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09mar21


Alejo Schapire: "La izquierda traidora se ha vuelto reaccionaria, dogmática e identitaria"


Alejo Schapire (Buenos Aires, 1973) es un periodista argentino que vive en Francia y considera que la izquierda lo ha traicionado. A él y a muchos otros: a los judíos, a los exmusulmanes, a las mujeres y a muchos de los colectivos presuntamente defendidos por el identitarismo. Su libro 'La traición progresista' (Península), de reciente publicación, es un breve alegato de denuncia.

En sus páginas desmenuza el proceso que explica que muchas personas de mentalidad progresista, como él mismo, han empezado a abandonar la nave.

PREGUNTA. Me pregunto a veces por qué siento una animosidad mucho más intensa hacia la izquierda que hacia la derecha, cuando estoy más cerca de las ideas de izquierdas. Reflexionas sobre esto al arranque de tu libro.

RESPUESTA. Es la misma animosidad que uno tiene cuando se siente traicionado por sus amigos. Uno tiene claro por qué no es de derechas. No cree en la magia exclusiva del mercado, apoya la emancipación de sectores oprimidos, sabe qué es la justicia social y quién ha traído los avances sociales que han permitido las vacaciones, el trabajo regulado para evitar la explotación, etcétera. Uno tiene claro que muchas cosas se lograron en base al cuestionamiento de la organización del poder a través de la economía y las tradiciones. Uno sabe por qué se hizo de izquierdas y qué era lo que le molestaba de la derecha. Pero uno no esperaba que en su propio campo esa izquierda traidora se volviera reaccionaria, dogmática e identitaria.

P. Tengo la impresión de que mucha gente de izquierdas está así. La pregunta entonces es: ¿por qué la izquierda reaccionaria ha logrado tanto poder?

R. Ante todo hay una guerra entre dos izquierdas. Está la antitotalitaria y la antiimperialista, y es esta última la que se ha impuesto. Es decir, hay una izquierda heredera del universalismo, que piensa que la emancipación pasa por la lucha contra el oscurantismo religioso y las formas de opresión tradicionales, mientras que la izquierda antiimperialista privilegia las alianzas contra el enemigo común, y está dispuesta a amigarse con las formas más acabadas de machismo y oscurantismo religioso. Véase esto que se ha llamado el islamoizquierdismo que cristaliza en la alianza Venezuela-Irán. Para ellos, el enemigo de mi enemigo es mi amigo, y el enemigo es el imperialismo 'yankee'.

P. Esto aparece tras la caída del mayor enemigo de Estados Unidos, la URSS.

R. El derrumbe de la Unión Soviética hace desaparecer al enemigo laico, y queda el islam político. Por eso hemos visto gente de izquierda celebrando los atentados del 11 de septiembre. Los tanques y los misiles de la URSS eran reemplazados por los yihadistas. El musulmán es un proletariado de sustitución. Al caer el muro de Berlín, el sujeto de la izquierda ya no es más el obrero, que queda en manos de los Trump o los Le Pen, así que se centran en este nuevo sujeto, que es la minoría, y trasladan el debate político de las fábricas y los campos a las universidades. El nuevo electorado de la izquierda deja de ser la clase obrera y pasa a ser el estudiante, la clase acomodada de las grandes ciudades que se ha beneficiado de la globalización, y las minorías.

P. El islamoizquierdismo es algo de lo que se habla mucho últimamente en Francia, pero poco en España, ¿podrías explicarlo?

R. El detonante de mi libro es precisamente el islamoizquierdismo. Yo trabajaba como enviado cultural del diario 'Página 12' de Argentina, y no hay nada más de izquierdas que esto. Hablaba de cualquier tema social o cultural, de lo más extremo que uno pueda imaginar, sin ningún problema, sin ninguna censura. Un día quise comentar que había un ascenso espectacular del antisemitismo en Francia. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, a los judíos de París les pegaban en la calle por ser judíos. Planteé un artículo sobre este fenómeno, les dije que había un aumento espectacular del racismo y que debíamos hablar de ello, y me dijeron: "Fantástico, estamos con un especial sobre racismo, así que adelante". Luego me quedé reflexionando y les escribí un segundo 'mail', diciendo: "Ojo...".

P. Ja, ja, ja, "ojo, que a los judíos no les están pegando los nazis", ¿no?

R. Claro. Les dije: "Este racismo no está siendo perpetrado por cabezas rapadas de ojos azules...".

P. ¡La cagamos!

R. Me dijeron: "No, entonces no se puede, porque vos sabés lo que hacen los israelíes a los palestinos". Entonces les dije: "¡Pará! Esto no son israelíes, son jóvenes judíos franceses caminando por las calles a los que les están dando golpizas". No hubo manera. Después llegó el atentado contra la escuela en Toulouse donde directamente los yihadistas fueron a pegarle tiros en la cabeza a los niños por ser judíos, y ahí vi nuevamente una denegación de lo que es el fenómeno antisemita: la patologización del islamista, "es un loquito". Pero esto empezó a subir. El atentado de Charlie Hebdo fue también el atentado del supermercado judío de París. Fue la misma gente. Y me di cuenta de que la imposibilidad de hablar del antisemitismo era un problema muy grave. Mi familia política me había traicionado. El nuevo antirracismo de la izquierda tiene un fuerte componente antisemita.

P. Detrás de esto está la falacia de que el racismo solo lo pueden ejercer los blancos, y se entiende a los judíos como blancos porque tienen dinero.

R. La expresión que utilizan es el "racismo sistémico". La falacia es la siguiente: dicen que el racismo es estructural, hecho por el Estado de las formas más influyentes y sutiles, y por definición es una relación entre dominantes y dominados. A partir de ahí, se establece un dogma. Vos ves que, en los barrios africanos de Francia, a los asiáticos les pegan y les roban de manera desproporcionada, pero eso no es caracterizado como racismo. Pero lo cierto es que no vivimos en un mundo multicultural, sino en uno multirracista.

P. ¡Hasta hay un antirracismo racista! Estoy pensando en lo de Amanda Gorman y Holanda.

R. Es que este nuevo antirracismo utiliza exactamente las mismas etiquetas y categorías que el viejo racismo. Es la asignación a una identidad por el color de piel o la sexualidad, al modo de los nazis, en el que la gente no decide sobre lo que quiere ser, sino que está sometida a un determinismo que contradice el concepto universalista.

P. Dices que los grandes traicionados de este sistema son los exmusulmanes.

R. En España también lo están viendo. Los partidos que presuntamente llevan la bandera de la emancipación, a través del relativismo cultural, empiezan a justificar formas de oscurantismo y a apoyar un símbolo de opresión machista clarísimo, como el velo.

P. El empoderamiento a través del velo es de lo más perverso que he visto en la izquierda.

R. Se ha creado este concepto bastardo, la "islamofobia", que sirve para impedir la crítica de una religión en particular. Es un caballo de Troya terrible. De hecho, en este mismo momento, hay dos académicos de la Universidad de Grenoble que han cuestionado un día contra "el antisemitismo, el racismo y la islamofobia", diciendo que islamofobia es una categoría problemática porque rehabilita la blasfemia como delito. No todos los árabes son musulmanes, hay musulmanes que han dejado de serlo y pegar una etiqueta de musulmán a una persona, como si una creencia religiosa fuese su ADN, es una forma de racismo.

P. En esto veo una evolución del mito del buen salvaje: se desposee de su agencia a quien pertenece a una religión que fue colonizada por los europeos, y se convierte al musulmán en una persona incapaz de hacer daño.

R. Si hay un culpable en todo esto es Jean-Jacques Rousseau. Es una de las personas influyentes para los dogmáticos de las políticas de la identidad y para los ayatolás verdes del ecologismo radical. Todos abrevan en ese Rousseau que tiene que ver con la culpabilidad del hombre blanco. En España, esto toma una característica particular: los nacionalismos periféricos. Una manera de desligarse de su identidad nacional culpable de conquistador es, para esos nacionalistas, refugiarse en los particularismos. En Francia, el centralismo ha aplastado esto.

P. Para el caso francés, utilizas dos mundiales de fútbol como termómetro para explicar cómo ha degenerado la cosa.

R. Sí. La película 'La Haine' (Mathieu Kassovitz) contaba muy bien la situación de los barrios periféricos, donde no se había podido o no se había dejado que la inmigración se integrase. Francia descubrió entonces que tenía un problema con una parte de la inmigración, porque no se reconocía en los valores republicanos. Pero hubo un momento, el mundial que ganó Francia en 1998, en que empezó a correr el eslogan de una Francia Arcoíris, que a través de su selección multicolor lograba un proyecto colectivo triunfante. Esa victoria se convirtió para los medios en el símbolo de que Francia podía coexistir de una manera plural. Era la época de Manu Chao, donde el multiculturalismo estaba bien. Pero en el siguiente mundial que ganó Francia la cosa había cambiado radicalmente. Habíamos pasado de ese triunfo de la mezcla a la segregación, donde se festejaban las identidades individuales y se ponía el acento en que habían sido negros.

P. Del "juntos podemos" al "gracias a nuestros oprimidos hemos logrado esto".

R. Claro. Maduro fue uno de los primeros en decir que aquello había sido el triunfo de África, no el triunfo de Francia. Y curiosamente fueron los propios jugadores negros de la selección francesa los que dijeron: "No, nosotros somos Francia". Es decir: muchas veces, la izquierda traiciona a sus minorías, a las personas que no viven su identidad de forma esencialista. Y esto es lo que había cambiado entre los dos mundiales. Dos definiciones: de una universalista a una identitaria.

P. Señalas como prueba de ese viraje el hecho de que al judío no se le trate como a las demás minorías, cuando es posiblemente la minoría más minoritaria de todas.

R. A ver: el judío que se ha asimilado en Europa ha aprendido a viajar ligero, porque los pogromos siempre lo echaron y tenía que llevar todas sus pertenencias en los bolsillos, o en el cerebro, a través de la educación. Y lo han convertido en el peor alumno de esta idolatría identitaria: el judío ha vivido lo peor en cuanto a racismo, el exterminio industrial, pero se ha recuperado, así que no le pueden hacer el chantaje de hombre blanco opresor. Después de la creación del Estado de Israel, Stalin se dio cuenta de que no iba a poder manipular a Israel dentro de la incipiente guerra fría, y es él mismo quien opera este cambio, de antisemitismo a antisionismo, a partir de la purga de los médicos, de la que hablo en el libro. El antisionismo es claramente la reformulación de todos los clichés antisemitas.

P. También cuentas en el libro que ese mapa que se ve tanto en redes sociales donde un Estado de Israel va devorando a Palestina es una manipulación.

R. Sí. Se juega mucho con la palabra 'Palestina', que es una designación geográfica, un gentilicio y no un Estado nación. Los mismos judíos hablaban de Palestina. Ese mapa que suelen mostrar las redes sociales, e incluso Erdogan, es completamente falso y anacrónico. Los palestinos no vivían dentro de fronteras reconocidas por nadie. Estaban asentados en lugares que pertenecían a países como Egipto o Jordania, y los judíos estaban asentados también por allí. Ese mapa presenta una visión truncada que juega con el concepto de Palestina como una identidad, cuando es una noción geográfica. La identidad palestina es muy reciente como concepto: es una respuesta a la creación de Israel. No existía un país llamado Palestina invadido por los israelíes. La gente no sabe lo que fue la Guerra de los Seis Días, ni de quién eran los territorios antes de aquel intento de exterminio de los judíos que emprendió el panarabismo, y que fracasó.

P. ¿Se gestó en ese momento el divorcio entre la izquierda y los judíos?

R. Viene de antes. La izquierda quiere al judío hasta 1945. Mientras era una víctima. Después pasa a ser el enemigo. El judío pasa a ser el palestino, y el lugar que ocupaba el nazi pasa a ocuparlo Israel. Es la inversión de un paradigma que se establece en los años 30 en Europa, con los fascismos, para los que la nación ocupa el centro y todo lo que está en la periferia debe ser destruido. Desde 1945, ocurre lo contrario: se ejerce el autoodio por lo central, y se ensalza todo lo periférico independientemente de su catadura moral. Israel llega a contramano. Empieza a reivindicar el nacionalismo cuando el nacionalismo es mala palabra.

P. Muchos israelíes de izquierdas dicen abiertamente que es la derecha israelí, y los abusos cometidos por el ejército, la que está causando problemas a los judíos en el mundo. Es decir: la crítica viene de los propios israelíes, pero esto se olvida fuera. Se les mete en el mismo bloque agresivo por ser israelíes.

R. Del mismo modo que pasa con Estados Unidos. ¿Quién no ama 'Los Simpson'? La principal crítica de las sociedades abiertas occidentales, y aquí incluyo excepcionalmente a Israel desde el punto de vista cultural, viene de las propias sociedades abiertas. Toda la munición que tiene el progresismo contra Israel lo saca de los propios israelíes, que elevan su propias denuncias. Y todo lo que dicen en contra de Estados Unidos ¡lo aprenden por Netflix!

P. El autoodio no es para todos...

R. Evidentemente. Es la gran paradoja. ¡El autoodio es el verdadero privilegio blanco! De hecho, el miembro de una minoría que vive en Occidente no puede ejercer el autoodio. El negro estadounidense no tiene el privilegio de odiarse a sí mismo en los Estados Unidos, tiene que amarse a sí mismo todo el rato por ser negro.

P. Y ha de votar lo que tiene que votar.

R. Sí. Para mí fue un escándalo cuando Biden les dijo a los negros que, por ser negros, tenían que votar demócrata. Pero hay negros que votan por Trump. En esta operación racista que es la política identitaria esencialista, se supone que la gente opina en función de su color de piel. Piensan que color de piel es opinión...

P. De ahí salen esos autoproclamados portavoces: el activista de Black Lives Matter es el ejemplo perfecto, ¿quién coño lo ha elegido portavoz de una raza? Es algo asombroso.

R. Es horrible. Es encerrar en el determinismo racial a una persona en función de sus circunstancias biológicas.

P. Y esto se ve muy bien en el caso de las exmusulmanas en Francia, como dices en tu libro.

R. Jazmin Mohamed, Ayaan Hirsi Ali... Son muchísimos los exmusulmanes a los que hemos dejado solos. ¡Los hemos dejado solos! Es gente que ama nuestra concepción universalista más que nosotros y los hemos abandonado para quedar bien con gente teocrática, homofóbica, con lo que más odiamos y que solo nos permitimos decirlo si llevan una cruz en el cuello.

P. El 'pinkwashing' del que acusan a Israel es otro ejemplo que pones. Dices que los gais palestinos corren a refugiarse en Israel.

R. Si vos sos un palestino, el mejor lugar donde puedes ir en muchos cientos de kilómetros a la redonda es Tel Aviv, no Teherán, no Líbano. Hablan de 'pinkwashing', pero Israel está lleno de homosexuales que la pasan muy bien y exteriorizan su sexualidad y no van a la cárcel por ello. ¿Es eso 'pinkwashing'? Bueno, pues prefiero el 'pinkwashing' a que los estén tirando de una terraza o ahorcando como en Irán. ¡Viva el 'pinkwashing' si es eso!

P. Criticas también la tendencia a identificar al israelí con el ultraortodoxo, y no tanta a identificar al palestino con el integrista.

R. Cuando uno mira las representaciones mediáticas de las nacionalidades, el israelí siempre es un ultraortodoxo o un colono armado hasta los dientes. El israelí medio, el que cree en la coexistencia de dos estados, el que simplemente aspira a la normalidad, ese no lo vas a ver nunca. Del mismo modo, cuando hablan de los palestinos, lo que vas a ver es el viejito, la abuelita y el niño. Y nunca vas a ver como protagonista al que está dispuesto a matar a martillazos a una niña durmiendo israelí. Y esto lo muestro en el libro, cómo los medios progresistas occidentales, a la hora de subtitular, por ejemplo, que un palestino dice "queremos matar a todos los judíos", lo traducen por "queremos matar a los israelíes". Hay una complicidad terrible. El conflicto israelopalestino es una especie de Disneylandia de los periodistas, un teatro donde se representa una guerra en que los malos y los buenos están claramente identificados.

P. La ultraderecha también ha traducido aquí su antisemitismo. De los 'Protocolos de los sabios de Sión' han pasado a la figura de George Soros para decir lo mismo. A mí me fascina que esto de hablar de Soros no reciba nunca una denuncia de racismo de la izquierda, sino una carcajada: "¡Ah, ya están hablando de Soros, qué paranoicos!". ¿Por qué ahí no denuncian el racismo?

R. Soros ocupa el lugar que ocupaban antes los Rothschild. La izquierda no denuncia esto porque ha comprado la guía de lectura de Irán, es decir, que está el gran Satán (EEUU) y el pequeño Satán (Israel). Y cuando Hezbolá hace una telenovela sobre 'Los protocolos de los sabios de Sion' hace pocos años, para la izquierda eso no es un problema. La izquierda ve al islam político como un sistema de autodefensa cultural e ideológica frente a la agresión del imperialismo. Entiende, en nombre del relativismo cultural, que ellos expresan de una manera un poco torpe esta denuncia de la opresión del colonizador.

P. De nuevo, el mito del buen salvaje.

R. Sí. Lo ves claramente en el BDS, el movimiento de boicot contra Israel. Cuando lees la propaganda de BDS te das cuenta cómo reprocesan los viejos clichés del antisemitismo. Curiosamente en un país como España donde prácticamente no quedan judíos. España es un ejemplo de que uno no necesita tener judíos para desarrollar un fuerte grado de antisemitismo.

P. Aquí siempre que llega el día de la Hispanidad hay una ocasión preciosa para el autoodio más vistoso, pero en cambio no se aprovecha el hecho de que expulsáramos a los judíos para lo mismo. ¡Cuántos latigazos perdidos con los que podríamos fustigarnos!

R. Incluso se quejan de que el sefardí puede ahora obtener la nacionalidad perdida, mientras que el inmigrante musulmán vive en la ilegalidad. En fin. España es un país llamativo. Como también lo es buena parte de América Latina, cuando Cristina Fernández de Kirchner manda a retirar la estatua de Colón por petición de Hugo Chávez. ¡Estamos hablando de Cristina-Fernández-de-Kirchner! Está hablando de los colonizadores españoles, ¡y todo esto te lo dice en español! Pero esta izquierda es impermeable a los hechos. Está blindada contra cualquier dato falseable sobre lo que están diciendo.

P. En fin... Me pregunto, ¿para quién estás diciendo estas cosas?

R. Es una pregunta clave. Quienes estuvimos en la izquierda criticamos ferozmente nuestro propio campo. ¿Para quién lo hacemos? ¿Somos conscientes de que estamos dando munición a la derecha? Y esta es una verdadera pregunta. Es probable que estemos haciendo el trabajo sucio y dando munición, pero yo no pienso en función de esta dialéctica. Pienso que el universalismo nos permite tomar distancia, usar el sentido crítico y no deberle nada a nadie a la hora de pensar. Pero es cierto que, cuando uno incurre en la incorrección política, tiene que saber que este es un paraguas muy amplio en el que se escuda la extrema derecha. Pero esto no debe ser una excusa para callar. A mí no me importa a quién le estoy haciendo el juego.

P. Creo que los mismos argumentos para criticar un identitarismo se pueden aplicar al otro.

R. Así es, la ultraderecha apela a otra tribu, es un 'White Lives Matter'. La extrema derecha en Francia es igual. El Gobierno acaba de ilegalizar en Francia una organización, 'Generation identitaire', que se mueve exactamente por los mismos parámetros de los que estamos hablando. Tribu india en peligro, solo que de blancos. Yo lo que hago es decir que hay que rehabilitar el viejo universalismo donde el determinismo sexual, racial, etcétera, no defina a las personas. Lo triste es que esto haya pasado a ser algo escandaloso.

[Fuente: Por Juan Soto Ivaras, El Confidencial, Madrid, 09mar21]

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