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11feb16


España en el banquillo


Cualquier viajero ayer aterrizado sobre la piel de toro habrá quedado impresionado por la lista/ristra de casos de corrupción que estos días se agolpan ante los tribunales de Justicia. Una Infanta de España y su marido, famoso talónmanista, en el juicio por el caso Nòos que tiene lugar en Palma de Mallorca. Un Jordi Pujol y esposa, Marta Ferrusola, señora con creciente porte de ofendida Carmen Polo, declarando ante el juez en la instrucción que se sigue por el origen de su fortuna. La cúpula del PP, sometida a idéntico trance a cuenta de la corrupción que enseñorea su sucursal valenciana. El exconsejero de Empleo de la Junta andaluza, José Antonio Viera, prestando declaración como imputado ante la jueza que investiga el caso de los ERE irregulares. Y Juan Pedro Hernández Moltó contrito cual "reina madre" sedotta e abbandonata, sentado en idéntico potro de tortura para responder de la quiebra de Caja Castilla-La Mancha. España en el banquillo.

La España de la Transición, aquella cuya muerte por consunción natural puede datarse en el 2014 tomando como piedra miliar la abdicación de Juan Carlos I, traga el ricino de la corrupción, purga simbólicamente sus culpas en los tribunales a resultas de los desafueros cometidos por unas élites que se engolfaron hasta el tuétano, víctimas del todo el monte es orgasmo del dinero sin tasa ni control, que ha terminado con el período de paz y prosperidad más largo del que ha gozado España seguramente en toda su Historia, todo arramblado por la corrupción, corroído por la desvergüenza de quienes, con el paso del tiempo y el suelto son los toros, decidieron vaciar de sentido democrático el horizonte que se abría al bienestar colectivo. La que hoy se sienta en el banquillo es la España muerta del 78, sin que ahora mismo, cuando algunos tratan de repartirse los jirones convulsos de la presa, se atisben siquiera trazos de la España del futuro que debería llevar en volandas a las nuevas generaciones hasta el año 2050.

El caso Nóos que se dilucida en Palma es en realidad el juicio a una Monarquía, la encarnada en Juan Carlos I, que se corrompió hasta las cejas por la conducta de un Monarca que, con todo a favor y casi nada en contra, decidió emplearse a fondo en la tarea de hacerse rico engañando a los millones de españoles que salían confiados a aplaudirle por las cunetas. El caso Pujol es quizá paradigmático de este período histórico, en tanto en cuanto encierra el engaño de decenios de construcción del imaginario nacional e identitario catalán y la acumulación paralela de una gran fortuna familiar, so capa de la honorabilidad impostada del falso patriarca, el padre putativo del prusés, el fundador de CDC. De la corrupción de los dos grandes partidos del turno poco cabe decir a estas alturas, por más que el espectáculo de pirotecnia en la que arde ahora el PP tenga aturdidos estos días a los españoles. Falta en el reparto un PNV que en el País Vasco ha establecido una estructura clientelar de no menor porte que la impuesta por el PSOE en Andalucía, pero que ha sabido nadar y guardar la ropa.

La Transición, en el banquillo

Hablamos de la derecha democrática heredera del franquismo y la izquierda escondida durante la dictadura y vuelta a la superficie cuando el cadáver de Franco bajó a la tumba, más los partidos nacionalistas catalán y vasco, más la Monarquía como guinda coronando el pastel de un Sistema de reparto que algunos imaginaron un punto y aparte en la atribulada historia española, y que ha venido a parar al mar muerto de la corrupción. No era eso, no era eso. Y la Caja Castilla-La Mancha como epígono, metáfora de unas Cajas de Ahorro que financiaron la fiesta del desmelene colectivo hasta que el estallido de la burbuja devino en debacle. Hasta aquí llegó la riada. Es el régimen de la Transición el que hoy está en los juzgados. En el banquillo de una Justicia mansamente sometida al poder político, que gustosa renunció a su independencia y con idéntico placer se entregó a la corrupción, asunto tabú en la España de nuestros días, porque también ella está corrompida.

La corrupción, maldito parné, mató la mejor oportunidad que vieron los siglos para haber dado a luz una España distinta, rica y prospera, dinámica y abierta al mundo, a la que no hubiera conocido ni la madre que la parió. Ahora todo parece de nuevo por hacer, todo por construir, casi todo por reinventar, empezando por esos valores, los valores de la decencia, la honestidad, el esfuerzo y el trabajo bien hecho, en almoneda en la España del toma el dinero y corre. Una España ha muerto y otra no acaba de nacer. Los dos partidos del turno -que renunciaron al cambio desde dentro- se han transformado en cuatro al frente de los cuales otros tantos líderes se empeñan ahora en una partida en la que priman los intereses personales por encima de los colectivos. Mientras Rajoy lucha por no pasar a la historia como el villano que no supo qué hacer con la España entregada al sacrificio, Sánchez pelea por seguir políticamente vivo, e Iglesias -un caso de libro, de manual de leninismo-, intenta la conquista del poder a cualquier precio, con sólo Rivera como árbol del que parece querer brotar algún interés por los problemas colectivos.

Los protagonistas de estos convulsos días que vivimos, las idas y venidas de este pulso por el Poder al que asistimos, no parecen haber entendido dónde están hoy los problemas de fondo de España, donde le aprieta el zapato a un país que, sumido en una pelea vecinal, surca de espaldas a un entorno global que se debate ante el riesgo de una nueva gran recesión. España está obligada a apuntalar el crecimiento actuando sobre los dos pilares que deberían permitirle competir en el futuro, dos baluartes a remozar que, a mi modo de ver, no son otros que el afianzamiento de la unidad de España, con la solución del conflicto catalán, por un lado, y el saneamiento integral de nuestra democracia enferma, por otro, lo que equivale a decir la búsqueda de un gran acuerdo capaz de abordar la regeneración del sistema y toda esa letanía que incluye Justicia independiente, liberalización de la economía, sistema de contrapesos, financiación de los partidos, Educación, etc., etc. La hora de España no va de prometer más gasto para arramblar con más voto incauto, sino de sanear. De sanear durante dos, tres o cuatro años, para volver después a repartir cartas. Y que decidan los españoles. ¿Es tan difícil?

[Fuente: Por Jesús Cacho, Vozpópuli, Madrid, 11feb16]

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