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24mar02


El silencio del Mimo.

Por Fernando Garavito / El señor de las moscas


Estoy aquí, inmensamente quieto, silencioso. Mi sudario brilla bajo la luz del sol, y yo, el muerto, siento cómo la gota de sudor recorre mi mejilla dejando en ella una húmeda profunda huella de color impreciso.

Las gentes hablan interminablemente de sus solos asuntos, hay viejos y niños y mujeres embarazadas y vendedores de cachivaches, y ese áspero olor que sube desde lo más profundo de los meandros urbanos, de las alcantarillas y detritus. Sobre mi pedestal asisto a su agitado ir y venir, a sus diálogos sin sentido. El viento no alcanza a despeinar sus palabras.

Las mías son estas, las de adentro, las pensadas una vez y otra vez, pensado azar, pensado amor, pensado circunstancia. Afuera se hacen gesto. Aquí está la palabra necesidad, hecha de un tintineo destinado a llevar a mi anatomía hacia otra forma; la palabra amenaza disfrazada de disparo en la esquina; la palabra sed hecha lluvia o tormenta o riachuelo que corre por la memoria de mi infancia.

Todo está en este sitio. El hombre, el asesino, puede ser este o este o este o aquel otro, cada cual lleva una muerte por dentro, cada cual es el odio que es, que insiste en volverse sombra y en ser Apocalipsis. Soy una inmensa mole muerta, soy todo ojos abiertos, mis oídos retumban con los pregones y el ulular de las sirenas. Estoy aquí, entre ustedes, demasiado evidente: soy el que ya no es, el mudo, el silencioso. Hablo, sobra decirlo, en mi silencio.

Dejo aquí un nombre y otro nombre y otro nombre, dejo el árbol, el hecho de ser iguana, de ser mosca, dejo a marzo cansado de ser marzo Ącon sus ganas de agosto!, y el pan de cada día y demás (y de menos), tal vez vea las nubes viendo ovejas y viendo corderos, y lleve el agua en el cuenco de la mano como se lleva un puñal que se clava, amargo, en el centro del corazón.

Por eso quedo aquí, nadie jamás sabrá que soy el mimo, el mismo, nadie verá mis párpados cerrados cubiertos de cal y yeso, nadie sabrá si miro o no con mis ojos de muerto, estaré en mi esquina como están las esquinas (żalguien alguna vez se ha preguntado en qué esquina habita cada esquina?), los perros harán uso de mí para sus cosas, nada me inmutará, ni las noches de luna.

Cuando en las calles sólo queden los seres que nadie quiere, bajaré de mi sitio para hacer gestos y hacer morisquetas, seré uno más de los menos, hecho de desperdicios, yo, estatua de sal saldré de mi sudario, heme aquí vestido de niebla y humo, yo, nocturno mimo soy un fastama acosado por vampiros y miedos, pero, claro está, conservo para siempre mi esencia de mimo y puedo ser feliz -como Marceau- persiguiendo mariposas azules, todo lo mío será imaginario, me sacaré el sombrero delante de la muchacha más bonita del barrio (llamada Priscilla, claro), y le declararé mi amor con una flor de amor que nunca albergará a una abeja, seré ese otro yo que todos llevamos como una condena, un otro yo que hará lo que nunca haya hecho, que bailará tregua y bailará catala e irá de cuando en vez a cine dejando los exámenes para mañana o pasado mañana, que llevará en la sangre el espíritu del sol y tratará de ser feliz sencillamente siéndolo. En mí hablará el gesto, no el silencio. żO el silencio y el gesto?.

Estatua diurna, mudo bufón nocturno, siempre aquí, siempre atento, una mosca se posa en sus ojos abiertos mientras el mimo pasa inadvertido entre los transeúntes, es indefenso, su única arma es su desgarbada figura desarmada, se defiende de la violencia usando sombrero y usando gabardina (dice Gonzalo: cerrando las cortinas), se ríe un si es no es un poco de la vida, vive su urbana vida urbana como siempre, toma el bus y está quieto cuando debe estar quieto, la cabeza metida en un deshilachado maletín donde lleva sus clases, donde aprende lecciones, donde tiene su único capital, un libro, un lápiz.

Este sitio está hecho de él, del espacio vacío que deja al desplazarse, la mano sigue siéndolo en su sombra de mano y el torso se dibuja donde estuvo su torso, igual que el gesto para afirmar, que la cabeza, vencida con timidez como una defensa, que los lentes, inútiles para leer lo que ocurre en Colombia, lo que sucede aquí, estruendoso y opaco. Pero algo pasa. De repente (lo escribió Juan Manuel), es aire, es fuego. Levanta entonces los brazos al cielo, y vuela. Miren.

[Fuente: Diario El Espectador, Bogota, 24mar02]

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Este documento ha sido publicado el 25mar02 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights