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13feb10


La nueva guerra y su viejo lado oscuro


Es apreciable el esfuerzo realizado en los últimos años por librar a nuestro país de las prácticas de la guerra sucia.

La Fuerza Pública está sacudiéndose de la vergüenza en que éstas la habían sumido, pues ha hecho del uso controlado de la fuerza su principal estrategia, y de la protección de la población, su ventaja táctica.

No es sólo teoría. Hay una política Integral de Derechos Humanos que define explícitamente qué se vale en guerra y qué no. Un abogado asesora cada operativo, vela porque sea justificado, porque su objetivo sea preciso, porque no se use fuerza excesiva, se distinga entre combatientes y civiles y minimice el daño colateral. Además, los soldados se pueden ganar una medalla de honor por conseguir capturas y desmovilizaciones, y no sólo, como antes, por cosechar muertos. Y cada vez más oficiales creen que la libertad y la democracia no se pueden defender con la mentira y el abuso.

Por eso pudimos pasar de la catastrófica retoma del Palacio de Justicia en que los "salvadores de la democracia" terminaron siendo sus verdugos, a la 'Operación Jaque' que rescató 15 rehenes sin un solo muerto.

Pero al tiempo con ese loable Dr. Jekyll, se percibe un penumbroso Mr. Hyde y, ahí, da pena la legitimidad actual de las fuerzas de seguridad. Dos noticias recientes lo ponen de manifiesto. La Fiscalía descubrió que agentes del Estado cumpliendo órdenes superiores --aún no se sabe qué tan arriba-- no sólo espiaron, sino que amenazaron e intentaron desprestigiar en Colombia y en el exterior a los periodistas Hollman Morris y Claudia Julieta Duque. Agentes del DAS, como si no hubiera abundancia de mafiosos que vigilar, dejaron por escrito sus estratagemas contra estos dos periodistas, particularmente vulnerables porque no los resguarda ningún medio poderoso ni tienen más fortuna que sus hijos y sus palabras.

La otra información tiene que ver con el escándalo que lleva la desalmada etiqueta de los "falsos positivos". Los pocos casos que lograron llegar a la justicia (pues no todos se investigan), tambalean en la cuerda floja por trucos leguleyos, mientras, desesperado, el personero de Soacha denuncia que él y las modestas madres de los jóvenes asesinados sufren de constantes amedrentamientos.

¿Cuál es, entonces, la verdad? ¿Qué agentes de las instituciones de seguridad siguen practicando la vieja guerra sucia, que partiendo desde los ochenta, cuando le ponían botas machitas a los campesinos para fusilarlos como guerrilleros y cuando tantos periodistas se exiliaron por amenazas, hemos venido a parar hoy en los "falsos positivos" y las escabrosas persecuciones a Morris y Duque, entre otros periodistas, magistrados y opositores? ¿O es al revés, y gracias a un Estado más legítimo, que quiere proteger a sus ciudadanos y ya no intenta encubrir a sus corruptos, la gente se anima a acusarlos ante la justicia?

La verdad no es el blanco y negro tan conveniente a los discursos políticos. Creo que lo que hay de fondo es una silenciosa batalla entre aquellos miembros de las entidades de defensa que están empeñados en construir una nueva cultura de la legitimidad para así conseguir una paz duradera, y quienes, agazapados en las mismas instituciones, y con ropaje antisubversivo, siguen disfrazando su cobardía de heroísmo, y su traición a la sociedad de lealtad a la patria.

Y lo que realmente preocupa es que cualquiera puede ganar, sobre todo cuando en la misma cúpula del Gobierno no siempre parece imponerse el bueno del doctor Jekyll sobre el perverso míster Hyde.

[Fuente: Por María Teresa Ronderos, El Espectador, Bogotá, 13feb10]

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