Morir es la noticia
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Gráficos desaparecidos

por Sergio Villegas(*)

1976 fue un año duro. La represión se amplió con el nuevo pretexto de las «casas buzones», que serían los puntos de enlace del PC con sus comités regionales. Más de un centenar de personas se incorporó así a la lista de los detenidos de la DINA que desaparecieron en la noche de aquel período. No hubo gestión, recurso legal o protesta que pudiera regresarlos al seno de sus familias, al mundo de la normalidad, de las presencias cotidianas e incontestables. Fue una represión "seca" sin justificación real. Muchas víctimas fueron hombres del gremio gráfico, cuyo delito más grave fue contribuir profesionalmente a la publicación de la prensa izquierdista, perseverar en sus ideas y concordar con la mayoría respecto al desastre que significaba el régimen militar. De esos trabajadores, de sus familias diezmadas, de su indefensión y de su entereza tratan estas páginas.

Exterminio de dos familias

  • Hugo Ernesto Vivanco Vega (padre)
  • Alicia Herrera Benítez (esposa)
  • Nicolás Vivanco Herrera (hijo)
  • Oscar O. Ramos Garrido (padre)
  • Oscar Arturo Ramos Vivanco (hijo)

Carmen Vivanco es como el eje de un tragedia que afectó a dos familias: la que formó con su marido, Oscar Ramos, y la de su hermano Hugo, funcionario de la empresa editora Horizonte y jefe de distribución del diario El Siglo.

hugo vivanco vega

Hugo Vivanco fue el primero. Lo detuvieron y desapareció el 4 de agosto de 1976. Permaneció en su puesto de trabajo hasta el 11 de septiembre de 1975, día en que el nuevo régimen clausuró y confiscó el diario y la empresa, al mismo tiempo que enviaba a prisión al gerente, Luis Barría.

Su hermana recuerda que a Hugo le aconsejaron que se fuera, al norte o al sur, como lo hizo mucha gente, pero no quiso. Vivió un tiempo donde un hermano, pero volvió en cuanto pudo.

Carmen Vivanco: "Mi hermano se entregó de lleno en todo el período difícil, porque había que poner muchas cosas a salvo, según decía. De algún modo se las arregló para hacer de vendedor ambulante, ofreciendo Jabones, peinetas, para tener la ocasión de tomar contacto con los viejos

compañeros. Junto con la impresión de algún volante, ese contacto era la única posibilidad de resistir, de no sentirse arrollados y diezmados por el terror".

Vivanco estaba enfermo, tenía una afección grave a las piernas y a la cintura; apenas podía caminar. Estaba comenzando a reponerse cuando tuvo la mala idea de salir a comprar pan. Al mediodía del 4 de agosto, dos hombres de complexión robusta lo detuvieron, apartaron a una vecina que quiso intervenir y lo arrastraron hasta el auto en que habían llegado. Fue el comienzo.

Vivanco estaba casado con Alicia Herrera, de 51 años, quien ese día llegó a su casa a las dos de la tarde. Cuando supo lo ocurrido, partió desesperada a la Calle 7 de Apoquindo, a casa de su cuñada Carmen, para ver qué medidas podían tomarse. También telefoneó a su hijo Nicolás, que trabajaba en la automotora Peugeot, en San Felipe. Siguiendo la tradición familiar, Nicolás también trabajó en Horizonte como operario de mantención, pero una dolencia en los brazos lo obligó a cambiar de profesión e irse al norte.

Detención de Alicia Herrera

Alicia Herrera Benitez

Apenas recibió el llamado de su madre, Nicolás partió angustiado a Santiago. Llegó tarde, porque en la casa paterna no había nadie. Todo estaba revuelto. Allanamiento total. Por gente del barrio supo que su madre fue detenida a las 16:00.

Cuando su prima Genoveva Ramos llegó a ver la casa, lo encontró desesperado en medio del desorden, revolviendo cosas en busca de fotografías para llevarlas a la Vicaría de la Solidaridad. Quería pedir ayuda, pero no encontraba las fotos. Genoveva lo convenció de no permanecer allí; buscarían las fotos después. Nicolás durmió esa noche en casa de los tíos Ramos Vivanco y a la mañana siguiente regresó a San Felipe para renovar el permiso y continuar la búsqueda. Su tía Carmen Vivanco también salió temprano a hacer diligencias. Ese 5 de agosto quedó presentado un recurso de amparo en favor de Hugo Vivanco, que la Corte falló en contra dos meses después. Otro recurso en favor de Alicia Herrera Benítez tuvo una breve respuesta: "No ha lugar".

¿Quién fue Hugo Vivanco?

Carmen Vivanco: "Desde niño era un distribuidor nato y muy entusiasta de la prensa popular. Vivíamos en las salitreras, en la oficina Aníbal Pinto, y caminábamos kilómetros por la pampa, en plena noche, repartiendo el diario. Lo hacíamos de noche porque estaba prohibido acercarse. Había que esperar que pasaran los «bienestares», los rondines, para acercarse y golpear".

--¿Qué diario era?

Carmen Vivanco: «Me parece que "El despertar de los trabajadores" Hablaba mucho de Rusia, de lo que había pasado en 1917, y de las cosa del norte, donde había efervescencia. Mi padre no sabía leer, pero apoyaba a la FOCH, la federación obrera. Se asustaba de nuestras andanzas tan tarde, pero apenas llegaba el diario, a veces a la una de la mañana, me pedía que le leyera. Yo andaba entonces entre los 13 o los 14 y mi hermano era dos años menor. El era el organizador. Cerca de nuestra casa había una estación de donde partían los obreros a los centros de trabajo. Mientras esperaban, le pedían a Hugo: «Ya, cabrito, qué diario tenís, lee pues». Mí hermano se sentaba y les leía. Le gustaba, se ponía cerca para que lo llamaran».

--¿Tenían instrucción primaria en la pampa?

Carmen Vivanco: «En Aníbal Pinto había solo tres años de escuela, pero leíamos todo lo que llegaba a nuestras manos, especialmente historia de Chile. Para él no era fácil, porque ahí trabajaban los mineros pero también los niños. A los siete años mi hermano empezó cargando latas. Quedó con problemas en las manos y un hombro caído. Casi no pudo hacer el servicio militar:

Caen Oscar Ramos y Oscar Arturo

Cuando Carmen Vivanco volvió a su hogar de la calle 7 de Apoquindo, su impresión fue enorme. Su marido y su hijo estaban detenidos. Genoveva, mientras preparaba almuerzo, vio estacionarse un auto rojo, sin patente, con cinco hombres en su interior. Dos tocaron con insistencia el timbre, dando voces para que abrieran rápido. Quien abrió --y se demoró porque estaba arreglándose para hacerlo-- fue el hijo de 25 años, Oscar Arturo, que tuvo un fuerte cambio de palabras con los que golpeaban. Estaba dispuesto a cerrarles el paso. La respuesta fue su detención inmediata.

Un hijo menor de Genoveva y los vecinos vieron esposar al joven e introducirlo al vehículo a empujones. Mientras se producía el incidente en la puerta, otros dos agentes penetraron rápidamente revisándolo todo.

Oscar Arturo se tituló de tornero en la Escuela Industrial de Puente Alto y también trabajó en Horizonte, pero una enfermedad a los oídos lo obligó a cambiarse de oficio. Aprendió montaje de radios, trabajaba en casa, en un tallercito acondicionado en una pieza del fondo, donde los agentes de la DINA encontraron en ropa de trabajo a Oscar Ramos, su padre de 70 años que solía ayudar. Se lo llevaron detenido.

Existía preocupación porque se estaban produciendo muchas detenciones con idéntico desenlace: la desaparición de los detenidos. Los agentes entraron a la casa de Apoquindo sin otra credencial que la fuerza, sin orden de detención y menos de allanamiento. El crimen, el doble secuestro, quedó en la nebulosa. Los hechores no dejaron huellas.

Cae Nicolás

Pero faltaba un capítulo en esta historia. Nicolás, el hijo único de Hugo Vivanco y Alicia Herrera estuvo viajando entre San Felipe y Santiago en esos días de zozobra, cumpliendo con su trabajo y, al mismo tiempo, haciendo lo imposible por saber de sus padres. Seis días después de la desaparición de sus progenitores, el 10 de agosto, salió de la casa de los Ramos Vivanco, en Apoquindo, para irse a San Felipe con una tía, pero no se embarcó en el bus, prometiendo a su pariente que viajaría más tarde. No apareció más. Nicolás tenia 30 años. Su esposa y sus tres hijos viven aún en San Felipe.

Otras «tácticas» de la DINA

La DINA volvió al ataque de otra manera, con una cierta discreción. Donde Carmen Vivanco llegaron dos agentes, haciéndose pasar por personal de la Vicaría de la Solidaridad. Querían que firmara una declaración asegurando que sus familiares no habían sufrido molestias, que gozaban de perfecta salud y que se hallaban en libertad. Los esbirros se movilizaban en un Volskwagen cuya patente dio la pista: pertenecía a un detenido de 1975, de apellido Penjean. Después, otros dos agentes, identificándose como tales y anunciando que investigaban los hechos, le pidieron su versión por escrito. Carmen protestó, pero puso en un papel todo lo que sabía. Los agentes leyeron el texto, lo rompieron en mil pedazos y se fueron.

El día que detuvieron a su esposo, Carmen Vivanco presentó un amparo que la Corte de Apelaciones contestó 22 días después con su invariable "No ha lugar". El ministerio del Interior afirmó que no se había detenido a las personas y eso bastaba para que los tribunales dieran por cerrado el caso. Una denuncia por presunta desgracia en favor de Ramos sigue pendiente en el 6º Juzgado del Crimen, veinte años después.

En algunas ocasiones, la dictadura trató de atenuar la inquietud internacional por estos crímenes, manifestando a los organismos de derechos humanos de Naciones Unidas la imposibilidad de hacer algo por las víctimas debido a la ausencia de registros de identificación en la morgue y en los cementerios. Virtualmente, no existían.

Editor de El Popular

Pero Oscar Ramos Garrido era tan real como su historia de joven obrero formado a fuerza de tesón.

Su mujer, Carmen, lo recuerda estudiando sus preparatorias en el norte, desempeñándose como júnior y estudiando electricidad por correspendencia en María Elena. Luego aprendió a "parar tipos» en una imprenta clandestina que, en los años '40, imprimía El Popular de Antofagasta, trabajo que le costó un año de relegación en Pisagua. Cuando llegó a Santiago fue cargador de camiones de un frigorífico, secretario de un diputado (Santos Leoncio Medei, de Arauco), hasta que llegó a Horizonte, donde se hizo linotipista. Fue dirigente sindical, con fama de hombre serio, firme y a la vez ponderado. Tuvo compañeros que fueron altos dirigentes políticos, como el jefe de producción Víctor Díaz, también nortino, y el linotipista Uldarico Donaire Cortéz, ambos detenidos en las razzias del '76 y hasta hoy desaparecidos.

Compartió también muchas peripecias de esa imprenta que dio vida a diarios y revistas no siempre del gusto de las esferas oficiales, come El Siglo, El Espectador, Ultima Hora, Puro Chile y Vistazo, aparte de varios periódicos sindicales.

De relegado a Intendente

En 1957 fue relegado con casi todo el personal de Horizonte, después que fuerzas policiales con apoyo militar en la calle destruyeron pieza por pieza la maquinaria de imprenta. Los autores fueron descubiertos y castigados tras un largo proceso militar conducido por un oficial joven, recordado como El Fiscal de Hierro.

Durante el gobierno de Allende, Ramos se incorporó de lleno a la política. En 1972 fue designado Intendente de la provincia de Llanquihue. Se resistió porque era un terreno desconocido, difícil. "Fue un sufrimiento --recuerda Carmen--, pero al final aceptó». Tuve que investigar y leer de todo para Interiorizarse de la historia y los problemas de la región. «Fue amplio y se entendió con todos. Así me lo dice incluso gente de la oposición, como el diputado Elgueta, democratacristiano, alcalde de Puerto Montt en aquella época».

El golpe sorprendió a Ramos hospitalizado en Santiago por una operación. La familia se quedó a vivir en la capital y cuando las cosas parecieron tranquilas se trasladaron a la casa de la Calle 7 de Apoquindo, adquirida a través de una caja previsional. Pasaron tres años relativamente en paz, hasta el 4 de agosto de 1976, cuando la detención de Hugo Vivanco y de su esposa dio comienzo a la desaparición de las dos familias.

Sin abrigo, ni zapatos

--Señora Carmen, ¿nunca en estos 20 años tuvo noticias, algún indicio, sobre la suerte de sus parientes desaparecidos?

Carmen Vivanco: «Nunca, aunque hace poco me enteré que un testigo dijo en la Vicaría haber estado en Villa Grimaldi con mi hijo Oscar Arturo. Pero es alguien que vino del exilio hace cuatro años y se fue pronto. Me gustaría enormemente hablar con él. Cuando estaban en ese recinto de tortura, mí hijo le contó que le habían quitado su «montgomery» y le habían cambiado sus zapatos nuevos por otros viejos. Eso me hizo recordar que cuando se lo llevaban detenido, mi marido le dijo a Genoveva: «Pásale el «montgomery» para que no vaya en mangas de camisa».

"Los zapatos se los puso a la carrera cuando sintió los timbrazos en la puerta. Había anunciado que si llegaban a buscar a Oscar, enfrentaría a la DINA. Tomó esa decisión porque le rogaba al padre que se fuera lejos y Oscar, que ya tenía 70 años, le respondía «No hijo, si hay que afrontar algo, aquí vamos a afrontar». Creo que Oscar Arturo iba dispuesto a todo, pero fue al primero que detuvieron. No pudo hacer por su padre lo que pensaba"

Carmen Vivanco no habla mucho de su drama personal. Ha vivido 20 años buscando a los seres queridos que perdió en 1976, pero también preocupada de todos los que sufrieron esa suerte, como lo revela su actividad constante en las organizaciones de derechos humanos.

Tiene devociones invariables, como esas mujeres que pueden estar años esperando silenciosamente que regresen el marido o el hijo y volarán cotidianamente del trabajo a la casa para estar puntualmente a la hora de preparar el almuerzo, la hora ritual de la familia. Aunque la fría razón y a la cordura, digan lo contrario, siempre tendrán una esperanza que tal vez nunca se extinguirá.

La DINA toca a las puertas

Juan Aurelio Villarroel Zárate, 55 años a la fecha de su detención, ex fotograbador y dirigente sindical de la empresa Horizonte, domiciliado en Conchalí, tomó un bus el 13 de agosto de 1976, con el propósito de visitar a una tía en Cerrillos.

Los pasajeros lo vieron descender en la estación Mapocho para hacer un trasbordo. Desde entonces se encuentra desaparecido. Un ex detenido, Máximo Omar Vásquez Garay, manifestó en declaración jurada que vio a Villarroel en Villa Grimaldi entre los meses de agosto y septiembre. La familia presentó un recurso de amparo, pero el ministerio del Interior dijo no saber de su detención. Y eso bastó para que la Corte de Apelaciones rechazara el amparo.

Moisés Eduardo Mujica Maturana, 30 años a la fecha de su detención, ex corrector de pruebas de la Editorial Quimantú, domiciliado en la población Cerro Navia de Pudahuel, fue detenido a las puertas de su casa, el 29 de abril de 1976, aproximadamente a las 8 de la mañana, cuando se dirigía al trabajo.

Su esposa, Marina Irarrázabal Alarcón, lo acompañó hasta la esquina. "Se acercó a nosotros un automóvil negro, cuya patente no pude identificar", relató. Los hechos se produjeron con gran rapidez. Del interior del auto bajaron tres individuos diciendo que eran de "inteligencia" por lo que deduje pertenecían a la DINA. Sin decir otra cosa, abofetearon a mi marido, lo introdujeron al vehículo y partieron a toda velocidad».

Ninguna de las gestiones realizadas por la esposa en los tribunales tuvo resultados. Quimantú, que desarrolló un trabajo editorial tan importante en la época de Salvador Allende, estaba en la mira. Exactamente 90 días después, sería detenido, y desaparecería para siempre, el periodista Guillermo Gálvez, presidente del sindicato único de esa empresa.

José Vicente Tolosa Vásquez, 28 años a la fecha de su desaparición el 15 de julio de 1976, era linotipista y dirigente del gremio y miembro del departamento juvenil de la Central Unica de Trabajadores (CUT).

El día de su secuestro asistió a una reunión en la Vicaría Sur del Arzobispado de Santiago para discutir problemas que sufrían los cesantes de diversos sectores. Salió de la reunión aproximadamente a las nueve y media de la noche y desde entonces no se supo más de él.

El sacerdote Fernando Vives observó dos automóviles estacionados cerca del lugar con las luces apagadas y numerosas personas en su interior. El vicario episcopal de la zona sur, padre Gustavo Ferraris, confirmó la presencia de Tolosa en la reunión sindical. No obstante, las cortes de Apelaciones y Suprema desecharon el amparo presentado por la esposa, Teresa Salazar Cisterna, porque el ministerio del Interior se apresuró a decir que Tolosa no estaba en sus listas de detenidos.

Los Recabarren, otra familia

  • Manuel Segundo Recabarren Rojas
  • Luis Emilio Recabarren González
  • Guillermo Recabarren González
  • Nalvia Rosa Mena Alvarado

Ana González perdió a su familia de trabajadores gráficos «en menos de doce horas. El 29 de abril de 1976 miraba en su casa de la calle Cantares de Chile (hoy comuna de San Joaquín) una desagradable película de experimentos con ratas, que siempre asocia con el recuerdo de lo que comenzaría a sucederle minutos después.

 Manuel Segundo Recabarren Rojas

Ana González: «De pronto sentí llorar a un niño, a lo lejos. Le comenté a mi otro hijo: «Mira, llora un niño en la calle». «Cierto, mama». Seguimos viendo la tele, pero el llanto se fue haciendo más fuerte. «Algo le pasa a ese niño». Sale mi hijo y me dice que hay un niño aferrado a la reja del jardín y luego grita: «¡Mamá, si es El Puntito!» Así le decíamos al nieto de dos años y medio que esa mañana salió con su madre, Nalvia Rosa Mena Alvarado, a visitar una tía en General Velásquez.

Detrás de El Puntito había una señora que preguntó: «¿Es de aquí este niño?» Le dije que era mi nieto y ella me cuenta que lo encontró en la calle. Había tocado el timbre en todas las casas, pero, como nadie le abría, pensaba llevarlo a la comisaría. Iba saliendo de su casa cuando vio que desde un auto con el motor en marcha en medio de la calle, se bajó un hombre de aspecto robusto, sacó del vehículo al niño y lo dejó sentado en la cuneta, llorando. Le di las gracias y fui al lugar queme indicó. Allí esta el Topo Gigio de Puntito, un muñeco de trapo que estaba de moda en ese tiempo. No le hizo caso, seguía llorando. Me pregunté «¿y dónde está el papá?, ¿y dónde, la mamá?» No se veía un alma en la calle. Volví y salí con mi marido a mirar por todas partes, casas, restaurantes, por si el niño se les había escapado sin que se dieran cuenta. Nada ¿Qué hacer a esa hora? No teníamos plata, ni teléfono, y se acercaba el toque de queda.

Manuel Guillermo Recabarren Gonzalez

"Al día siguiente tenía que estar a primera hora en la empresa del agua potable, donde era concesionaria del casino. Ahí empezaríamos a movernos. Nos quedamos en pie, esperando labora. No queríamos especular nada, pero estábamos con el alma en un hilo. Eran las vísperas del primero de mayo y con mi marido habíamos decidido hacerles empanadas a los trabajadores, en gesto silencioso de celebración. El canasto estaba pesado y Manuel partió adelante, como a las siete. Cuando cerró la puerta, sentí como si el cerrojo me hubiera rebotado en el pecho. Yo salgo siete minutos después, con otro nieto de cuatro años, y me demoro poco en llegar, del paradero 16 al 85 de Santa Rosa.

«Un sobresalto, una angustia, cuando bajo de la micro y veo que las puertas se encuentran cerradas y los trabajadores están afuera. «¿Y Manuel, dónde está Manuel? El tenía que abrir». Entonces tuve la certidumbre total: Manuel estaba detenido y los hijos con la nuera, también. Me dieron ganas de gritar, de echar la casa abajo, pero me contuve. Sentí que con eso iba a atormentar al niño, tanto como estaba ya atormentado el nieto más pequeño, Puntito. Cuando llegó el gerente, le conté. Se indignó. Tomó el teléfono y se comunicó con Segundad de la empresa. Un milico le respondió que tal vez habrían detenido a los jóvenes, porque pronto llegaría una delegación de la OEA y la policía tomaba medidas preventivas. Había que averiguar en el ministerio de Defensa. Volví a la casa. Debajo de la puerta encontré una nota que decía: «Señora Ana, acuda a la Vicaría de la Solidaridad».

"En ese momento llegó de visita una señora de derecha, del Partido Nacional, integrante de la junta de vecinos, donde yo fui secretaria. Me cuenta que en un velorio alguien le comentó que en Sebastopol con Santa Rosa se produjo una detención muy violenta. Una de las detenidas era una joven con un niño pequeño que lloraba. Como se resistió, le dieron un culatazo en el estómago, le quitaron el niño y la metieron a la fuerza en uno de los tres vehículos utilizados. Junto

con la joven detuvieron a dos hombres que la acompañaban. De inmediato, la señora pensó que se trataba de «los hijos de la señora Ana», Luis Emilio, de 89 años, y Guillermo, de 88. Después se supo que en la acción represiva también participó una patrullera de Investigaciones y que Nalvia Rosa estaba semi inconsciente cuando la empujaron al auto".

De sus cuatro familiares, el marido, los dos hijos y la nuera, no se supo nunca más. Se interpuso un recurso de amparo. El ministerio del Interior dijo que no había detenido a esas personas y la Corte de Apelaciones sobreseyó la causa.

En agosto de 1976 se produjo un episodio curioso. Ernestina Alvarado, la madre de Nalvia Rosa, fue al ministerio de Defensa a preguntar por una investigación que ordenó el general Garay, a pedido suyo. En el sexto piso, un funcionario del Departamento Confidencial, Nelson Rivas, le comunicó que el asunto marchaba. Ocho días después, el mismo Rivas le aseguró que sus familiares estaban vivos. «Aquí no se mata a nadie», mintió. En la tercera entrevista, Rivas negó todo, deslizando que tenía que «cuidar el pellejo». Ernestina presentó una querella criminal contra el funcionario. El proceso no siguió adelante porque Investigaciones informó al tribunal que en el Departamento Confidencial del ministerio de Defensa no había ningún funcionario llamado Nelson Rivas, "ni lo ha habido antes".

Ana González: «A mi casa llegaron militares a asegurarme que la investigación se hacía y que ellos habían corroborado los hechos con testigos, de modo que fui también a preguntar al ministerio. Me atendió el coronel Cruz, quien tuvo un ataque de cólera cuando le dije a qué iba. «Aquí--dijo, imitando a otro--, no se mueve una hoja sin que yo lo sepa, así que Usted está mintiendo». Pero seguimos yendo. Nos decían vuelvan mañana, vuelvan pasado. Al final, nos pidieron que no volviéramos más.

¿Quién fue Recabarren Rojas?

Manuel Segundo Recabarren Rojas fue dirigente nacional del gremio gráfico y presidió diversos sindicatos, como los de Editorial Universitaria y de Nascimento.

Ana González: "Como toda la gente de su clase, fue una persona, esforzada y sacrificada. A los siete años andaba afanado por Las Condes, cuando ahí no había ni caminos. Su viejo trabajaba en la construcción y él le ayudaba a sacar arena o a enderezar clavos, porque era víspera de la segunda guerra y todo se aprovechaba. Entró a los talleres de El Siglo muy joven, llevado por su madre. Era el mayor de ocho hermanos y la familia pasaba apuros. Estuvo sólo dos años en la escuela. Les decía a los niños «Llegué hasta El Pato y me eché». Se reían. Trabajó en La Nación. De ahí pasó a Nascimiento Jubiló en la Editorial Universitaria. Como dirigente sindical, lo eligieron apenas tuvo edad suficiente para presentarse. Era un hombre tranquilo, pero de mucha entereza. Como gráfico sentía el orgullo de haber participado en la edición clandestina de dos obras de Pablo Neruda en tiempos de González Videla: primero, el Canto General, que fue haciéndose por pliegos que se escondían en los pliegos de otra obras y, luego, el Cuándo de Chile, donde el poeta exiliado recuerda a su patria. De Manuel no sé otra cosa que desapareció aquella mañana. ¿Lo detuvieron en la calle, en la micro? No lo sé

--¿Al hijo mayor le pusieron Luis Emilio por algún parentesco con Recabarren?

Ana González: "Parentesco no hay. La causa fue mí gusto por los nombres históricos o novelescos, Víctor Hugo, Luís Emilio. Mi hija se llama Patricia Ethel, por Ethel Rosenberg. Y Luis Emilio no es un nombre que pase inadvertido en la historia de Chile".

--¿Cómo era Luis Emilio?

Ana González: "Travieso, sarcástico a veces, generoso, buen padre, también polémico, una personalidad fuerte, con arrastre. Era dirigente de los empleados de la Universidad Técnica, donde trabajaba como fotolitógrafo. Estudió la profesión de noche. Después del golpe instaló una oficina que contrataba trabajos de impresión, donde acogió a su hermano Guillermo, de 22 años, que desapareció con él. Además, compraban y vendían papel. La oficina quedaba en Nataniel, frente al ministerio de Defensa. Ahí fue a buscarlo Nalvia Rosa aquel día en la tarde y desde ahí partieron los cuatro hacia acá, con Puntito. Vivían en esta casa, que compramos hace 85 años, y fue extendiéndose por el patio a medida que la, familia crecía. Sin que lo supiéramos, estaban a un paso de nosotros cuando fueron interceptados por la DINA en Santa Rosa con Sebastopol.

"Nalvia Rosa era una niña maravillosa, de apenas 81 años, muy trabajadora y con mucha comprensión de los momentos difíciles que se vivían. Tengo la impresión que andaba en la cartera con la revista Principios, que estaba super prohibida por la dictadura. La había prestado y quería traerla ese día para que la leyera Manuel.

--Se dice que estaba esperando familia.

Ana González: "Querían otro niño para que Puntito no estuviera solo. Al final se quedó más solo, sin hermano, sin padres. Nalvia nació de un matrimonio que vivía en una casa pequeña de la CORVI, con sus once hijos, gente de raigambre muy popular que a todos les dieron educación. Después del golpe, y de lo ocurrido con Nalvia Rosa, la familia se dispersó. Murió el padre, un hermano se fue a Brasil, otro a Europa, creo, y otro que era profesor se suicidó por varios problemas que hicieron crisis. No sólo se moría en la tortura en ese tiempo. La madre se vio obligada a emigrar y se llevó al hijo de Nalvia, a Puntito».

--Que también se llama Luis Emilio...

Ana González: "Tiene 22 años. Estudia muy lejos y, de vez en cuando, viene a visitar a su abuela de Chile, a ver cómo sigue la familia, que crece a pesar de todo. Un alegrón".


Fuentes: Carmen Vivanco, Ana González, otros familiares. Volumen 2 de "¿Dónde están?"
Sergio Villegas, periodista y escritor, trabajó en Vistazo, El Siglo, vivió el exilio en Alemania y es redactor de Punto Final.


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