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Estados Unidos se apoya principalmente en dinero saudí para respaldar a los rebeldes sirios


Cuando el presidente Obama autorizó secretamente a la Agencia Central de Inteligencia para que ésta empezara a armar en 2013 a los asediados rebeldes sirios, la agencia sabía que podría contar con un decidido socio que le ayudara a financiar la operación encubierta. Se trataba del mismo socio en cuyo dinero y discreción llevaba décadas apoyándose: el Reino de Arabia Saudí.

Desde entonces, la CIA y su contraparte saudí han mantenido un insólito acuerdo de cara a la misión de entrenamiento a los rebeldes, a la que los americanos han dado el nombre en código de Timber Sycamore. En virtud del acuerdo, según afirman actuales y antiguos cargos de la administración, los saudíes aportan armas y grandes sumas de dinero y la CIA lleva las riendas del entrenamiento a los rebeldes en fusiles de asalto AK-47 y misiles antitanque.

El apoyo a los rebeldes sirios es tan sólo el último capítulo en la añeja relación de décadas entre los servicios de espionaje de Arabia Saudí y de Estados Unidos, una alianza que ha sobrevivido al escándalo Irán-contras, al apoyo a los muyahidines en contra de los soviéticos en Afganistán y a varias guerras de interposición en África. A veces, como en Siria, los dos países han trabajado concertadamente. En otras, Arabia Saudí se ha limitado a firmar los cheques que han dado cobertura a las operaciones encubiertas norteamericanas.

El programa conjunto para suministro de armas y entrenamiento, al que contribuyen también otros Estados de Oriente Medio, continúa en pie al tiempo que la relación de Estados Unidos con Arabia Saudí -y el papel del reino saudita en la región- cambia constantemente. El viejo vínculo entre ambos países, forjado a base de petróleo barato y geopolítica, ha perdido consistencia a medida que Estados Unidos depende menos del crudo extranjero y que la administración Obama camina sigilosamente hacia el acercamiento diplomático con Irán.

Sin embargo, las alianzas persisten, se mantienen a flote en un mar de dinero saudí y el reconocimiento de intereses recíprocos. Además de las enormes reservas de crudo saudíes y el papel de este país como pilar espiritual del mundo musulmán suní, la larga relación entre los servicios de inteligencia de ambos Estados ayuda a entender por qué Estados Unidos ha sido reacio a criticar abiertamente a Arabia Saudí por sus violaciones a los derechos humanos, el trato que dispensa a las mujeres o su apoyo hacia una rama integrista del islam, el wahabismo, que ha inspirado a muchos de los mismos grupos terroristas que Estados Unidos está combatiendo. La administración Obama no ha condenado públicamente las decapitación que Arabia Saudí ha realizado este mes de un clérigo chiita disidente, Sheikh Nimr al-Nimr, que había cuestionado a la familia real.

Aunque los saudíes han reconocido públicamente que han contribuido a armar a los grupos rebeldes en Siria, el alcance de su asociación con la operación encubierta de la C.I.A. y su apoyo económico directo no ha sido en cambio revelado. Las entrevistas realizadas a media docena de funcionarios estadounidenses retirados y en activo, junto con la información proporcionada por algunas fuentes de los países del Golfo Pérsico, permiten juntar algunas piezas. La mayoría se expresó bajo condición de anonimato porque no estaban autorizados a hablar del programa.

La operación de la C.I.A. se apoyó en el dinero saudí desde el mismo momento en que comenzó.

"Asumen que nos necesitan, y asumimos que les necesitamos", dijo Mike Rogers, ex Congresista por Michigan que presidía la Comisión de Inteligencia del Congreso cuando la operación de la C.I.A. arrancó. El Sr. Rogers declinó dar detalles sobre el programa clasificado.

Los funcionarios americanos no han revelado la cantidad de la contribución saudí, que es con mucho la más grande de un tercer estado al programa para armar a los rebeldes contra el ejército del presidente Bashar al-Assad. Aún así, las estimaciones sitúan el costo del programa de armas y entrenamiento en varios miles de millones de dólares.

La Casa Blanca ha acogido la financiación encubierta de Arabia Saudí -y la de Catar, Jordania y Turquía- al tiempo que el Sr. Obama presionaba a los países del Golfo para que desempeñen un mayor papel en la seguridad de la región.

Los portavoces de la C.I.A. y de la Embajada de Arabia Saudí en Washinton declinaron todo comentario.

La decisión de Obama, en la primavera de 2013, de rubricar el apoyo con armas a los rebeldes, obedece en parte a un intento de ganar control sobre la aparente batalla campal que impera en la región. Los cataríes y los saudíes llevaban más de un año introduciendo armas en Siria. Los cataríes llegaron incluso a enviar misiles FN-6 chinos de contrabando desde la frontera con Turquía.

Las actividades saudíes estaban dirigidas por el ostentoso Prícipe Bandar bin Sultan, jefe de los servicios de inteligencia en ese momento, quien dio instrucciones a sus espías para que adquirieran en Europa del Este miles de AK-47 y millones de balas para los rebeldes sirios. La C.I.A. participó en la organización de algunas de estas transacciones, entre las que se cuenta una muy importante en Croacia en 2012.

Para el verano de 2012 se había instalado un sentimiento de tierra de nadie a lo largo de la frontera de Turquía con Siria, al tiempo que los países del Golfo introducían dinero en efectivo y armas a los grupos rebeldes, incluso a algunos que los responsables estadounidenses consideraban que podían tener relación con grupos radicales como Al Qaeda.

Durante este periodo la C.I.A. se mantuvo casi siempre al margen, habiendo sido autorizada por la Casa Blanca para suministrar ayuda no letal a los rebeldes en el marco del programa de entrenamiento Timber Sycamore, pero nunca armas. A finales de 2012, según dos antiguos altos cargos norteamericanos, David H. Petraeus, director de la C.I.A., dio un severo rapapolvo a varios funcionarios de inteligencia de los países del Golfo en una reunión cerca del Mar Muerto, en Jordania. Les reprendió por enviar armas a Siria sin coordinarse entre sí ni con los agentes de la C.I.A. en Jordania y Turquía.

Meses después, Obama dio su aprobación para que la C.I.A. empezara a armar y entrenar directamente a los rebeldes desde una base en Jordania, modificando de este modo el programa Timber Sycamore para poder enviar ayuda letal. En virtud del nuevo marco, la C.I.A. se hizo cargo del entrenamiento, mientras que la agencia de inteligencia saudí, la Dirección General de Inteligencia, se encargaba del suministro de dinero y armas, lo que incluía misiles TOW antitanque.

También los cataríes han contribuido a la financiación del programa y han permitido el uso de una base catarí como lugar suplementario de entrenamiento. No obstante, los funcionarios norteamericanos insisten en que Arabia Saudí es de lejos el mayor contribuyente a la operación.

Si bien la administración Obama veía en esta coalición un argumento para que el Congreso comprara el producto, algunos, entre ellos el senador Ron Wyden, demócrata por Oregón, cuestionó, según un antiguo funcionario, el porqué la C.I.A. necesitaba del dinero saudí para la operación. El Sr. Wyden declinó ser entrevistado, pero su oficina emitió un comunicado pidiendo más transparencia en los siguientes términos: "Algunos altos cargos han manifestado públicamente que los Estados Unidos están intentando desarrollar el potencial en el campo de batalla de la oposición a Assad, pero no han informado a la opinión pública sobre cómo se está haciendo esto, qué agencias estadounidenses están involucradas o con qué contrapartes extranjeras están trabajando esas agencias."

[Fuente: Por Mark Mazzetti y Matt Apuzzo, The New York Times, Washington, 23ene16. Traducción al español de la versión original en inglés realizada por el Equipo Nizkor]

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