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16jul17


40 años de espionaje español: de pedir micrófonos a la CIA a contactar con el KGB


A mediados de los ochenta, un grupo de agentes de la Unidad de Apoyo Operativo del Cesid se introducía en el despacho de un sospechoso para fotografiar con todo lujo de detalles su escritorio. La sección de carpintería del Centro se encargaría días después de fabricar una réplica exacta del tablero de la mesa para colocar una pequeña sorpresa; un micrófono incrustado en la madera. En una nueva entrada, los agentes consiguieron sustituirlo con sigilo por la copia y comenzar con las escuchas.

Hace cuarenta años que los servicios de inteligencia franquistas dejaron paso al Cesid (Centro Superior de Información de la Defensa), un organismo inicialmente copado por militares donde apenas trabajaban mujeres. Con medios limitados, fue evolucionando hasta convertirse en 2002 en el actual Centro Nacional de Inteligencia (CNI). 3.500 miembros -entre civiles, militares, policías y guardias civiles- trabajan para un único cliente: el Gobierno. Son sus ojos y sus oídos, dentro y fuera de España. También son el cerebro que le surte de informes objetivos y concisos para tomar decisiones con criterio.

Si el terrorismo etarra, el 'involucionismo' dentro del Ejército y los equilibrios de la Guerra Fría coparon los esfuerzos de los espías españoles durante las primeras décadas, el yihadismo y la ciberseguridad son ahora los grandes retos para quienes trabajan en el impenetrable edificio del kilómetro 8,8 de la carretera de La Coruña (A-6). Domina el ambiente frío. El silencio retumba en los pasillos por donde caminan agentes capaces de llevarse los secretos de Estado a la tumba.

Nadie sabe muy bien a qué se dedica el compañero de al lado. Tampoco conviene. En casa no cuentan en qué están metidos. A veces, eso tiene consecuencias psicológicas. La tasa de divorcios es alta. Manejan el poder de la información, pero a cambio se saben controlados en todo momento por La Casa (el sobrenombre del centro). De allí no pueden salir documentos. Los papeles sobrantes se incineran cada noche en un horno. La mesa de trabajo debe quedar despejada. Un agente lo revisa. Viven una existencia confidencial, como sus fuentes. La seguridad es su obsesión.

"Los reclutadores deben detectar que el candidato no entra para ganar dinero. Lo importante es la serenidad, la disponibilidad y el sentido de Estado. Tampoco conviene que tenga excesivo afán de aventura. Debe ser analítico, no influenciable, preciso y sintético". Es la descripción del perfil idóneo que hace un exagente que prestó sus servicios en la División de Contrainteligencia. Pero no todos son espías de película. Hay mucho trabajo de mesa y oficina. Los diferentes departamentos trabajan como un engranaje perfecto para los agentes de campo. Deben pasar duras pruebas antes de hacerse con la placa de agente secreto, que no lleva foto.

Por el camino acumulan numerosos aciertos que casi nunca son noticia. Frustrar golpes de Estado (1982), evitar el asesinato de la Familia Real (1985) o salvar cooperantes en África (2012). "Una de nuestras expertas conocía el dialecto de los secuestradores y eso permitió el rescate", comenta orgulloso el exagente. Los fracasos se magnifican. Las operaciones en el limbo de la ley, también: escuchas a políticos, empresarios y periodistas; el nunca aclarado 23-F; la guerra sucia contra ETA y la creación de los GAL. No lograron evitar la tragedia del 11-M.

Los espías de la CIA

Era enero de 1985. En los alrededores del Palacio de la Moncloa dos turistas fotografiaban la residencia de Felipe González. Varios guardias civiles que custodiaban el recinto decidieron echarles el guante ante lo extraño de la situación. Tras un duro interrogatorio en el interior del complejo, alegaron desconocer quién vivía allí dentro. "Nos había gustado el estilo del edificio", se excusaron con acento anglosajón.

Ante la insistencia de los agentes, ambos terminaron confesando. Uno trabajaba en la embajada de EEUU y el otro era personal de la base aérea de Torrejón. La posterior investigación destapó que formaban parte de la agencia norteamericana de inteligencia (CIA). Urdían un plan para colocar micrófonos en La Moncloa ante la inminente entrevista de González con el ministro de Asuntos Exteriores soviético, Andrei Gromyko.

"Durante el franquismo, los americanos estaban acostumbrados a hacer lo que les daba la gana", explica Fernando Rueda, periodista especializado en espionaje e inteligencia. Él describe la escena con la que arranca este reportaje y narra también el incidente de La Moncloa en su libro La Casa, publicado en 1993. Su segunda parte verá la luz tras el verano para analizar la etapa del CNI.

Ni escuchas ni cajas fuertes

Tras el fugaz paso de los dos primeros directores, con el oscuro 23-F de por medio, había que dejar claro a los americanos que España era una democracia. "El teniente general Emilio Alonso Manglano no sólo no volvió a ponerse el uniforme, sino que convirtió un servicio militar en un servicio moderno en apenas catorce años (1981-1995)", explica Rueda. Algún Gobierno de Latinoamérica requirió incluso los servicios de nuestros agentes para 'barrer' embajadas y ministerios en los noventa.

Sin embargo, los recursos técnicos de los espías españoles no eran de lo más avanzado en los primeros ochenta. "Como no tenían gente que supiera abrir cajas fuertes, llamaban al Mosad (el servicio israelí). Y para los micrófonos pedían ayuda a la CIA, que luego también aprovechaba para escuchar", añade. El Centro cuenta ahora con especialistas capaces de transformar cualquier aparato cotidiano en un instrumento de espionaje.

Manglano comenzó a desplegar 'antenas' por todo el mundo, desde América Latina a Europa, el norte de África y Oriente Medio, hasta las 70 delegaciones actuales. "Hizo que España fuese el primer país europeo en establecer contactos con el KGB ruso", subraya el exagente antes citado. Muchos creen que el Estado está en deuda con el director fallecido en 2013.

El fin de la espía 'playboy'

"Hace poco fotografiamos a un ruso con dos chicas muy guapas a las que habíamos pagado. Cuando le enseñamos las imágenes, nos pidió riéndose que le hiciéramos una copia porque si se lo contaba a sus amigos no le iban a creer. Lo de las mujeres espías ya no funciona", bromea otro miembro del servicio de inteligencia español al ser preguntado por el cambio que han experimentado sus métodos. La entrevista se ve plagada de silencios incómodos y miradas esquivas ante cuestiones para las que no hay respuesta.

La relación con la Policía no es fácil. Los agentes del CNI, de hecho, no pueden llevar a cabo detenciones. Sus actuaciones deben ser autorizadas y controladas por un magistrado específico del Tribunal Supremo desde 2002. "Los enfrentamientos eran continuos en los ochenta. Se llevaban a matar. Ahora lo siguen haciendo", apunta Rueda. Esa 'guerra', dice, "se ha personalizado en los recientes ataques del comisario José Manuel Villarejo contra el actual secretario de Estado director del CNI, Félix Sanz Roldán". El exagente citado al principio lo niega: "Pueden chocar en un 5 o 10% de la Directiva de Seguridad. Pero hay protocolos para solventarlo".

"El problema fundamental del Cesid y del CNI es que a veces no han trabajado para la seguridad y los intereses del Estado, sino al servicio de un determinado Gobierno o de un determinado partido", añade el periodista de El Mundo Antonio Rubio, que destapó el escándalo de las escuchas en 1995 y publicó las acusaciones contra el director Alberto Saiz en 2009. Al Centro le han llovido críticas por los esfuerzos para proteger la vida privada y los negocios del rey Don Juan Carlos. Su papel para prevenir y atajar la crisis secesionista de Cataluña es otra de las cuestiones que sigue abierta, ante un desafío que amenaza la integridad nacional.

Nadie cuestiona la necesidad de contar con el organismo en poder de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría desde 2011. Situado ya al nivel de sus homólogos europeos, el desafío yihadista le obligará a incorporar a 600 nuevos agentes en los próximos tres años. Entre ellos hay filósofos, sociólogos, lingüistas y muchos matemáticos. Las amenazas son globales y las fronteras han desaparecido. El ciberespacio es el otro flanco a cubrir. El Centro Criptológico Nacional se mantiene alerta en la red. Las amenazas cambian; la Inteligencia nunca deja de trabajar.

Las sombras de los mandatos

La primera etapa de modernización de Manglano acabó eclipsada cuando el coronel Juan Alberto Perote filtró en 1995 las microfichas que había logrado sustraer de La Casa al dejar el servicio. 1.200 documentos que revelaban la existencia de un gabinete de escuchas que llevaba casi once años grabando las conversaciones de empresarios, políticos, periodistas y hasta del propio monarca. Se guardaban en la 'cintateca'.

Hubo casos más oscuros como la operación Mengele, en la que se habría probado un anestésico sobre mendigos y toxicómanos que se pretendía utilizar para atrapar al dirigente etarra Josu Ternera. El juez Garzón decretó el archivo del caso.

Con el general Javier Calderón (1996-2001) se destaparon las escuchas ilegales en la sede de Herri Batasuna (HB) en Vitoria (1998). Jorge Dezcallar (2001-2004), el primer director civil, tuvo que lidiar con el 11-M y sufrió la muerte de varios agentes en Irak. Denunció años más tarde haberse sentido manipulado y apartado por el Ejecutivo de Aznar durante las investigaciones de los atentados de Atocha. Las informaciones periodísticas tumbaron también a Alberto Saiz (2004-2009), acusado de usar fondos del Centro para fines privados. Él lo negó en sede parlamentaria.

[Fuente: Por Diego Molpeceres, Vozpópuli, Madrid, 16jul17]

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