Caratula
El Derecho al Agua en el Sur de las Américas

Argentina: paradigma de una crisis estructural.

Por Jorge Carpio |1|

Yo pensaba tratar el tema de la situación particular de los servicios en el caso argentino, pero, desde la perspectiva del marco global que tienen los problemas aquí tratados, me parece imposible partir ignorando el hecho de que, como decía el senador Ávila, Argentina es un país paradigmático en la aplicación de esas políticas de ajuste que han devenido en la crisis estructural y profunda del país. En principio, entonces, trataré ese aspecto, para desde allí abordar temas particulares como el sector servicios.

Como se sabe, a partir de la década de los ochenta comienza a articularse una nueva arquitectura internacional de dominación y control. De una u otra forma, la segunda guerra mundial da origen a una arquitectura institucional que regula la relación entre Estados y que se ha llamado Naciones Unidas. Las Naciones Unidas, con sus características, sus particularidades, sus organismos especializados, se configura como un gran sistema institucional que, de alguna manera, trata de darle una lógica normativa a la dinámica de los actores fundamentales del mundo, que son los Estados nacionales.

Con la crisis de la década del setenta, y a partir de la década de los ochenta más fuertemente, una nueva institucionalidad comienza a reemplazar la institucionalidad de Naciones Unidas, basada fundamentalmente en la Declaración de los Derechos Humanos. Los actores de esta nueva institucionalidad son la banca multilateral, la OMC, los acuerdos bilaterales, el Tratado de Defensa para el Hemisferio Occidental, la OTAN o NATO, los acuerdos de defensa. ¿Y cuál el principio que los orienta? La defensa de los intereses del capital.

Desde este punto de vista, lo que sucede en la actualidad es que estamos asistiendo a la materialización de este nuevo sistema de dominación, del cual somos parte, o al que estamos siendo progresivamente incorporados: un neoimperialismo que ya no tiene como eje los Estados sino estas estructuras más anónimas, que representan los intereses de las grandes corporaciones multinacionales.

En uno de los debates de un seminario al que asistí el año pasado, en la Universidad de Georgetown, Estados Unidos, se ponía de manifiesto este tema: la preocupación del poder político en Estados Unidos por el progresivo desplazamiento de las decisiones a manos del poder corporativo, tanto norteamericano como internacional.

Todo esto no es inocuo; ha hecho estallar los sistemas políticos institucionales de los países, que comienzan a demostrar -como lo podemos decir claramente en el caso de Argentina- su incapacidad para responder a esta nueva forma de dominación.

Nuestros Estados estaban, de alguna manera, diseñados para responder a la dinámica de un sistema que ya no existe. Por eso se manifiestan insuficientes, por eso nuestras comisiones parlamentarias y las distintas modalidades de funcionamiento no operan, se sienten incapaces e impotentes. Hay que reconfigurar una nueva estructura política que sea ad hoc a este sistema de dominación. De lo contrario, estamos jugando, con las viejas reglas, en una cancha que cambió.

Creo que eso es lo central del tema que estamos discutiendo y da el marco en el cual debemos movernos.

Usemos este marco para abordar el tema de los servicios. Es muy difícil analizar lo que pasa actualmente con los servicios en Argentina, si no lo remitimos a lo que fue el proceso de privatización.

El proceso de privatización en Argentina tuvo, como rasgos centrales, el desorden y la aceleración. Se realizó en menos de dos años -es posiblemente el proceso de privatización más rápido del mundo, solamente comparable con el que tuvieron los países post Unión Soviética- y, por consiguiente, no contempló un plan estratégico ni una propuesta que dijera cuál era su sentido en el marco de un proyecto nacional.

Se realizó respondiendo básicamente a tres aspectos centrales, que en ese momento aparecían como elementos de coyuntura. En primer lugar, la crisis fiscal. Argentina vivía un proceso de crisis fiscal muy fuerte y se planteaba que la privatización iba a hacer posible anular las fuentes de uno de los factores principales del déficit, que era el llamado déficit de las empresas públicas, y a permitir también, por consiguiente, nuevos ingresos al fisco.

Otro tema central fue la deuda externa, para la cual, teóricamente, también la privatización aparecía como una solución: se iba a cambiar patrimonio nacional por título de la deuda y eso iba a calmar la presión de los acreedores.

Y otro tema fue el plan de convertibilidad, la hiperinflación. En ese momento, la hiperinflación fue un factor de disciplinamiento social poderosísimo que, en última instancia, lo que encerraba no era sino la disputa por el excedente entre los grandes grupos económicos nacionales y los acreedores externos. ¿Adonde iba el excedente? ¿A los grandes grupos económicos locales o a los acreedores? Esa disputa se zanjó con la privatización. Se entregó el patrimonio nacional para que se lo repartieran y eso hizo posible tres cuestiones: calmar la presión, evitar la hiperinflación y dar liquidez suficiente para que el problema de la convertibilidad se pudiera llevar durante un tiempo.

Esos tres factores fueron los elementos centrales que determinaron el programa de privatización. Por consiguiente, lo que vino después estuvo condicionado por este origen, por la forma en que la privatización fue planteada desde el comienzo.

¿Cuáles fueron los efectos del programa de privatización? Por una parte, consolidar la concentración y centralización del capital. La importancia del patrimonio transferido en tan poco tiempo, a grupos económicos locales e internacionales fundamentalmente, significó la creación de un núcleo de acumulación central. La economía del país, con posterioridad a eso, comenzó a girar alrededor de ese núcleo central de acumulación que constituyeron las empresas públicas privatizadas, generadoras de rentas extraordinarias y que, además, comenzaron a funcionar con una lógica totalmente independiente de lo que es la lógica de la economía nacional en su conjunto. Lo contundente de esto es que, mientras la rentabilidad media de la economía en el período 92-97 fue de 2.7, para las empresas privatizadas fue de 9.8.

Desde el 95 en adelante, cuando ya la crisis comienza a acentuarse fuertemente, la economía en su conjunto tiene rentabilidad O y, sin embargo, las empresas privatizadas incrementaron su rentabilidad en un 11 %.

En segundo lugar, la privatización tuvo efectos inmediatos en la configuración del mercado de trabajo. Durante el período 92-97, más de quinientas mil personas, vinculadas en forma directa o indirecta al empleo en las empresas públicas o en los distintos sectores del aparato del Estado, perdieron su empleo y pasaron a alimentar ese enorme contingente de desocupación que llega a cifras del 23 % y 26 %, como las actuales, y que comienzan a registrarse claramente a partir de 1995. Durante toda la década del ochenta, la tasa de desocupación media fue del 4 %.

Otro efecto inmediato y directo fue la profundización de la desigualdad. La privatización de las empresas se transformó en uno de los factores que explican la desigualdad en Argentina. Los rangos de medición de la desigualdad nos dan cuenta de que, mientras la diferencia entre el decil más bajo y el decil más alto en la década del ochenta era de 7 puntos, en la década del noventa ya es de 11 puntos, el 95, de 24 puntos, para alcanzar, a fines de la década, 40 puntos.

Hay que destacar que, mientras en el presupuesto de los hogares de los dos deciles más altos, el pago de los servicios públicos representa el 3 % del ingreso, en los más bajos, en aquel momento inicial, representaba el 7 %. Varios años después, a fines de los ochenta, viene el proceso de privatización, y hoy día, representan el 23 % del presupuesto de los hogares, en los deciles más bajos. En cambio, en los deciles más altos, el 3 % que representaba ha bajado al 2.3 %. Esa es la significación que tienen los servicios públicos en el presupuesto de los hogares.

Por su parte, las tarifas han actuado diferencialmente, profundizando esta situación de desigualdad. ¿De qué manera? A través de las continuas revisiones, que han jugado en contra de los más pobres. Esto ha ocurrido, por ejemplo, en el ámbito del servicio telefónico, en el que se ha establecido el llamado "rebalanceo telefónico". ¿Qué representa? Inicialmente, el abono al teléfono significaba disponer de una cantidad X de pulsos; las llamadas internas tenían un costo X, mientras las internacionales tenían un costo mayor. ¿Qué se hace cuando se aplica el rebalanceo telefónico? Se invierte la situación, es decir, se abaratan las llamadas internacionales, porque es importante que la gente esté conectada al mundo, y en compensación, se aumenta el valor de las llamadas locales y se anulan los pulsos libres que van con el abono, para no afectar la rentabilidad de las empresas.

¿A quién afecta directamente eso? Yo no conozco a ningún pobre que se comunique con Estados Unidos. Si los hay, deben ser pocos. Las llamadas internacionales favorecen a los ricos, y las llamadas libres por abono, sólo a los pobres, porque son ellos los que cuidan de no gastar más de lo que les permite el abono y son ellos los desfavorecidos con el rebalanceo telefónico.

Mecanismos como ése fueron usados en cada uno de los servicios, de manera tal que éstos comenzaron a ser un elemento diferencial significativo, de acuerdo a nuestros estudios econométricos. Entonces, el proceso privatizador consolidó la concentración de la economía, por una parte, y por otra, se convirtió en un factor importante que profundiza la desigualdad en la distribución de los ingresos.

Paralelamente, las empresas privatizadas tienen un rol clave en el funcionamiento de la economía argentina, al transformarse en el principal elemento consumidor de divisas. Como se explicó anteriormente, al menos en el caso argentino, el 23 % de las divisas son consumidas por las empresas privatizadas, que requieren insumes y, además, transfieren al exterior las divisas, vía regalías y ganancias. Por ello es que más de la tercera parte de las divisas del país pasan por ese sector, que no genera ninguna divisa, porque, en general, vende la luz y el gas al pueblo argentino y nosotros les pagamos en pesos. Por tanto, los otros sectores de la economía tienen que, de alguna manera, proveer las divisas a este sector que, perversamente, incrementa permanentemente la deuda externa.

Ese es, en resumen, el marco global de lo que ha representado la privatización y si nos ponemos a analizar caso a caso, vamos a ver que dentro de este marco global funciona cada uno de los distintos servicios públicos privatizados, cumpliendo a su modo con lo que decíamos recién: profundizar la desigualdad; hacer una economía cada vez más dependiente y garantizar la adscripción del país al nuevo sistema de dominación y control al que me referí al comenzar la intervención.


Notas:

1. Director de IDEMI. Coordinador del Foro de Consulta para la Participación Ciudadana, FOCO. Impulsor del Comité Consultivo de la Sociedad Civil frente a las negociaciones comerciales, Argentina. [Volver]


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