocultan, o más raramente, se deniegan.

Frente a esta especie de hipermnesis encapsulada luego de producido el traumatismo, la memoria anterógrada al episodio se deteriora.

El análisis de las conductas y comportamientos que han tenido durante todos estos años nos permite afirmar que fue a nivel de personalidad o de su «modo de ser», donde se produjo el mayor cambio, predominando básicamente la constitución progresiva de un núcleo de desconfianza. Todos se volvieron inseguros, autorreferentes, intolerables a las críticas.

Frecuentemente se sentían atacados o juzgados por los demás, incapaces de establecer relaciones interpersonales normales.

Los que sufrieron el exilio, especialmente el interior, tenían el sentimiento de vivir en una gran cárcel.

Podemos concluir entonces que la agresión externa, específicamente los Crímenes de Lesa Humanidad, «provocados por el terrorismo de Estado», producen un doble mecanismo en la génesis de la desconfianza: quiebre de la autoestima y dificultad de interacción con el otro. Es la intersubjetividad la que ha quedado alterada.


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Nota:
1. «Recopilación de Instrumentos Internacionales», editado por Naciones Unidas.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 05abr02
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