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25ene21


Sánchez, Illa y Simón, los Mr. Wonderful en pandemia


Cuando compareció para hacer balance del último año, el presidente del Gobierno se mostró triunfal y satisfecho. Aquel 29 de diciembre, Pedro Sánchez dijo que su objetivo era "evitar una tercera ola de coronavirus". Apenas cuatro semanas más tarde, la situación sanitaria roza el colapso y continúa empeorando. Sin embargo, el presidente sigue apareciendo en la tele con los mismos mensajes positivos, actuando como si su plan fuera según lo previsto. Parece convencido de que "tenemos un estado de alarma que funciona" y de que "con esfuerzo y con disciplina" venceremos la tercera ola. Esa que se propuso evitar. También cree el presidente que nos enfrentamos al coronavirus "con energías renovadas" y que disponemos de las "herramientas necesarias". ¿Energías renovadas? ¿Herramientas necesarias? En qué país vivirá este hombre.

Por no perder la tradición que inauguró cuando en junio declaró vencida la pandemia, el presidente del Gobierno no tiene intención de reconocer que el país ha fracasado en su intento de evitar la tercera ola. Prefiere decir, quién sabe si también creer, que está todo controlado. Lo suyo no es gestionar, sino presumir. Lo suyo es el pensamiento positivo, mucho más agradecido en los titulares que la realidad.

Según los médicos en la UCI, la pandemia está en un momento terrorífico. Hay pacientes covid en los gimnasios y las cafeterías de muchos hospitales. Otros están teniendo que reconvertir su capilla en morgue porque no les caben más muertos por covid. Esta tercera ola está siendo en muchas autonomías mucho más mortífera de lo que fue la segunda, igual que la segunda resultó a su vez más mortal que la primera. Mientras tanto, el presidente Sánchez continúa afirmando en sus comparecencias con gesto amable que "estamos en la buena dirección". Y no es el único que piensa así en el Gobierno.

Hace 10 días que el ministro de Sanidad, Salvador Illa, aseguró que el pico de la pandemia comenzaría en días o, a lo sumo, alguna semana. También su principal asesor, Fernando Simón, se mostró convencido hace siete días de que la curva podría estar llegando al pico o descendiendo. Desde entonces, la incidencia no ha hecho más que empeorar. En la última semana, los muertos notificados rozan los 1.500. La que viene será peor. Así que no. Ni la curva desciende, ni las herramientas actuales bastan ni el virus está bajo control.

Confundir los deseos con la realidad se parece tanto a mentir que a menudo hace falta un experto para explicar la diferencia. Según Edgar Cabanas, doctor en Psicología y autor de 'Happycracia', en la lucrativa industria de la felicidad, los apóstoles del 'mindfulness' plantean a menudo el bienestar como algo que si no tienes es porque no te has esforzado lo suficiente. Ese es el reverso tenebroso del pensamiento positivo. Si algo sale mal, es culpa tuya. No de la desigualdad, la precariedad o la mala gestión de tu jefe, tu empresa o tu Gobierno.

Según una investigación de Gabriele Oettingen, del Departamento de Psicología de la Universidad de Nueva York, fantasear en positivo con el futuro no es todo lo bueno que los 'spin doctors' y los vendedores de agendas con mensajes de color pastel nos quieren hacer creer. Autoconvencerse de que todo va a salir bien puede ser útil si el objetivo es el alivio momentáneo. Sin embargo, representar escenarios futuros idealizados puede tener costes negativos a largo plazo. Según sus estudios, dar por hecho que todo va a salir bien puede ser contraproducente y se correlaciona con el poco esfuerzo y poco éxito en alcanzar los objetivos de la vida cotidiana. Por eso los críticos de la industria de la felicidad, como Oettingen y Cabanas, alertan de que defender un pensamiento siempre positivo, alejado del realismo, puede ser un factor de riesgo para el bienestar a largo plazo de las personas y para la sociedad en su conjunto.

En sus últimas comparecencias en forma de sesiones de 'coaching' entre micros y banderas, el presidente Sánchez mantiene el mismo gesto de satisfacción que antes de que estuviéramos sumidos en la tercera ola de la pandemia. La incidencia desbocada no le frunce el ceño. Ante todo, energía positiva. Moncloa ha copiado de los manuales de autoayuda la idea de que ser feliz es una elección y cualquiera puede serlo. Frenar el coronavirus, también.

Tener tanto aspirante a Mr. Wonderful en la gestión de la pandemia, con una media diaria de 300 muertos, resulta más peligroso que nunca. Deben de pensarse en el Ministerio de Sanidad que para combatir el covid-19 necesitamos que nos digan que todo va a salir bien, en vez de esforzarse por mejorar su política sanitaria y ofrecer más recursos para llevarla a cabo. Tenemos que buscar la fuerza en nuestro interior, no en un aumento de los recursos hospitalarios. Tenemos que autoconfinarnos, no exigir compensaciones directas e inmediatas para aquellos que se quedan sin ingresos en caso de confinamiento. Tenemos que mejorar nuestra actitud, no la ley de salud pública.

Pero atajar una pandemia no es una cuestión de actitud ni de voluntad individual, ajena a la gestión política. Si todos los indicadores empeoran, si tenemos el mayor exceso de muertes per cápita, si una nueva variante del virus puede volverlo más incontrolable, no resulta creíble que las herramientas sean suficientes y el problema es que los ciudadanos no nos hemos esforzado lo suficiente.

Esa apelación a la responsabilidad individual de brocha gorda equipara vilmente al que por quedarse en casa se arriesga a perder su trabajo o su negocio con el que solo tiene que agendar sus reuniones por Zoom. No se puede combatir el coronavirus con mensajes de autoayuda, sino con mejores políticas públicas, más coordinación y suficientes recursos sanitarios. Es tarea de la gestión pública, sobre todo la de un Gobierno que promete no dejar a nadie atrás, reforzar la sanidad y ofrecer suficientes ayudas y soluciones a quienes arriesgan todo ante un nuevo confinamiento. Si no, es tentador pensar que se niegan a confinarnos, no porque no haga falta otro encierro para frenar la curva, sino porque no han puesto a tiempo los medios para que nos lo podamos permitir. En los productos que venden felicidad, igual que en la estrategia de comunicación del Gobierno frente al coronavirus, se olvidan continuamente del papel que juegan la desigualdad, la incertidumbre económica y la precariedad al apelar a la responsabilidad individual.

Pero qué importa todo lo que va mal ahora, pudiendo fantasear con todo aquello que tal vez vaya bien en un futuro. Esa es la magia del pensamiento positivo. Puede prometer que todo va a ir mejor más adelante y, si ese plazo no se cumple y la cosa no mejora, siempre habrá otro futurible con el que consolarse de los cenizos. Si el presente no acompaña los deseos, para eso están los pronósticos color de rosa. Todo va a salir bien. Saldremos más fuertes. Evitaremos la cuarta ola.

[Fuente: Por Marta García Aller, El Confidencial, Madrid, 25ene21]

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