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19may07


Entremeses


La diabólica propuesta de los paracos residenciados en Itagüí que ofrecían contar la verdad sobre crímenes y masacres a cambio de confesarle a un vicario sus vínculos con empresarios, militares, banqueros, políticos fue rechazada, con astucia, por Uribe: "Que no chantajeén más, que hablen". Y Mancuso obedeció: el paramilitarismo ha sido una política de Estado -dijo- y a renglón seguido fundamentó la tesis: cuatro generales -Rito Alejo del Río, a quien Plinio Apuleyo, de nuevo por estas tierras, y el mismo Álvaro Uribe le rindieron un homenaje en el Tequendama como a uno de los generales "que no se rinden"-; Iván Ramírez, Martín Orlando Carreño y Rosso José Serrano fueron cooperadores de las bestialidades que hicieron las Auc. Embadurnó también a los Santos, a Mario Uribe, a Zulema Jattin, a Julio Manzur, a Javier Cáceres, Salomón Náder, a José María López, y a una larga lista de prohombres.

Días antes había contado los entronques de los empresarios bananeros de Urabá con el Bloque Bananero y las contribuciones que Bavaria y Postobón giraban con puntualidad a Paramillo. La demostración de la tesis reina no ha terminado con las declaraciones de Mancuso, el baile apenas comienza. De eso se encargarán otros criminales. La Fiscalía descartará, sin duda, al Estado como "determinador" del fenómeno. Pero no podrá desmontar la íntima relación entre el paramilitarismo y el establecimiento.

Lo que Mancuso dijo, se ha venido diciendo hace años: las Auc son la diestra asesina de lo que Gaitán llamó la oligarquía, una sociedad que le ha permitido gobernar sin oposición con el argumento de defenderse del terrorismo o del comunismo; lavar y legalizar miles de toneladas de cocaína exportada, y apoderarse a motosierrazo limpio de gran parte de las mejores tierras del país y de la torta presupuestal de la nación. El andamiaje ha sido tan eficaz, y sobre todo tan bien disimulado, que de llegar a develarse, el sistema -democracia de mentiritas- no resistiría tanta verdad. Sólo resiste la confesión de los crímenes cometidos por criminales, pero no el desenmascaramiento de los que han sido sus cómplices políticos. Lo que ahora llaman la gobernabilidad ha costado mucha sangre y mucha, mucha, mentira. Pero sin esa verdad, la mentira irá engordando hasta ahogar bajo su peso al país.

Vivimos un momento crucial que, de golpe y porrazo, muestra a las claras que así como hemos vivido, no podremos seguir viviendo. Mancuso sabe que las mentiras que diga en la audiencia, podrían traducirse en la anulación de los beneficios a que tiene derecho según la Ley de Justicia y Paz. Habrá medido las consecuencias de acusaciones infundadas. De todas maneras, si paga cárcel, no se irá solo. Como Sansón, tratará de llevarse en los cuernos a todos los filisteos. Ahora el pleito queda planteado entre la versión paraca y la versión de sus antiguos beneficiadores beneficiados.

Se sabe de la peligrosa división que hay en las Auc: Vicente Castaño por un lado, Mancuso por otro, Macaco por otro. Y por el otro lado, la cosa no es menos grave: los Araújo de Valledupar les tiran a los Santos de Bogotá, los Santos a los De la Espriella de Sucre, y los De la Espriella a los López de Córdoba. En fin, se está tomando una buena radiografía del poder.

Hasta ahora la Corte Suprema ha jugado un papel valiente y digno. El gobierno de Uribe no contaba con un palo tan fuerte atravesado en una rueda tan débil. Uribe confiaba en la integridad moral de los paras y en el "espíritu de cuerpo" del paramilitarismo; Luis Carlos Restrepo descartó que unos con otros se pisaran las mangueras y se sacaran los cueros al sol. Pasa con los criminales. El dedo que manejó la motosierra se ha vuelto hoy el dedo acusador. Sálvese quien pueda.

El proceso es una bola de nieve cerro abajo. La derecha intentará el revire: sentada la jurisprudencia con el caso de la parapolítica, buscará en los archivos de inteligencia del Estado -que para eso los han hecho- montar un segundo capítulo: las relaciones de la oposición con la guerrilla. Ya el inefable Miguelito de la Espriella ha acusado a Pastrana, a Víctor G. Ricardo y sin duda a Álvaro Leyva de haberle regalado el reloj a Marulanda. Uribe acusa con irresponsable chapucería a Carlos Gaviria y al Polo de tener vínculos con la subversión: una defensa filistea y mendaz que muestra a un presidente acorralado con todo y su 85% de favorabilidad mediática. El ex magistrado Gaviria llevará el asunto a la Comisión de Acusaciones de la Cámara, una instancia que, para desgracia del país, no tiene el nivel ético ni la credibilidad pública de la Corte Suprema de Justicia.

[Fuente: Por Alfredo Molano Bravo, El Espectador, Bogotá, 19may07]

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