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18ago05


Un censor cinematográfico implacable.


Durante el desempeño de sus cargos en la Delegación del Ministerio de Información y Turismo de A Coruña, Serrano Castilla fue un censor severo e implacable, tanto en prensa como en actividades culturales y artísticas. Su gracejo andaluz lo convertía a veces en algo grotesco. Sus salidas de tono eran, a veces esperpénticas, como una vez que dijo por la radio que la frase más patriótica de la historia de España era «ˇFranco, Franco, Franco!». Otra vez le dijo a una autoridad que estaba con él esperando la llegada del Caudillo: «La inclinación mínima que debe hacerse al saludar al Generalísimo es de cincuenta grados». Francisco Serrano Castilla había nacido en Granada en 1917. Estudió Filosofía y Letras, obteniendo la licenciatura y el doctorado. Militante de Falange, obtuvo por oposición la cátedra de Literatura del Instituto de Enseñanza Media Eusebio da Guarda, de A Coruña. Movimiento

Desempeñó, asimismo, la Delegación Provincial de Información y Turismo (al principio se denominaba Delegación Provincial de la Vicesecretaría de Educación Popular) desde 1948 hasta 1967, en que fue sustituido por Enrique Santín Díaz. Fue, también, consejero provincial del Movimiento y jefe del Departamento de Seminarios de FET y de las JONS.

Posteriormente fue trasladado a Oviedo, donde siguió ejerciendo la docencia y al mismo tiempo la Delegación del Ministerio de Información. A lo largo de su virreinato, Serrano fue protagonista de numerosas anécdotas. Además de las citadas, destacaron otras, relacionadas, también, con la moral, como el máximo interés que tenía porque en las actuaciones musicales y teatrales las artistas llevasen siempre faldas «reglamentarias», esto es, a un máximo de diez centímetros por encima de las rodillas.

Camerinos

Para ello, sus agentes se presentaban en los camerinos antes de salir a escena, con el correspondiente metro extensible. Algunos de ellos aprovechaban la ocasión para dar un sobeteo a las piernas de las artistas. El veterano periodista Vituco Leirachá recuerda que muchos directores de las compañías salían precipitadamente a una mercería existente cerca del Teatro Rosalía de Castro para comprar varios metros de gasa con los que prolongar las faldas de sus artistas y evitar así engorrosos contratiempos de última hora.

[Fuente: Por Carlos Fernández, La Voz de Galicia, A Coruña, 18ago05]

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