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18feb18


El destino final de los 240 españoles que se incorporaron al IS


Informe definitivo tras la caída del califato

240 españoles fueron a combatir a Siria, entre ellos 23 mujeres.

34 españoles han retornado a España. 13 están en prisión, 12 en libertad y el resto se ha ido a otros países.

Unos 100 españoles supervivientes están repartidos en tres bolsas de combatientes en la frontera entre Siria e Irak.

4 españoles llegaron a ocupar puestos en los servicios de inteligencia y en el 'Ministerio del Tesoro' del Califato.

70 soldados españoles están fuera de combate, entre muertos (50) y prisioneros (20).

Lo último que se sabe de Yasim Ahram Pérez es que vivía su miseria ayudado por dos muletas en la ciudad de Abu Kamal, uno de los lugares en poder del Daesh hasta septiembre del pasado año. Había luchado como yihadista en varias batallas después de pasar por Mosul (Irak) y Raqqah (Siria) y le habían quebrado la espalda. En verano de 2016 fue alcanzado por la metralla de un proyectil de artillería y le tuvieron que intervenir quirúrgicamente dos veces. Le sentaron primero en una silla de ruedas para que contase, en uno de los vídeos propagandísticos del Daesh, lo orgulloso que se sentía de sus heridas. Poco después fue el protagonista de otra de sus proclamas.

Le eligieron por ser español y por haber quedado tullido en nombre de Alá: «Llevad la yihad donde estéis porque así Alá estará complacido con vosotros», decía. Con una pronunciación rara, como desleída, con el aspecto de un desorientado mental, aunque de un modo lo suficientemente eficaz para hacer llegar el mensaje de que el atentado de Barcelona y Cambrils, que acababa de llevarse por delante 16 vidas, era La primera gota de la tormenta como fue titulada la reivindicación o, más precisamente, la videoamenaza.

Después hay un fundido en negro. Para él, para su hermano Musa Nosair, también terrorista incluso mucho antes de cumplir los 18 años que tiene ahora, y para su madre Tomasa Pérez, la cordobesa que dos días antes de su cumpleaños, a finales de 2014, se presentó en el aeropuerto Mohamed V de Casablanca y se llevó a sus cinco hijos pequeños a Siria. Como semillas malditas, siguiendo al mayor por orden de su marido, el terrorista marroquí Abdelah Ahram, todavía hoy en la prisión de Satfilage, a 6 kilómetros de Tánger. Tomasa partió después de haber seguido a su marido, mudándose cada vez de casa, por las ciudades a cuya prisión era destinado y se cuidó mucho de mantener una intensa relación con las organizaciones que velaban por los reclusos yihadistas y con sus familias.

Durante la prevalencia del Califato, Tomasa -que nació cristiana y se convirtió al islam cuando a los 17 años conoció a Abdelah en las inmediaciones de la mezquita de Pedro Abad, donde sus padres tenían una casita-, se hizo un nombre. Logró destacar como un referente en el mundo yihadí. Hay pruebas de que durante años ha dedicado ingentes esfuerzos a captar a otras mujeres.

Ahora, sólo se sabe que todos ellos -Yasim, Musa, Quodama, Islam y Khanssae- siguen allí. Se sospecha que, tras la caída del Califato, se ocultan en algún campo de refugiados controlado por kurdos o por el régimen de Bashar al-Asad. Quizás acompañados por dos cuñados de Tomasa, hermanos de su marido, Ahmed Ahram Abou Omar al Qorachi y Mohamed Youssef Abou Qassouara al Qorachi, que llegaron antes -Yasim se pasó una temporada buscándolos por Irak y Raqqah-, y contribuyeron a que sus sobrinos perseverasen en el camino de la yihad.

Y, como ellos, unas cuantas decenas de españoles que, a pesar de todo, de la supuesta derrota del Estado Islámico, continúan convencidos de que tienen la misión de seguir matando infieles en nombre de Alá. Según los expertos, las apariencias engañan y esta calma que parece derivarse de la derrota del Daesh en Siria es un espejismo que oculta una actividad soterrada y esconde también el hecho de que los terroristas previeron este escenario y diseñaron los planes para la ocasión.

En realidad, «el Daesh no está muerto, no se ha acabado. La percepción es menos intensa pero la amenaza real se mantiene», advierten los expertos de las Fuerzas de Seguridad del Estado, quienes destacan que el hecho de que los países miembros de la coalición internacional que opera en Siria persigan objetivos e intereses muy distintos, no ayuda a la lucha contra el terrorismo.

Según las fuentes consultadas por Crónica, hasta Siria e Irak se han ido desplazando en los últimos años hasta 240 -entre ellos hay 23 mujeres- españoles identificados, los denominados foreign fighters. Puede haber más aunque, en cualquier caso, las cifras no se acercan ni por asomo a los terroristas que por miles han salido de Francia, Gran Bretaña, Arabia Saudí o Túnez.

De esos 240, se sabe que unos 50 murieron antes de la caída del Califato -bien en enfrentamientos armados, bien suicidándose al precipitarse contra determinado tipo de objetivos- y que otros 20 al menos pueden haber sido arrestados por alguna de las facciones yihadistas de Al Qaeda contrarias al Daesh después de que el Daesh conquistara el este de Siria hasta la frontera con Irak y les obligara a desperdigarse por el sur o por la zona de Alepo, al norte. Más tarde, los ataques de sirios, rusos y de Hezbolá les harían replegarse todavía más hasta concentrarlos en Idlib, una zona fronteriza con Turquía donde en definitiva se oculta el 95% de los yihadistas que no forman parte del Estado Islámico.

De cárceles y campos

Así, los expertos creen, tras un cálculo de probabilidades y por comparación con el destino sufrido por los terroristas de otros países, que una buena parte de los yihadistas españoles desplazados a Siria e Irak puede haber muerto. El destino de los vivos, aunque sin aventurar números, es la cárcel. Las prisiones de los kurdos en Irak o en el norte de Siria. Las cárceles de los yihadistas en Idlib. O las del régimen sirio, aunque no conste en ellas la presencia de ningún terrorista español. Los sirios, de hecho, no han informado al Gobierno de la presencia en sus recintos penitenciarios de ningún ciudadano de nacionalidad española, pero es sabido que los terroristas no suelen facilitar ni su identidad ni su nacionalidad para evitar ser extraditados.

El destino de los vivos son también los campos de refugiados, donde se calcula que puede haber unos 60 españoles. O las tres principales bolsas de combatientes, en las que se esconden unos 7.000 yihadistas en total, y que están ubicadas en Abu Kamal -en la frontera de Siria con Irak-, en la zona rural de Deir Ez Zor y también en Idlib.

También hay terroristas que han regresado a lo largo de estos años. A mediados del pasado verano, las Fuerzas de Seguridad tenían controlados a 34 retornados: 13 permanecían en prisión, 12 se encontraban en libertad (aunque estaban siendo policialmente controlados) y el resto habría preferido trasladarse a vivir a otros países. El Daesh les había proporcionado los pasaportes o carnets de identidad pertenecientes a compañeros suyos muertos para contribuir al descontrol.

Precisamente por esas fechas fueron entregadas por Turquía dos mujeres, Fátima Akil Laghmich y Asia Ahmed Mohamed, que habían sido interceptadas el mes de diciembre anterior cuando intentaban cruzar la frontera desde Siria.

Asia, procedente de Ceuta, era la más relevante de las dos. Había sido la mujer de Kokito, un marroquí también identificado como el Carnicero de Castillejos por sus fotos rodeado de cabezas cortadas. De él tuvo un hijo. Y cuando Kokito falleció, se casó con otro terrorista con quien también tuvo descendencia. Como Tomasa, Asia se dedicaba a captar a chicas jóvenes para que se incorporaran a las filas terroristas, utilizando Internet. Les decía que eran las «leonas» del Daesh y era firme precursora de la tesis de los yihadistas según la cual «el futuro de la Guerra Santa está en el vientre de la mujer». En los institutos de Ceuta dejó su huella. Al final, probablemente porque la vida en Siria había dejado de ser fácil para ella, intentó regresar con los hijos que había tenido con el Daesh y ahora se encuentra en prisión.

La mayor parte de los regresos de los españoles desplazados a Irak y Siria se produjo, en cualquier caso y sobre todo, antes de la caída del Califato por motivos meramente crematísticos. Tras el descalabro, el precio de la vuelta se puso por las nubes. Según las fuentes consultadas, los llamados pasadores están cobrando unos 3.500 dólares por sacar a los yihadistas de Siria, principalmente hacia Turquía, Jordania o Líbano, una cantidad poco asequible para un combatiente de a pie aunque haya algunos españoles que, por las funciones que desempeñaron en la estructura califal, sí han podido costearse el traslado.

3.500 dólares para listos

Sería el caso de los dos que ocuparon puestos administrativos en el llamado Ministerio del Tesoro y de los otros dos que formaron parte de El Amniyin, el servicio de Seguridad o de Inteligencia del Daesh. No se trata de españoles específicamente cualificados para ocupar dichos puestos. No es que, a diferencia de lo ocurrido con algunos terroristas marroquíes u originarios de otros países del norte de África, procedieran de la Policía o de los servicios de inteligencia. Sencillamente demostraron tener cierta listura y se colocaron en la enjundiosa y nada improvisada Administración del Daesh. Sus más de 3.500 dólares les dieron para cobijarse en campos de refugiados turcos.

Los expertos antiterroristas acumulan por decenas los motivos por los que hay que mantener la alerta sobre un futuro contrataque del Daesh.

En el mejor de los casos, sostienen, es cierto que ha habido españoles desplazados al feudo del Estado Islámico que se han visto defraudados por el Califato y han admitido que no respondía a sus expectativas. Pensaban que se iban a instalar en un lugar donde podrían vivir la vida pura del islam, pero se encontraron con un lugar en el que han estado sometidos a un alto grado de violencia, bien porque era infligida a otras personas o bien porque ellos mismos o los miembros de su familia la han venido sufriendo. Vieron cómo medraban los que tenían una absoluta falta de escrúpulos y que eran soliviantados de forma brutal todos sus principios, con directrices religiosas formuladas ad hoc para la conveniencia de los más pervertidos o violentos.

Sin embargo, a pesar de su decepción con el Daesh, no han abandonado el ideario yihadí y, en vez de ser desactivados, el elevado nivel de violencia en el que han vivido de manera ordinaria les ha hecho peligrosos de manera potencial.

Y en el peor de los casos, entre los que no se han visto decepcionados, los expertos distinguen a dos tipos de terroristas. Aquellos con preparación y con misiones que pretenden entrar en Europa. Y los combatientes que todavía no han experimentado una evolución o una formación lo suficientemente completa, y que por ello han recibido la orden de desplazarse a otros lugares como Sudán, Libia, Afganistán o Filipinas.

Sin ir más lejos, a finales de febrero un ciudadano español, Abdelhakim Labidi Adib, de ascendencia tunecina y con apenas 20 años, fue detenido por las autoridades filipinas acusado de pertenecer al grupo Abu Sayyaf, una organización local afín al Estado Islámico. Había viajado desde Suiza y había acabado en Basilán, una peligrosa isla de Mindanao vetada a los extranjeros por ser el feudo de Abu Sayyaf.

Probablemente el Daesh pensó que necesitaba una mayor preparación o que sencillamente ya podía ser utilizado como carne de cañón. Finalmente, inexperto, fue detenido cuando trasladaba una furgoneta repleta de explosivos mientras su compañero, Labidi Adib, un conocido miembro del grupo terrorista filipino, lograba zafarse de la policía.

Quienes conocen bien el Daesh no se cansan de repetir que el hecho de que sus miembros se comporten como salvajes y que tengan un ideario medieval no les hace estar desactualizados respecto a otras cuestiones. Al contrario, han demostrado ser punteros en asuntos muy importantes para la gestación de una guerra moderna como la producción y la difusión propagandística. Así como en su financiación. (Se ha hablado de las dificultades económicas por las que atraviesan tras la caída del Califato pero no es extraño encontrar anécdotas relatando cómo alguno lograba salvar 2 millones de dólares mientras huía). Y los dirigentes del Daesh son considerados avezados practicantes del pensamiento estratégico.

Confianza como trampa

Según los expertos, los jefes del Daesh sabían que no podían ganar una guerra convencional y atacaron casa por casa. Y una vez perdido el pie se prepararon para lo que iba a venir utilizando otros elementos tácticos para conseguir la desestabilización de la sociedad occidental. Y de manera específica, la europea.

Seguirán utilizando a los llamados durmientes y a los infiltrados. Y muy a su pesar, algunos especialistas en el comportamiento del Daesh consideran que uno de esos elementos tácticos que los terroristas han querido y quieren emplear lo configuran las personas que han huido de la guerra. Casualmente, destacan con ironía, mientras los yihadistas quisieron, las fronteras sirias e iraquíes permanecieron cerradas y, de repente, se abrieron para dejar pasar a miles y miles de refugiados desesperados que también eran musulmanes. «Hemos avanzado 50 años en menos de tres meses», espetó uno de sus ideólogos, consciente de que Europa iba a reaccionar protegiéndose y por tanto saboteándose.

«Buscan polarizar la situación, que el rechazo de los ciudadanos europeos justifique el rebote de los musulmanes y lleve al reclutamiento y a los atentados terroristas», sostiene un especialista de las Fuerzas de Seguridad que viene a secundar la idea de que el Daesh está siguiendo a pies juntillas el libro La gestión de la barbarie, escrito por un tal Abu Baker Naji, un autor -probablemente el nombre es un seudónimo- que postula las virtudes de la violencia extrema.

El prestigioso analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos Federico Aznar explicaba en uno de sus escritos que «el problema de la violencia es que no es inútil sino todo lo contrario y por eso está prohibida». Y añadía: «La violencia del Daesh no es gratuita sino que tiene un claro sentido político y obedece a una estrategia perfectamente definida que busca la instalación de un nuevo modelo político a partir de la polarización de las sociedades y de la generación de narrativas de enfrentamiento».

Puede resultar terrorífico para la mentalidad occidental donde, aun rudimentariamente, la vida ha ido adquiriendo, gracias a un empeño que ha costado siglos establecer, un valor que en otros lugares se le niega. Pero es también, dicen, lo que ha ocurrido desde que surgió Al Qaeda. La violencia se ha ido intensificando y los diversos grupos se han ido radicalizando hasta preparar el siguiente escenario.

Probablemente, el mayor error de Occidente sería carecer de inteligencia y añadir a sus muchos pecados, o mejor, negligencias, el exceso de confianza.

[Fuente: El Mundo, Madrid, 18feb18]

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