Marcela Otero
Morir es la noticia

La Marcela Otero que conocimos

Por Maruja Torres, Virginia Vidal y Lidia Baltra (*)
Nombre
Marcela Alicia Otero Lanzarotti
Lugar y fecha de nacimiento
Temuco, 2 de diciembre de 1939
Especialidad
Reportera y periodista de TV
Lugar y fecha de muerte
Santiago, 4 de diciembre de 1990
Actividades
Periodista de la Revista de El Domingo (El Mercurio), reportera de Nueve Diario (Canal 9 TV de la Chile) y corresponsal de Prensa, Latina. Estudió en la Universidad de Chile.


A Marcela le tocó una vida bien dura. Cuando la conocí se encontraba en la mejor madurez, esa edad en que algunas mujeres ya han asumido que el dolor está ahí y no se le pueda dar la espalda y, sin embargo, ello no les impide preparar la mejor corvina con mayonesa para el mejor amigo.

Tenía Marcela una impresionante menuda estatura. Tenía, sobre todo, unos ojos a los que nada escapaba, y de los que todo se desprendía: daba lo que tenía a través de sus ojos, y sólo a quien acreditaba merecerlo. Algunos la tachaban de dura, y no es el adjetivo exacto. Era implacable.

Marcela Otero

Cuando la conocí, en su Santiago de Chile, Pinochet acababa de salir ileso de un atentado, y ella venía de un diagnóstico de cáncer irreversible. Encontrarla supuso para mí, chocar de sopetón con la profunda injusticia de este mundo, porque Marcela tenía sobre sus espaldas el peso de la infame dictadura, un proyecto de existencia hecho trizas y unos hijos destinados desde la niñez a ser inesperadas víctimas de su historia. Eso Marcela lo supo siempre, aunque casi nunca confesó cómo la desgarraba el peso que no había podido impedir que cayera sobre ellos.

Marcela era una mujer y estaba a solas, a solas nada menos que con su inteligencia, su sensibilidad, su incapacidad para engañarse, su solidaridad y una lucidez que la hizo regresar a Chile desde Cuba, arriesgando lo que arriesgaba para no quedarse en La Habana hasta convertirse en una más que se arrojaba desde un piso alto para acabar con la vida antes que las machacara el fin de la ilusión por la utopía.

Cuando enfermó de cáncer, su hombre del momento la dejó aduciendo que no podía soportarlo. Dijo no soportar la enfermedad, pero era mentira; ya he dicho que Marcela era implacable. En cambio, Marcela se enfrentó al hecho crudo, lo convirtió en un motivo de risa, en algo de qué hablar en las tertulias. Detestaba que la trataran como a una senil, cuando era sólo una enferma. Un vez que la telefoneé desde España le dije: «Se te oye muy bien» y respondió «Es que estoy cancerosa, no muda».

Con todo lo anterior quiero decir cuánto me duele haber perdido a alguien que siempre estaba a favor de la verdad, fuere cual fuera el precio; que nunca me contó cuentos chinos sobre la realidad de su país, que cuando me acercaba a ella en busca de ayuda --y ocurrió tantas veces-- se limitó a ofrecerme los hechos crudos en bandeja, aderezados únicamente con el vitriolo de un comentario certero. Nunca perdió la ternura, y no dejó de trabajar --era periodista, no como los de España, sino mal pagados y en lugares difíciles--hasta que su propia sabiduría le advirtió que el cáncer también llenaba de manchas oscuras sus escritos. Luchó por la vida hasta el final. Por la injusta vida que le había tocado en suerte y que ella amaba tanto.

La última vez que salió a la calle, pocos días antes de su muerte, como pudo y con la ayuda de esos amigos escogidos que no le faltaron, fue para ir a la peluquería. Antes de irme a Chile, donde esperaba encontrarla aún con fuerzas para la despedida, escribí en mi cuaderno una lista de cosas que podrían interesarle: rimel Christian Dior --le encantaba el azul oscuro--, perfume, lápiz de labios. Fue allendista hasta la médula.

Es difícil redimensionar un mundo sin sus ojos vigilantes, sin sus certeras definiciones y su punto de frivolidad. Le debo una frase que me regaló cuando cayó el yeso de los comunismos del Este y nos encontramos con la descarnada arquitectura de Ceausescu y la indigestada incompetencia de tantos otros. Me dijo: «Yo sigo siendo una izquierdista visceral». Habíamos abandonado las teoría, o, mejor dicho, la forma en que se desarrollaron las teorías nos abandonó, pero Marcela reaccionó con la prontitud que su escepticismo y su gran sentido de la solidaridad le rescataban.

Nos encontramos la última vez en Santiago, la ciudad que amó tanto, y llegó a la cita con tantas desazones que ella siempre situaba en la sala de estar y acaba convirtiendo en algo que formaba parte de la vida. Esa vida suya que, en parte, me regaló y que si de alguna forma puedo devolverle será permitiendo que crezca en mí como una buena herencia.


Labor periodística

Con sus despachos periodísticos para la agencia Prensa Latina, Marcela Otero rompió el bloqueo informativo de la dictadura y puso a disposición del mundo un flujo de información no oficial sobre Chile.

Las agencias de prensa, que marcaron una epopeya del periodismo de este siglo con su "hora de cierre a cada minuto", tienen hoy poca relevancia ante las nuevas tecnologías, las micro computadoras, el módem, fax, las redes tipo Internet, el correo electrónico. Pero siguen vigentes para la prensa escrita, especialmente en el ámbito internacional. Los diarios locales del interior de los países del tercer mundo todavía se nutren con "el cast" de las agencias informativas.

"Actuó con audacia..."

"Marcela Otero actuó con audacia e inteligencia, acreditándose como corresponsal del Diario 16 ante la Asociación de Corresponsales de Prensa Extranjera y siendo su miembro regular desde que llegó a Chile", dijo Gustavo González, director de ínter Press Service.

Hernán Soto, subdirector de Punto Final, ex subsecretario de Minería de Salvador Allende, la evoca en 1985, cuando ya se había operado, avanzada su lucha contra el cáncer.

Hernán Soto: "En su casa de Macúl, a pocos metros de Irarrázaval, instaló un telex. Reporteaba, revisaba la prensa y transmitía diariamente a la central de Prensa Latina, a veces más de un boletín cuando se justificaba, como en 1985 y 1986, en vísperas del «año decisivo». En ese tiempo tuvo un rebrote violento del cáncer óseo, con perspectivas de muerte cierta, pero no interrumpió su trabajo".

Marcela Otero se casó en 1958 con el profesor y crítico de teatro Orlando Rodríguez, con quien tuvo dos hijos varones. A los veintiséis años se preparó sola para rendir bachillerato e ingresó a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Siendo aún estudiante, empezó a trabajar con gran ímpetu, innovando en el reportaje testimonial.

En esa etapa trabajó con Luis Alberto Ganderats, hoy editor de la Revista Semanal, de La Nación y ex director de Muy Interesante y de la Revista del Domingo de El Mercurio. Ganderats conserva una antigua colección de la Revista del Domingo, donde aparecen los primeros reportajes de Marcela.

Luis Alberto Ganderats: «Yo digo que Marcela Otero nació en un archivo periodístico, el de la revista Ercilla. La conocí cuando todavía era alumna de periodismo, pero como escribí mi tesis sobre Ercilla investigué muchos aspectos interesantes de la historia de esa revista, que resultaron relacionados con la vida de Marcela.

«Cuando el director de Ercilla era Manuel Seoane, un exiliado peruano del APRA, María Lanzarotti, la futura madre de Marcela, era jefa de los archivos de la revista. Allí conoció a Hugo Otero, otro periodista peruano, quien sería el padre de Marcela. Julio Lanzarotti llegó un vez a reemplazar a su hermana, durante unas vacaciones. Entró como archivero y a los seis años era director».

"Conocí a Marcela cuando hizo su primer reportaje para la Revista del Domingo de El Mercurio, también con su tío Julio Lanzarotti como director. Era entretenida, tenía bonita figura, el pelo liso y negro más abajo de la cintura. Era una mujer inteligente y, por cierto, con sentido del humor. Apasionada cuando se trataba de política... Estábamos en distintas trincheras durante la Unidad Popular, pero nos reencontramos marchando juntos contra Pinochet».

«Fue inolvidable cuando realizó un reportaje vivido haciéndose pasar por empleada doméstica durante dos o tres días. Más tarde, contestó al consultorio sentimental de un diario y concertó más de una cita a ciegas.

Se moría de susto. Yo le hallaba mucha valentía para juntarse sin testigos con un desconocido que hasta podía ser un psicópata. Poseía audacia y superaba sus miedos y esto lo demostró sobre todo ante la enfermedad. Marcela Otero nació en im archivo y ahora pertenece para siempre al archivo del periodismo nacional».

Testimonio de «Totó» Romero

Graciela «Totó» Romero, periodista de la revista Paula, fue su amiga desde que Marcela se inició en la Revista del Domingo de El Mercurio: «Marcelita era de las mejores periodistas que han pasado por este país. Recuerdo cuando llegó: preciosa, chiquitita, bien morena, ojos bien verdes, trenza a la espalda. Tan inteligente como coqueta, empezó con sus crónicas testimoníales y lo hacía estupendo. Era periodista aguerrida,: ¡la originalidad en persona!

«Después la han imitado mucho. Primero, se metió como empleada doméstica para describir la relación entre ésta y la patrona. Fue contratada por una señora muy "cuíca". En eso estaba, cuando me llamó llorando. A pesar de tener su trenza bien apretada, la señora consideró que debía cortársela y esa misma tarde la llevaría a la peluquería. Partí a rescatarla, haciendo de antigua patrona y anunciándole que ella tenía una tía muy enferma en el sur...»

«Luego, contestó una carta de un correo del corazón con un anuncio de este tipo: «Caballero soltero, buena situación, un poco bajito, etc.» La cita se acordó en un salón de té, por Ahumada. A la hora, me llamaba afligida por teléfono. El "Caballero bajito" era un enano de verdad, bastante perverso; después de atracarle la rodilla, desenguaracó su atributo. Captó que ella era periodista y le quería pegar. De nuevo, la fui a rescatar... En otra oportunidad, creo que llegaba Leonardo Favio, caracterizó a una «fan». Partió como verdadera «fan», sólo con la chauchera. El cantante era héroe de un público muy popular. A Marcela la tironearon, le tiraron el pelo, le robaron la chauchera, quedó morada. Pedí taxi para ir a buscarla al aeropuerto».

«Marcela, tras su alegría ocultaba una profunda seriedad y era realmente culta. Muy joven, tendría apenas treinta años y dos chiquitos preciosos, cuando vino el golpe tuvo que irse por sus muchas conexiones (aunque no era militante). Se fue a alojar conmigo, dejando a los niños bien encargados: se iban a juntar luego para embarcarse al Perú. Al aeropuerto yo caminaba con las rodillas blandas, con un susto, y ella, ¡un temple, una serenidad! Todavía parece que la veo: «Ándate al tiro», me dijo. Le respondí: «Sino te embarcas, ¿ cómo voy a saberlo? Mejor me quedo esperando». Todavía me dan ganas de llorar, la veo con la maleta colgando y despidiéndose con toda su sonrisa, como quien va a París».

«Cuando volvió de Cuba, carente de muchas cosas, me dijo: «¿Cómo no va a ser ése un país fantástico, donde te hacen la cirugía estética gratis, con cargo ala salud pública?...» Uno de sus niños tuvo la mala ocurrencia de venir a verla en un viaje clandestino desde la entonces Unión Soviética. Después de eso, me llamó. La visité, pero en la puerta había un tipo raro. «No, hoy no puedo probarme el vestido, tengo que salir, adiós», me dijo sin dejarme entrar. ¡Tenía un valor! No quiso implicarme en nada».

«Fue un momento muy difícil, pero hubo periodistas generosos que la defendieron, porque ella quebraba barreras. Ganderats la apoyó mucho como corresponsal de una agencia extranjera. Aguerrida, serena, sabia, fue coquetona durante toda su enfermedad. Primero, la mortificaron los tratamientos; luego la cosa se fue poniendo más grave, cuando se le quebraban los huesos... Un día, me dijo: «Cuando no pueda maquillarme, ahí sí que estaré lista. Llámame antes de venir a verme y yo te diré si puedes: no quiero que nadie lo pase mal conmigo cuando me siento mal». Era toda cortesía y sensibilidad. A veces nos juntábamos a tomar té, con un pastel que apenas probaba. Llegó donde el doctor Filio Amesti, quien se preocupó mucho por ella y la atendió sin cobrarle; hasta la iba a ver a la casa, pues entendió que ella era un ser humano de excepción. Sentí envidia cuando me contó que, en Cuba, fue un rato "polola" de Gabriel García Márquez. Me decía que él habla igual como escribe: era mágico hasta para pedir el café con leche; oírlo era como leer Cien años de soledad. Yola escuchaba con la boca abierta... Trabajó hasta el final. Tenía su teletipo al lado y trabajando era el momento en que se sentía bien. La separación física de sus hijos la asumió con cariño, alegría y sin reprobar nada: «Ya crecieron y decidieron, sus caminos». Ella, sólo reprobaba la tontera y el beaterío. Por algo es que hay un Club de Amigas de Marcela Otero, organizado por Patricia Verdugo».

Testimonio de Lidia Baltra

"Llegó del exilio por ahí por 1983, en medio de las protestas contra la dictadura pinochetísta. Se había ido con dos hijos y volvió sola. Antes del golpe se había separado de su marido, el director de teatro Orlando Rodríguez. Y sus hijos abrazaron la causa socialista. Uno se quedó en Cuba y el otro en la Unión Soviética.

«Pero Marcela volvió, pues sus raíces y su sentido de la responsabilidad la llamaron. Quería su puesto en la lucha y vivir aquí su utopía y no en otra parte. Escogió como su frente el mismo nuestro, el de su vocación: el periodismo y los periodistas. Apenas llegó, se puso de lleno a apoyar a sus colegas en esa trinchera que teníamos en el Colegio de Periodistas desde que, a fines de 1981, se hicieron las primeras elecciones libres y consiguiéramos ocupar cargos dirigenciales de importancia.

«Marcela no era colegiada, porque, como tantos colegas que empezaron a trabajar cuando aún eran estudiantes, nunca se recibió y por tanto, no podía colegiarse. Pero sabía que allí tenía su lugar de lucha y participaba en todas las reuniones, mítines, marchas que en esos tiempos hacíamos por la libertad de expresión y el regreso a la democracia. Recuerdo en especial su decidida presencia en las marchas, pero también en actos culturales, como una exposición que hicimos en los salones del Círculo de Periodistas sobre los periodistas en el exilio, con fotografías, textos y grabaciones de su desempeño profesional más allá de nuestras fronteras.

La visita de uno de sus hijos a mediados de los '80 la estremeció, al igual que a todos sus amigos. El muchacho llegó por tierra, en forma totalmente ilegal, caminando por cerros y quebradas. No tenía ningún papel que mostrar, pues todos eran de su país de procedencia. Si lo llegaban a detener... ¡no queríamos imaginar que pasaría! Ella sufría el doble, seguramente, pero nosotros no andábamos muy lejos, porque aún cuando nunca lo conocimos, la tensión tremenda de saberlo aquí en esas condiciones y bajo la dictadura, eran para agobiar al más fuerte. Formamos una cadena de solidaridad para ayudarla a ocultarlo mientras durara su permanencia aquí, pero así y todo era difícil, pues no podía permanecer mucho tiempo en un solo lugar sin poner en peligro a los dueños de la casa de turno.

La otra tensión, que ella misma, con su valentía, nos ayudó a sobrellevar, fue cuando instaló en su departamento de Macúl, primero, y luego en la casa de Eliecer Parada, un. telex para comunicarse con Prensa Latina, la agencia cubana expulsada del país apenas sobrevino el golpe militar. Ella nos lo mostró y explicó su trabajo diario en él, tal vez para que supiéramos el por qué, si alguna vez la detenían, y pudiéramos difundirlo. En esos años, la única defensa
para aquéllos que pasaban apremios con la DINA-CNI, era dar a conocer su detención o secuestro. Era una de nuestras principales tareas como dirigenta del gremio. Afortunadamente, nunca pasó nada con ella. Con la vuelta a la democracia, en 1990, Prensa Latina volvió a instalar oficinas en nuestro país, reanudando a plena luz una tarea que años antes había comenzado Marcela en una peligrosa clandestinidad.

Además de enfrentar a la dictadura con serenidad y firmeza hasta el último momento, Marcela supo enfrentar a la muerte. También para esto se requiere ser valiente y ella lo fue. Asumió su dolorosa enfermedad con estoicismo. Se daba--le dábamos también-- ánimo y salíamos de paseo con ella los domingos fuera de Santiago. Quería estar cerca de la naturaleza. Una vez fuimos a Portillo en pleno invierno, donde nunca había estado, y pudo despedirse de la belleza de Los Andes.

Cuando ya no podía salir de su casa, y en los momentos en que los calmantes le habían hecho efecto, nos pedía que fuéramos a verla y le contáramos los últimos chistes y chismes políticos y del gremio. En todas esas ocasiones, nos recibía siempre muy arreglada, luciendo sus más lindas túnicas --su vestimenta favorita--, peinados su cabellos negros y brillantes y levemente maquillado el atractivo rostro. No quería que la viéramos mal.

Cuando murió --a diez días del primer aniversario del Gobierno democrático, dejó establecido con qué ropa quería que la vistieran para su último viaje: una hermosa túnica mexicana. La velamos en un lugar muy querido, de tantas emocionantes reuniones para todos quienes estábamos en la misma lucha: en la Parroquia Universitaria, a un costado de la Iglesia de Av. Pedro de Valdivia. Amigos, periodistas, artistas y políticos del más amplio espectro de la Concertación, nos reunimos para darle el último adiós.

Marcela no fue secuestrada ni asesinada por la dictadura, a Dios gracias. Pero si el cáncer, como dicen, es una enfermedad que se gatilla por angustias del alma, entonces sí podemos afirmar que hubo una responsabilidad moral de ese régimen en su deceso, como en el caso de Pablo Neruda y de tantos otros chilenos que sufrieron la larga noche de nuestro país.

Así como fue valiente y decidida para enfrentar la vida, Marcela también lo fue para enfrentar la muerte. Se dejó llevar por ésta sin una queja, con la sonrisa en los labios. Lo que tal vez es más difícil.


Maruja Torres es periodista, española, y amiga de Marcela Otero.

Virginia Vidal, escritora, colaboradora de Punto Final y Mensaje, reportera de El Siglo (1966/73), autora de Emancipación de la, mujer. Editorial Quimantú (1972); Rumbo a Itaca (1987), Cadáveres del incendio hermoso (1990), Premio de Novela "María Luisa Bombal" y Premio Municipal de Literatura; Balmaceda, varón de una sola agua (1991), Testimonios de Francisco Coloane (1991), América de a caballo (1998), Agua Viva. Gabriela Mistral y la Juventud (1994).

Lidia Baltra, periodista, dirigente nacional del Colegio del gremio en la época en que Marcela Otero instaló Prensa Latina.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 09nov01