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De las tres centrales sindicales, la CUT es la que más sindicalistas amenazados tiene


De las tres centrales obreras: La CUT, la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC) y la Confederación General de Trabajadores Democráticos (CGTD), los miembros de la primera de ellas son los más amenazados.

Según Jesús González, de la Oficina de Derechos Humanos de la CUT, de los 20.000 dirigentes de esa organización, más del 50 por ciento están intimidados, 500 han tenido que salir del país y 36 han sido asesinados en lo corrido del año.

Dice que desde junio pasado, 55 de ellos esperan medidas de protección tras la calificación que hizo de sus condiciones de riesgo el Comité Evaluador del Ministerio del Interior. Muchos, afirma, son asesinados mientras esperan las medidas.

Claudia Cáceres, de la Dirección General para los Derechos Humanos, dice que el problema es que no hay presupuesto y que debe distribuir 5.000 millones de pesos en la protección de sindicalistas, activistas sociales, defensores de derechos humanos y testigos de violaciones a los DD.HH.

Advierte que en el último año las amenazas han aumentado en un 400 por ciento y que semanalmente a su oficina son reportados entre 2 y 3 casos de alto riesgo.

Dice que pidió un concepto a la Fiscalía sobre la denuncia que hacen los sindicalistas en el sentido de que los celulares que se les dan "están chuzados".


Profesión peligro

El sindicalismo colombiano se ha convertido durante los últimos diez años en otra de las víctimas del escalamiento del conflicto y de la confrontación cada vez más encarnizada entre la guerrilla y los grupos de autodefensas. Así lo demuestran las estadísticas.

Entre 1991 y noviembre del año pasado, 1.524 sindicalistas fueron asesinados. De ellos, 299 eran directivos. De acuerdo con datos de la Escuela Nacional Sindical (ENS), 80 trabajadores sindicalizados han sido víctimas de atentados desde 1996, 49 han sido desaparecidos, 141 fueron detenidos ilegalmente, 64 han sido secuestrados y ha habido 14 atentados con bombas contra sedes sindicales.

Antioquia reporta el mayor número de asesinatos de sindicalistas, con un 22 por ciento. Sin embargo, el Valle representa un 49 por ciento en el total de los atentados contra la integridad. La principal violación contra sindicalistas de este último departamento son las amenazas de muerte.

En Cali han sido asesinados este año 7 sindicalistas; en Bugalagrande, 2, y 5 en Cartago.

En Santander, el 60 por ciento de los 118 sindicalistas asesinados en los últimos cinco años han muerto en Barrancabermeja, donde paramilitares y guerrilla disputan territorio.

Los sindicalistas más afectados son los de la educación, la salud y el sector eléctrico. Entre 1996 y agosto del año pasado, 1.067 trabajadores sindicalizados han abandonado sus lugares de residencia por amenazas directas contra su vida.

Según el Departamento de Derechos Humanos de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), el 99,99 por ciento de los asesinatos de sindicalistas en el país han quedado en la impunidad.

[Fuente: Diario El Tiempo, Bogotá, Colombia, 29may01]


Más de 10.000 sindicalistas se encuentran amenzados y 36 han sido asesinados en cuatro meses.

Las intimidaciones a sindicalistas del país aumentaron el 400 por ciento el último año. Han muerto 36 en cuatro meses. Los dos últimos fueron Isaías Cifuentes y su esposa, Léyder, asesinados el pasado jueves en el Cauca.

Para Maritza Pérez*, Julio Amézquita*, y Leonel Grisales*, la imagen del Divino Niño que guardan con celo en su bolsillo es el único escolta que tienen.

Los tres tomaron el camino de la lucha sindical hace dos años. Maritza creyó que si "no hacía bulla" nunca iba a ser víctima de amenazas, pero ha sufrido dos atentados. Julio no creyó en los hostigamientos hasta cuando vio caer muerto a su compañero de lucha. Leonel sabe que va a morir por la causa...

Por eso, además de la imagen sagrada, todos los días, antes de salir de su refugio, desdobla un cuarto de papel con la oración que escribió un día a la carrera: "Haznos invisibles, Señor, ante ladrones y asesinos".

Pero la invisibilidad no alcanzó a 36 compañeros suyos que han caído muertos este año. Acosados por las amenazas, los sufragios, las llamadas sospechosas y las persecuciones, cambiaron su rutina de vida, se desprendieron de sus familias y se apartaron de sus amigos en una suerte de desaparición necesaria para esquivar la muerte. Pero finalmente los encontró.

"Para mí la muerte es un familiar más que anda conmigo para todas partes: duerme, come y camina conmigo", dice Leonel. Lleva un bigote espeso y negro y los labios le tiemblan cuando reconoce sus temores.

Desde hace dos meses vive en la condición de sindicalista desplazado en una ciudad extraña. Comparte un refugio con tres compañeros más. No duerme porque hasta su respiración lo asusta. Llora y se deprime con frecuencia.

Dice que extraña a su familia con la que poco se comunica. A pesar de que la soledad lo carcome, evita llamarla para no ponerla en peligro.

Pero cuando el deseo es muy fuerte marca, con la seguridad de que "ellos" cumplirán el pacto acordado desde el primer día que tuvo que salir corriendo: "no me preguntes ni dónde estoy ni para dónde voy".

El Gobierno, a través de la Dirección General de Derechos Humanos, les ofrece a los sindicalistas desplazados una ayuda humanitaria para sobrevivir durante los tres primeros meses. Pero Leonel cuenta que los tres a veces pasan el día apenas con un café y un pan.

Tampoco pueden tomar muchas precauciones a la hora de desplazarse por la ciudad. Los primeros días andaban en taxi. "Pero el bolsillo no alcanza y toca aprender a viajar en bus". A Mauricio Ortega*, otro sindicalista desplazado desde hace cinco meses, sus victimarios lo esperaban cuando se bajó de un bus a pocos metros del sitio donde vivía. Forcejeo con ellos. Cayó al suelo y se rompió la cabeza. Uno de los hombres le propinó un golpe fuerte en el ojo izquierdo. Solo en ese momento supo que la amenaza de muerte lo había perseguido hasta esa ciudad, a muchos kilómetros de la suya.

Tampoco Maritza creía en las amenazas. Se unió a la lucha desde la dirigencia cuando una de sus compañeras, también sindicalista, fue asesinada por denunciar casos de corrupción en su lugar de trabajo. "No hacía ruido ni arengaba".

Un día, uno de sus compañeros le contó los rumores que atravesaban el pueblo: "Hay una lista de amenazados -le dijo- y tú estás en el segundo lugar". Creyó que la cosa no era con ella hasta que recibió el primer atentado. Las balas le perforaron la ropa pero no alcanzaron partes vitales.

Después sus compañeros de labores se negaron a trabajar con ella en la noche y los días festivos. Argumentaron, en una carta a su jefe, que podrían ser víctimas ante un nuevo ataque. El sueldo de Maritza se redujo y las amenazas crecieron.

El segundo atentado la sacó de su ciudad y la botó a otra, extraña y distante. Hoy quiere irse del país y hace gestiones.

Pero Leonel dice que esa tampoco es la solución. Sabe que, lejos, el desarraigo, la soledad y la amargura de la lucha frustrada matan a los sindicalistas. Que solo reciben como ayuda del Gobierno los tiquetes aéreos y un auxilio económico durante los tres primeros meses. Y que después, las posibilidades de supervivencia son más difíciles (ver recuadro).

Por falta de presupuesto en la Dirección de Derechos Humanos, Maritza, Julio, Mauricio, Leonel y muchos sindicalistas más del país con alto riesgo de muerte, no tienen escoltas. Sólo les pueden asignar un celular del que tampoco confían porque, dicen, "están chuzados".

Ese es todo su equipo de protección en la tierra, mientras oran por el milagro divino de la "invisibilidad" para escapar de la muerte que les respira en el cuello. * Los nombres han sido cambiados por razones de seguridad.


Carta desde el exilio.

"El cielo es gris -tal vez mucho- y es como el punto y momento de empezar a releer entre el viento gélido de finales de otoño, que me mataron muchas veces. Porque siempre luché por ser y ahora no soy, porque siempre añoré el reconocimiento para sobresalir del anonimato masificante y ahora soy el más anónimo; porque batallé en el mundo de las cosas materiales -mis muebles y mis libros- y ahora duermo en colchones tirados en el piso; porque soñé con mis hijas profesionales y ahora son analfabetas en un mundo rudo; porque añoré siempre que mi dama fuera la reina de la casa y ahora es arrimada; porque luché por ser libre e independiente y ahora soy dependiente de la más mínima ayuda y solidaridad; porque me fragüé (sic) en los detalles académicos de los claustros universitarios, y ahora para sobrevivir tengo que limpiar sanitarios; porque soñé con una patria en abundancia y ahora no soy más que un desterrado de mi patria; porque luché por los derechos del prójimo y ahora reconozco que me olvidé del más próximo, de mis hijas y mi esposa bien amada; porque cada cosa o situación que perdí es una puñalada mortal que me asesina.

[Fuente: Nubia Camacho b., Unidad de Paz, Diario El Tiempo, Bogotá, Colombia, 30may01]


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Este documento ha sido publicado el 5may01 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights