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10dic05


El canon de la transición inventada.


No podía ser menos. Primero inventamos el franquismo light, bajo en calorías represivas y casi casi liberal a fuer de impune, autoritario pero conciliador con las familias mafiosas del poder. Lo teorizó el sociólogo J. J. Linz, formado durante el fascismo autóctono, en un texto muy citado y poco leído, que venía a suponer algo así como si el nazismo, puesto en el brete de escoger paternidad, renunciara a la dogmática de Hitler y admitiera las buenas maneras del arquitecto Speer. Precioso, quedó tan precioso que aún se estudia en nuestras universidades por catedráticos que supieron, cuando no gozaron, de aquel otorgador de prebendas académicas en Estados Unidos, padre de la sociología patria tras Gómez Arboleya, don Enrique, el tomista suicida. Viejas historias que echarán lamentablemente fuera de la lectura de este artículo a quienes no tienen el peso en mugre superior a los cincuenta y muchos años.

Recientemente, acuciados por los ardores de estómago tras haber tragado pliegos de descargo monumentales que dejaron al personal confuso, se inventó una categoría en forma de oxímoron, algo así como "el soleado cielo nocturno" o "las largas piernas de la coja enana". La llamaron "Resistencia Silenciosa", así lo escribo, con mayúscula, porque se trata de una novedad intelectual divertidísima no asequible para gentes del común sin licenciatura y ha de interpretarse de esta guisa: ínclitos intelectuales con cargo al presupuesto del Estado franquista, conscientes de que aquello no les gustaba nada, se lo decían al espejo todas las mañanas de afeitado y a sus amigos íntimos a partir de una considerable dosis etílica.

Si les llamaban para apoyar lo que se le ocurría al Caudillo, lo hacían con resignación, porque ellos eran resistentes, pero silenciosos, discretos, domésticos.

En público, taciturnas prostitutas; en privado, dolientes doncellas. Sus herederos son los creadores de esta audaz tesis que los coloca en el plantel del Heroísmo y la Gloria democrática. La matriz de este embeleco la creó un catedrático de Zaragoza, José Carlos Mainer, sin el cual no es fácil conseguir plaza universitaria en su especialidad por todo el territorio.

Ahora le toca a la transición democrática. Perfecta en su ejecución, modelo de liderazgos patrióticos por su entrega a los intereses superiores del Estado por encima de las bajas pasiones de partido... Abnegación, fidelidad, honradez, sentido del deber... Me faltan metáforas porque se me estrangulan las meninges de puro descojono. ¿O sea que vamos a explicar una cosa tal-que-así a las nuevas generaciones? ¿Y quedará en los libros de texto, si para entonces hay libros de texto, donde podremos leer ya jubilados y en el asilo de inútiles irrecuperables, que de seguro será el nuestro, podremos leerlo, digo, con el orgullo de haber presenciado tal prodigio histórico?

La transición en España de la dictadura a la democracia no es un modelo de nada como no sea de la perplejidad ante un proceso tan improvisado, a salto de mata, donde pocas cosas salieron conforme a lo previsto, pero que al fin se sortearon en chapuzas de última hora con efectos secundarios irrecuperables. ¿O acaso creen que el actual estado de crispación generado por la derecha, irredenta y bocazas, con la colaboración nada abnegada de los nuevos jabalíes, supuestamente republicanos, a quienes la palabra transición les suena a música de zarzuela, no es una secuela que dejó sin resolver el modelo de transición tan alabado? ¿Y lo que significó el terrorismo de ETA hasta el límite de lo soportable? ¿Y los conciliábulos de dos eminentes teóricos del Derecho, como Abril Martorell y Alfonso Guerra, de donde salió la vertebración constitucional que conocemos? ¿Y la insatisfacción histórica de Catalunya y el País Vasco por su desfase con el resto de España en su lucha por las libertades, que se saldó dando un triple salto mortal autonómico, sin red, del que podemos salir descalabrados? Por eso mismo no cabe otra cosa que exhibir una sarcástica sonrisa cuando las gentes procedentes de las derechas más católicas, identidad que hoy no admitirían de ningún grado pero absolutamente precisa, ahora un tanto desorientados por el centro - el centro es conservador siempre, por más que estas gentes sobradas en años y renuncias se pretendan inveterados socialdemócratas-, esas gentes, digo, hablan y se deshacen en elogios al espíritu de la transición.

Esto es un artículo de diario y no un ensayo, y para no cansar al personal has de acometer una simplificación visual, algo así como el recordatorio a bote pronto de lo que me evoca a mí la transición espiritual que estos sesudos caballeros han canonizado. Cuando Manuel Fraga Iribarne, ministro de la Gobernación del gabinete de aquella bestia llorona que fue Carlos Arias Navarro, se entrevista clandestinamente el 30 de abril de 1976 con la dirección del ilegal PSOE, en la casa de Miguel Boyer, cena incluida, en presencia de Felipe González y Gómez Llorente, el ministro les deja clarito que la reforma que se inicia, y que Fraga asume, tiene tres temas intocables: la Monarquía, la unidad de España y las Fuerzas Armadas. Exactamente lo que ocurriría meses más tarde con Adolfo Suárez como presidente. Por tanto, podríamos resumir que la transición es la adaptación de la izquierda a la derrota de sus ilusiones y objetivos que cuestionaban en primer lugar esos tres tabúes. Y no digo que esa corrección no fuera pertinente, incluso inevitable por ser la única posible, pero no podemos correr un estúpido velo para hacer nuestra la frase más querida de los megalómanos del mundo político (y no político), según la cual, ellos no se arrepienten de nada. Confieso que yo me arrepiento de casi todo lo que he hecho en mi vida, aunque sólo sea por una cuestión de experiencia; ahora, que sé más, lo haría de otra manera.

La leyenda recién inventada es que Adolfo Suárez fue tan bueno y tan sincero y tan liberal y tan comprensivo que hay quien aspira a canonizarle, y muy especialmente después de la mala racha de los últimos años y de su actual estado de postración. Yo, que tengo el dudoso privilegio de ser el único biógrafo del presidente Suárez durante la cima de su éxito - digo lo de dudoso porque me dieron tantas hostias que aún no se me olvida ninguno de los finos estilistas que primero me lapidaron a mí y luego a él, y que hoy escurren el bulto hablando del espíritu perdido de la transición-, puedo decir que el estado de libertad de prensa que se abrió durante el periodo suarista que va del verano de 1976 a su defenestración en enero de 1981 fue muy limitado. La presión sobre los diarios y revistas en los que yo participé fue total, y hablo de la mía porque nadie me la puede contestar. Los acomodos de El País, las vergüenzas de Diario 16, los denuestos del ABC, que nos insultaba con los epítetos más contundentes, como una Cope cualquiera. Y qué decir de la mejor televisión de España, la TVE y sus dos canales, los únicos que existían y donde ejercían de maestros unos tipos de cuya trayectoria infumable podría dar fe.

¿El liberalismo de la transición en el periodo de Adolfo Suárez en presidencia? Baste decir que la presión sobre Planeta, que editó en 1979 la biografía de Adolfo Suárez, Historia de una ambición,fue tal que llegaron a acuerdos sobre publicidad que la editorial cumplió escrupulosamente y que no eran precisamente en beneficio ni del libro ni del autor, y lo digo sin ningún resentimiento porque Planeta hizo lo que ningún otro tuvo el valor de hacer. Todavía me acuerdo del tan llorado Mario Lacruz explicándome la importancia del libro y la imposibilidad de que él pudiera editarlo. Nadie osaba una cosa tan nimia como una biografía crítica de un presidente del Gobierno. El Corte Inglés prohibió que el libro se presentara en sus centros y la visita de promoción a Galicia, donde tenían mayoría absoluta las gentes del supuesto centrismo, consiguieron que entrara por Lugo y saliera por Ourense sin que nadie, lo que se dice nadie, de prensa, televisión o radio, admitiera una entrevista, y que la presentación en A Coruña consiguiera ni una sola persona.

Por si fuera poca la tergiversación histórica, a este hombre contradictorio y audaz que fue Suárez no lo liquidó la izquierda, sino una conspiración en su partido de carácter reaccionario, encabezada por Miquel Herrero de Miñón, hoy valorado como el más comprensivo de los adulones jurídicos del nacionalismo vasco y catalán.

¿Quieren que añada lo que fue el 23-F? ¿Lo que significó ese golpe de Estado a medias exitoso y a medias fallido? Por lo pronto consolidó como inevitable e incuestionable lo mismo que el ministro Fraga Iribarne había contado a los chicos del PSOE sobre los tres pilares inviolables. Pero lo más terrible, lo que tiene de demoledor el 23-F, auténtico cráter inexplorado de la transición democrática, es que frente a los golpistas no hubo en España una reacción de oposición activa que neutralizara la marcha de los carros de combate. La democracia, el 23 de febrero de 1981, estaba a merced de un duelo en el que la población española ejercía de acojonada espectadora. Un conflicto entre los golpistas impunes, el monarca y una democracia secuestrada por la que nadie estaba dispuesto a arriesgar la vida. Desde el siglo XIX, en el que empieza la historia civil de España, nunca una democracia estuvo tan al margen de la reacción popular, de donde cabría deducir que el supuesto espíritu de la transición resulta una metáfora; como la paloma o la llamita que simbolizan al Espíritu Santo y que sólo atisban los creyentes privilegiados.

[Fuente: Por Gregorio Morán, La Vanguardia, Barcelona, 10dic05]

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