Persona, Estado, Poder
Terapia a torturados: un reconstruirnos mutuamente

Luis Ibacache S., médico-psiquiatra
Luisa Castaldi, psicóloga

III Conferencia Internacional de Centros, Instituciones e Individuos
que trabajan en la asistencia a víctimas de la violencia organizada:
Salud, Represión Política y Derechos Humanos.
Santiago, noviembre 1991.

I. Introducción

Al enfrentar la terapia del torturado, los terapeutas encontraron una situación que rebasaba cualquier marco teórico que se tuviese como referencia previa (CODEPU, 1989).

La existencia de algunas comunicaciones sobre la experiencia en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial o de experiencias más recientes del uso sistemático de la tortura en contra de las luchas de liberación de pueblos del Tercer Mundo, permitió establecer algunas bases teóricas mínimas sobre las cuales ir construyendo un modelo propio de acercamiento al fenómeno (Bettelheim. Fannon).

Como producto de este mismo trabajo clínico (de emergencia, intuitivo) se fue profundizando el estudio sobre los aspectos más relevantes de los procesos intrapsíquicos del torturado y de su relación con el mundo que determinan su particular modo de responder (Barudy. Vidal).

En medio de este proceso se configuró lo que se ha denominado la «escuela chilena» de tratamiento a víctimas de la represión que sirvió de modelo para el establecimiento de centros en diversas partes del mundo (Rasmussen).

En todos los aspectos antes mencionados los profesionales que trabajan en salud mental y derechos humanos han reflexionado, elaborado y comunicado su experiencia. Sin embargo, resulta evidente que existe un área no explorada: la vivencia de los propios terapeutas.

¿Es este hecho producto de la dinámica misma del trabajo, de la necesidad de abordar otras temáticas más urgentes para la práctica cotidiana, o se trata de un verdadero punto ciego, de un área de la realidad no percibida por nuestros sentidos y de la cual no nos damos cuenta?

¿Podemos hacer esta analogía con el fenómeno del punto ciego del ojo donde, a pesar que los rayos luminosos no son percibidos, no nos damos cuenta de esta discontinuidad, es decir que no vemos que no vemos?

Si analizamos las comunicaciones acerca de las modalidades de trabajo de los diversos grupos que hacen terapia a torturados encontramos dos rasgos que nos parecen comunes: por una parte queda claro desde el primer momento para el torturado que él y su terapeuta se encuentran del mismo lado de la barricada en lo que algunos han llamado el encuadre militancia (Maldonado).

Por otra parte, resulta evidente la importancia otorgada a la acogida del paciente en un ambiente donde los terapeutas son algo más que profesionales y compañeros.

Del contacto y conocimiento paulatino entre terapeutas hemos ido descubriendo que muchos de ellos comparten con sus asistidos una historia personal de represión que en nada se les diferencia.

Por todo lo anterior es que nos surgen dos interrogantes entre las muchas posibles:

¿Cómo, cuánto y en qué sentido influyen estos hechos en la terapia?

¿Qué rol cumple en la vida del terapeuta el trabajo con torturados?

II. Acerca de la metodología

El objetivo de este trabajo es describir una experiencia en todas las dimensiones que ella tiene. Para ello escogimos como instrumento las historias de vida de los terapeutas como la forma más adecuada para la recolección de la información. Estas historias se obtuvieron de una entrevista semiestructurada que se realizó a cada uno de ellos. Las entrevistas fueron grabadas y luego transcritas. Se llevaron a cabo en los lugares de trabajo o en sus casas. La duración varía entre una y dos horas y media.

Los terapeutas escogidos fueron aquellos que habían sufrido una experiencia represiva que correspondiese a las clasificaciones operacionales que usa el CODEPU para definir los beneficiarios de sus programas.

Se planificaron doce entrevistas de terapeutas de organismos de derechos humanos. De ellas sólo se realizaron ocho, por diferentes razones. Cada sujeto fue entrevistado una sola vez.

Los aspectos explorados en las entrevistas se refieren a la experiencia personal de represión y su modalidad de elaboración, al significado de su trabajo como terapeutas de equipos de derechos humanos y al rol terapéutico y conformación del «setting» en la terapia con torturados.

III. Acerca de los resultados

Cuatro de los entrevistados tenían una vida militante de izquierda al momento del golpe militar. Otros tres tenían una participación activa sin ser militantes y uno tenía sólo simpatía por el proceso de la Unidad Popular. En la actualidad ninguno es militante.

Todos los terapeutas han vivido al menos una experiencia de represión. De ellos sólo uno se sometió a una terapia. Otros dos han estado en terapia pero no han abordado en ella su experiencia represiva.

Ninguno de los entrevistados tenía experiencia como psicoterapeuta previo a su situación represiva. De los ocho terapeutas sólo tres tuvieron experiencia con otro tipo de pacientes en forma previa a su trabajo con torturados.

En un primer momento intentamos una aproximación pseudo-científica a las informaciones recogidas, es decir, intentamos separar, clasificar y tabular. Sin embargo, nos dimos cuenta que en realidad estábamos perdiendo el sentido de la motivación inicial: el interés no era describir un fenómeno, sino reflexionar nosotros y nuestro entrevistado acerca de la experiencia de ser víctima de tortura y terapeuta de torturados.

IV. El quiebre de un proyecto: las lealtades no se rompen, sólo se transforman

«Como muchas veces hemos escuchado a nuestros pacientes, aparte de interrogarme y de mantenerme con un soldado apuntándome con la bayoneta en la garganta, en realidad, como dicen nuestros pacientes, no me hicieron nada, a mí no me pasó nada, mientras escuchaba que estaban matando a todos mis camaradas...»

En estricto rigor, los terapeutas entrevistados tienen edades marcadamente distintas. Sin embargo, tienen en común el pertenecer a lo que podríamos denominar la generación del Gobierno Popular.

Las historias de todos ellos son atravesadas por los profundos cambios que estaba experimentando toda la sociedad chilena y el mundo y por la urgencia de ser protagonistas de ellos.

De distintas edades pero con el denominador común de una posición en favor de los cambios; como dice uno de ellos: «nos amamantaron con leche de izquierda...» El compromiso se fue plasmando en proyectos de vida que incluyeron en forma natural la militancia. «...ahora de sólo mirar para atrás me canso, no sé cómo nos alcanzaba el día y la noche para intentar hacer tantas cosas. Nos sentíamos y nos decíamos revolucionarios».

El golpe militar, a pesar de ser esperado, los sorprende, al igual que a todos loa chilenos, por su violencia y su crueldad. Los proyectos de vida, paso a paso construidos, se quebraron.

La detención y la relegación fue la experiencia de algunos. En otros la vida clandestina les permitió salvar la vida y, finalmente, llegar al exilio. Otros, con menos suerte, sufrieron la prisión y la tortura o el desaparecimiento o asesinato de sus familiares.

Es en esta situación de emergencia, en la que se rearman los proyectos vitales. Crecen hijos y se rompen parejas. Se inician estudios y se recomienzan trabajos. Es en este nuevo proyecto donde encuentra su lugar el trabajo en derechos humanos. En todos ellos la opción por ser terapeutas de torturados fue transformándose en una parte central de su vida.

«Soy una mujer de izquierda, con mucho compromiso, pero que dejé de militar y cambié la iglesia de la política por la iglesia de la psicología... no sé si tiene que ver con un sentimiento de culpabilidad, de haber salido indemne cuando hay compañeros que la pasaron tan mal...»

Las lealtades tienen su esencia en una invisible fábrica de expectativas del grupo y no en una ley manifiesta. Entendiendo así las lealtades como un determinante motivacional, que tiene raíces dialécticas interaccionales, la lealtad es a la vez característica de un grupo y, asimismo, una actitud personal. Ella implica que para ser un miembro leal de un grupo, cada uno es llevado a internalizar el espíritu de las expectativas de ese grupo y a utilizar un conjunto de actividades específicas que permitan adecuarse a las prescripciones internalizadas. No asumir este tipo de obligaciones conduce a sentimientos de culpa (Nagy, citado por Becker).

Creemos que algunas observaciones generales acerca de las lealtades pueden encontrar cabida en nuestro análisis (Becker):

  • En primer lugar, las lealtades forman parte de las interacciones humanas en general; mientras mayor es la relevancia afectiva de un vínculo, más fuertes son también las lealtades observables.
  • Las conductas que se producen en base a las lealtades no necesariamente sirven al individuo; en algunos casos son visiblemente autode3tructivas-
  • Por último, sabemos por la experiencia que las lealtades nunca se rompen, sólo se transforman.

V. Terapia con torturados: el juego de las partes

PROTAGONISTAS : Terapeuta y Paciente
PERSONAJES SECUNDARIOS : Supervisores
EXTRAS : Asistentes sociales
Secretarias
Médicos generales
Enfermeras
Etc.

ACTO I: «Como nosotros no hay nadie»

El terapeuta y el paciente tienen un acuerdo mutuo: son indispensables el uno para el otro.

El paciente necesita saber que puede tener confianza en el terapeuta, que pertenece a «la gente del ambiente», que han compartido una experiencia, que ellos dos pertenecen al «mismo universo, la única diferencia con el paciente es que nosotros manejamos una técnica».

Para el terapeuta el torturado es el paciente que quiere y puede atender: la mayoría de nuestros entrevistados se ha formado profesionalmente en la terapia con torturados, y ese compromiso que ha tomado tiene un significado especial en su vida.

«Siento importante reparar, siento importante participar, hasta que no estén sanas todas las heridas, que creo que no va a ser durante mi vida, yo voy a estar preocupada, ocupada».

«Yo estaba haciendo algo que estaba determinado, estaba emocionalmente determinado por mi hermano, mi hermano había muerto en tortura y es una especie de ofrenda, es una especie de depuración».

En este sentido cada uno tiene en la red de «significación» del otro una importancia que determina la experiencia emotiva de la terapia, de la manera de estar juntos en las sesiones.

La manifestación externa de esta relación es un «setting» terapéutico especial. Por «setting» se entiende la concurrencia de determinadas condiciones externas, necesarias para que el proceso terapéutico pueda realizarse. Tales condiciones están representadas por un especial ordenamiento de la situación ambiental y relacional: conformación de la sala, horario de las sesiones y pago, relación terapeuta-paciente.

Considerando los elementos analizados antes y el paradigma enunciado, podemos darnos cuenta de cuan especial es la situación de terapia de torturados para ambos protagonistas.

Ellos no son uno para el otro un paciente y un terapeuta cualesquiera pero los dos se han elegido, se han buscado sobre la base de características tan importantes como que la problemática sea común a los dos, que puedan compartirla.

«Tener la experiencia represiva y sentir esa identificación creo que es muy bueno porque naturalmente hay un interés personal y un compromiso, una ayuda y creo que es muy bueno para la persona que viene a pedir ayuda».

El contexto en el cual se mueven, la organización y los otros miembros de la misma también tiene un significado peculiar; en estas condiciones ambientales y relaciónales se desarrolla la terapia.


ACTO II: «El espejo mágico»

«Encuentro que es bueno haber estudiado todo eso, me da una base... pero no tiene mucho que ver y menos en este trabajo en derechos humanos, al contrario es muy bueno, por ejemplo yo lo siento involucrarse con lo que me pasa, lo que no me pasa, sentirse identificados es bueno para ellos...»

«La experiencia general en este sentido es importante porque de esa forma hay una relación empática que es la confianza, en este tipo de caso es fundamental».

Todos nuestros entrevistados están de acuerdo en definir como fundamental la sensación de confianza entre terapeuta y paciente para empezar el proceso terapéutico en víctimas de la represión, pero una vez más estamos hablando quizás de una confianza especial cuya fundamentación no está en una relación que se va creando, sino de nuevo en ese pacto inicial colusivo: tú eres único para mí.

En realidad la empatía, la capacidad de identificación, etc., en pocas palabras, la capacidad terapéutica de «enganche» no deriva necesariamente de haber vivido una experiencia similar, al revés, a veces puede ser contraproducente.

La empatía, o sea, la habilidad de entender la experiencia del otro y compenetrarse en las emociones (Gallop y otros, 1990) se tiene que diferenciar de la simpatía que es el sentir los mismos sentimientos que el otro y sentir piedad por él. La simpatía no depende de la capacidad de entender el mundo de la otra persona, sino de una sobrecarga emocional, o sea, del hecho que el terapeuta sea sobrepasado por los eventos.

Entonces sí es cierto que es fácil «enganchar» en un «aproche» terapéutico cuando las sensaciones y las emociones del paciente tienen que ver directamente con el contexto emocional habitual del terapeuta; también es cierto que es imposible la compenetración cuando se están elaborando sentimientos que llevan al terapeuta a revivir experiencias que para él son conflictivas o no adecuadamente resueltas.

Aquello que inicialmente parece una ventaja puede transformarse en una desventaja: haber tenido una misma experiencia puede significar para el terapeuta tener que revivir algo doloroso y también tocar aspectos inconscientemente no elaborados.

«Es un tema que a veces me cuesta tocar, cuesta elaborarlo, prefiero sacarlo un poco al lado».

«Es como una estrategia para no ponerme a pensar en todas las cosas que me han pasado. La he utilizado durante mucho tiempo...»

Los terapeutas entrevistados están conscientes de no haber enfrentado y elaborado justamente las vivencias represivas que son las que comparten con el paciente: una sola persona cuenta haber profundizado en una terapia el significado que tuvo en su vida la represión, las otras han rechazado lisa y llanamente enfrentarse o han asistido a terapia evitando el tema.

«Me he hecho el leso, me he contado historias y me he evadido...»

«Lo he elaborado mal, yo me doy cuenta que me he puesto como una coraza, es necesario alguna vez...»

Si en el momento del «enganche» el peligro es que la empatía se transforme en simpatía, contaminando el proceso, es necesario preguntarse qué pasa con la vivencia del terapeuta en el proceso terapéutico mismo, qué significado asume el «transfer» del paciente, qué dinámica contratransferencial desencadena.

En el curso de la terapia se da una reactivación de imágenes y representaciones de las experiencias, o sea, de las vivencias emocionales fantasmagóricas del sujeto y eso provoca en el terapeuta una receptividad de los sentimientos transferidos de parte del paciente y lo obliga a entrar en contacto con los procesos inconscientes que dentro de él se originan desde su receptividad misma (Canestrari, 1984).

El paciente con sus tensiones no está en condiciones de tolerar aquellas partes de sí mismo que no ha podido elaborar y transformar. Estas partes que no son aceptadas en el pensar, soñar, recordar, pueden solamente ser evacuadas en un objeto externo. El terapeuta puede ser ese objeto externo, contenedor y, en el momento en que pone en acción su capacidad de recibir, contener y modificar las proyecciones del paciente, puede elaborarlas y devolverlas como partes que le pertenecen y que ahora él puede dejar de vivir como amenazante pero necesarias de evacuar.

La proyecciones de los pacientes pueden, con su intensidad, reagudizar o hacer emerger problemáticas no resueltas por el terapeuta mismo y, en este caso, él no está en condiciones de aceptar y contener los elementos conflictivos.

En el caso de la terapia con víctimas de la represión, el paciente le pide al terapeuta que sea como un «espejo mágico», o sea, que él que ha vivido lo mismo, que lo entiende, que tiene que entenderlo, porque es «único para el paciente», devuelva sus emociones purificadas para que él pueda asumir su traumatización como piensa que el terapeuta mismo hizo.

«Esa calidad de mujer todopoderosa porque la gente te ve como que a tí no te pasa nada, como que tú eres alguien muy sólido, muy fuerte».

En realidad la mayoría de nuestros entrevistados, como ya hemos subrayado, admite y asume no haber elaborado las vivencias relativas a la represión.


ACTO III: «El juego de las partes»

¿Pero dónde podían recurrir los terapeutas afectados si todos los que ofrecían seguridad y confianza habían sufrido y sufrían la misma experiencia?

«El miedo no se podía elaborar en el grupo, porque eso fue en plena época de dictadura, entonces no se podía...»

La terapia con torturados es algo nuevo, que no se puede comparar con ninguna otra situación terapéutica.

«Creo que todos los terapeutas que trabajamos en esto hemos tenido que inventar, que improvisar nuestros propios recursos, como seres humanos, mucho más que la teoría».

La elaboración de las experiencias vividas tiene entonces que darse necesariamente en el proceso terapéutico mismo: el hecho de trabajar en equipo, de supervisarse mutuamente permitió a nuestros entrevistados entenderse y entender, acercarse un poco más a la superación del trauma de la represión.

«Para mi esas reuniones eran como muy necesarias por ser la instancia donde uno contaba lo que había sucedido el día anterior».

«Nos percibimos hasta el olor del sudor que anda trayendo cada uno de nosotros, si está angustiado o no, andamos como los perros».

El supervisor se coloca como el contenedor para el terapeuta, para aquellas emociones que no puede y no sabe manejar, él puede mostrar al terapeuta el origen de la reacción emocional que éste ha experimentado en la sesión con su paciente (Cardinali, Guidi. 1988). En este sentido el terapeuta, a través de sus pacientes, se va descubriendo, y en cada sesión, en cada terapia, puede él también reconstruirse.

La relación colusiva entre paciente y terapeuta, el juego que los dos hacen en volverse indispensable el uno para el otro permite a los dos enfrentarse y recuperarse, en un cambio de roles en que el terapeuta es un poco paciente y el paciente es un poco terapeuta.

«La elaboración de mi vivencia ha sido muy de a gotas... la terapia no está terminada, pero empezada sí».

VI. Conclusiones: el alta del terapeuta

Para la mayoría de nuestros entrevistados ha sido bastante difícil realizar un balance, en términos personales, de lo que ha sido la experiencia de terapeuta en una organización de derechos humanos. Todos concuerdan en considerar importante la posibilidad de reflexionar sobre la propia experiencia, a pesar de la dificultad que para ellos implica el sólo hecho de hablar de sí mismos.

Difícil resulta entonces el esfuerzo de definir hasta qué punto llegó su reconstrucción de la traumatización vivida y la elaboración terapéutica con el paciente víctima de represión.

Consideramos que la dificultad de definir diferencias respecto a otras situaciones terapéuticas, o, por otro lado, considerar esta diferencia abismal, sea señal de una elaboración todavía no completada.

Nuestros entrevistados están de acuerdo en ello.

«...Cada vez había menos diferencia entre los dos trabajos ... yo antes estaba muy marcada por la identificación, o sea, me identificaba muy fácilmente con la persona víctima de la represión política, y eso muchas veces me significaba tener una buena comprensión del paciente, pero no necesariamente poder ayudarlo en separar una cosa de la otra...»

Pensamos que en la elección de nuestros entrevistados de ser terapeutas de torturados han jugado un rol fundamental las lealtades hacia sus grupos de pertenencia, y que asumir este trabajo les ha permitido reordenar sus proyectos de vida sin las culpas que de otra manera resultan inevitables.

De las conversaciones con nuestros entrevistados podemos deducir que todos estos fragmentos todavía no forman parte de una experiencia elaborada.

En conclusión pensamos que los terapeutas aún no se encuentran de alta, o sea, que aún precisan de sus pacientes privilegiados y necesitan sentir que «como ellos no hay otros».

No estamos en condiciones de afirmar que los pacientes compartan la misma percepción de los terapeutas.

Retomando la analogía enunciada en un comienzo, quizás podríamos plantear que no existe tal punto ciego en el cual no tengamos la capacidad de ver, sino más bien un síntoma funcional de una imposibilidad psicológica de darse cuenta de la vivencia.


Bibliografía

• Becker, D. «La familia frente al miedo». 1990.

• Weinstein, E .«Aspectos psicodinámicos y psicoterapéuticos». Primeras Jomadas Chilenas de Terapia Familiar. Santiago, 1986.

• Faúndez, H. «Cuando el fantasma es un Tótem» (en este mismo libro).

• Estrada, A. «Perturbaciones en las interacciones afectivas de adultos».

• Balogi, S. y Hering, M. «Jóvenes, hijos de detenidos desaparecidos». Terceras Jornadas Chilenas de Terapia Familiar. Santiago, 1991

• Salamovich, S. «Mujer: psicoterapia y cambio». En «El malestar silenciado, la otra Salud Mental». ISIS Ediciones de las Mujeres ?14. Santiago.

• Londoño Lavi, M. «Transición y soledad». «El malestar silenciado, la otra Salud Mental». ISIS Ediciones de las Mujeres ?14. Santiago.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 05abr02
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