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03jul05


Conjuro contra el miedo.


Ser valiente no significa no sentir miedo, sino aguantarse el miedo que se siente, sobreponerse a él, y enfrentar el origen de la amenaza de la manera más eficaz. Es lo que acaba de hacer Daniel Coronell, y todos sus colegas le debemos solidaridad y agradecimiento, porque atreverse a denunciar en este país de silencios, es un ejemplo del tipo de valor que hay que tener.

A más de un bandido, ahora, le temblará la mano para seguir mandando sus anónimos. Los enemigos no son invulnerables, ni invencibles; son seres de carne y hueso, potentes pero no todopoderosos. Así que señalarlos, desenmascararlos, desnudarlos, es el primer paso para quitarles su prepotencia.

Se dirá que eso puede hacerlo solamente un periodista con voz y con poder en los medios. No es así. Hace seis meses una amiga mía, empleada en una pequeña empresa, empezó a recibir llamadas de un extorsionista. O entregaba cuanto antes 10 millones de pesos, o a su hijo de 22 años (que estudia en tal universidad y vive en tal dirección) le pasaba lo peor. Ella y su hijo se fueron momentáneamente de la casa, pero el Gaula instaló un teléfono especial ahí, y ella podía contestarlo en otra parte. Empezaron a rastrear al tipo de las amenazas, y aunque llamaba desde distintos teléfonos públicos, lo grabaron y lo cogieron in fraganti mientras la chantajeaba. Resultó ser un ex teniente del Ejército y ahora está en la cárcel.

Cuando 'Don Berna' se voló de la zona de despeje de Ralito, en Medellín hubo un paro de buses. La prensa empezó a decir que los paracos eran todopoderosos en Medellín. Que 'La Oficina' manejaba todos los hilos del poder en esta ciudad. Tampoco es así. Difundir esa idea es producir miedo generalizado, parálisis, intimidación de la ciudadanía. Ellos podrán parar algunas líneas de buses un par de días. Pero no controlan toda la ciudad, ni podrán arrodillarla una semana. Ni el alcalde ni los funcionarios de esta ciudad están al servicio de la nueva mafia, puedo asegurarlo, y el poder del gobierno local, en este momento, es superior al de los mafiosos. Los funcionarios legítimos tienen más poder moral, y también más poder en términos de fuerza bruta (la que los ilegales mejor entienden).

En Colombia nos encanta convertir a los delincuentes en monstruos invencibles. Esto produce derrotismo, desánimo. En Italia la primera estrategia para derrotar a la mafia (que hoy no es ni la sombra de lo que fue) consistió en convertir a los mafiosos en lo que eran: personas comunes y corrientes, con barriga y dolor de muelas, con problemas de colon y de digestión, miopes, cojos, con familia que les duele. Lo peor que puede pasar, ahora que la fase de la guerra en Colombia tiende hacia una instalación y legalización de los paramilitares como mafiosos de campo, de pueblo y de ciudad, que amenazan, extorsionan, intimidan, es que la mayoría de los ciudadanos (que mafiosos no somos), nos sintamos acobardados e impotentes. El miedo sin dominar produce "omertà", es decir, silencio cómplice, que es el abono para el método mafioso.

No se trata de que queramos convertirnos en mártires que les abrimos el pecho a las balas y recibimos de buena gana la muerte. Hay que tener miedo, y cuidarse, pero sobreponerse a la amenaza. No es cierto que toda la Policía sea corrupta, y esté infiltrada por los mafiosos, ni es cierto que todos los funcionarios trabajan en llave con los paracos. Que los hay los hay, pero no toda la manzana está podrida. Lo peor es que nos dejemos hundir en la derrota y en la intimidación. En el "sálvese quien pueda" contra ese monstruo de mil caras contra el que no hay nada que hacer.

La extorsión y la amenaza, que son fenómenos que crecen en Colombia, de la mano de los mafiosos que van siendo exonerados de sus culpas, son el nuevo reto que hay que enfrentar, ahora que bajan las cifras de asesinatos y secuestros (así sigan siendo pavorosas). Pero ante esas nuevas formas que tratan de callarnos y de intimidarnos, hay que sobreponerse al miedo, y actuar al mismo tiempo con pasión e inteligencia, como acaba de hacer Coronell. Y hacerlo abiertamente, con ruido, porque los delincuentes aman el secreto, lo oscuro, lo sórdido, y odian que la gente sepa.

A mí una vez, hace años, me amenazaron por cuenta de un mafioso, Perafán, ("téngase fino cuando Pastor salga de la cárcel", me advirtieron) y otra vez me mandaron el recibo de un ataúd, después de escribir contra las universidades de garaje. Nunca lo denuncié. Dice Mauricio Vargas que él no ha querido usar sus columnas para denunciar las decenas de amenazas que le han hecho. Hice mal yo al callarme la amenaza, y hace mal Vargas. Todos los intimidados tenemos el deber de denunciar. Es la única manera en que estos fanfarrones (que a veces matan, en efecto), entiendan que no recibiremos sus amenazas de rodillas ni sus balas con los brazos abiertos. Cuando nos unamos para enfrentar a los violentos, los mafiosos que nos quieren callar entenderán que no son todopoderosos. Resistir es el mejor conjuro contra el miedo.

[Por Héctor Abad Faciolince, Revista Semana, Bogotá, 03jul05]

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