Persona, Estado, Poder
Y entonces me dedique a mis hijos

Mónica Hering L., psicóloga
Sara Balogi T., terapeuta familiar

Primer Congreso Internacional de Salud Psicosocial,
Cultura y Democracia en América Latina.
«Redescubriendo el Paraguay en el Contexto Latinoamericano».
Asunción, Paraguay, noviembre de 1992.

Y entonces me dedique a mis hijos
Acerca del devenir existencial de un grupo de mujeres solas con hijos

I. Introducción

Este artículo expone algunas consideraciones acerca del devenir existencial de mujeres solas con hijos. (1) El universo delimitado es de 26 familias mutiladas, madres solas con hijos. Son mujeres separadas (11), viudas de ejecutados políticos (7) y mujeres de detenidos-desaparecidos (8).

La labor psicoterapéutica en nuestro campo específico nos está planteando siempre el desafío de distinguir entre lo que pudiera ser similar con cualquier otro consultante y lo que es peculiar y distinto en las personas que han sufrido persecución política. Lo que estas 26 mujeres tienen en común y que por si mismo marca la diferencia, es:

  1. Haber sufrido persecución política directa, intencional e institucionalizada.
  2. Compartir en mayor o menor grado una cosmovisión o ideología y consecuentemente compartir una forma de vida, que de hecho configura una suerte de subcultura, lo que nosotros hemos designado como la subcultura o contexto de la militancia política de la izquierda.

Las mujeres tienen edades que fluctúan entre los 40 y 50 años, todas con hijos e hijas adolescentes o ya jóvenes adultos. Todas ellas ejercen una profesión u oficio estable. (2)

Otro punto en común es el hecho que participaron en un momento histórico en el que vivieron como real la posibilidad de alcanzar un nuevo orden social y cultural, en el que todo el abanico de las posibilidades humanas se les aparecía como proyecto realizable, tanto para las mujeres como para los hombres. El aspecto de género es que sintieron que en el proyecto social y político estaba incluido un orden más igualitario de relaciones entre mujeres y hombres. (3)

Este proyecto, sentido por ellas como un proyecto social y de género, quedó trunco con el golpe militar de 1973. Este hecho, y la pérdida o la separación de sus compañeros, las condujo a reasumir los roles tradicionalmente adscritos al género femenino: afirmar y dar sentido a la propia existencia a través del «ser en el mundo por y para los hijos».

II. Persecución política y dinámica familiar

En los años posteriores al golpe militar, a raíz de la persecución política, de la constante amenaza a la integridad física y a la vida, el miedo dejó de ser un fenómeno principalmente subjetivo, inicialmente privado, y se transformó en una experiencia psicosocial, especialmente en el contexto cultural antes mencionado.

El miedo, la inseguridad, la impotencia, se entronizaron al interior de las familias, haciendo que las emociones que afectaban a sus miembros no pudieran ser positivamente elaboradas. Tiende entonces a imponerse el silencio como regla comunicacional básica. En la interacción familiar se observa el repliegue, la autorrepresión y un distanciamiento afectivo aparente. El sentimiento de desligamiento y soledad e incomprensión en el núcleo familiar y en la pareja va aumentando, debilitando con esto los mecanismos afectivos para la protección frente a las amenazas.

El sistema familiar se rigidiza, adopta modalidades estereotipadas de organización e intercambio, la rigidez de roles se agudiza.

Estos hechos aunque no puedan considerarse como causales, sí son decisivos en la ruptura de la parejas, en todos los 11 casos que derivaron en separación conyugal.

Las 15 mujeres que sufrieron la pérdida de sus compañeros (por asesinato o secuestro), han tenido que vivir un proceso de duelo que ha sido en unos casos prolongado y muy conflictivo, y en otros, un duelo suspendido. La aceptación de la pérdida ha sido muy difícil por lo abrupto, brutal e inhumano de las circunstancias de la muerte o de la desaparición. (4) En el caso específico de las mujeres de detenidos-desaparecidos, la secuencia de conflictos asume una dimensión que en toda su magnitud es indescriptible e infinita, puesto que ni ellas mismas, ni ningún ser humano está natural ni culturalmente preparado para elaborar los padecimientos de tal situación.

Dos órdenes de necesidades imperiosas han hecho tan prolongados y conflictivos los procesos de duelo de estas mujeres:

a) Por una parte, un ambiente hostil v amenazante; la falta del reconocimiento social al dolor de los deudos y a la calidad de persona del muerto o desaparecido; la mutilación o ausencia total de los ritos funerarios; la necesidad imperiosa de la búsqueda del ser querido; la necesidad de salvaguardar la integridad física de sí misma v de los hijos; la necesidad de asegurar la subsistencia.

b) Por otra parte, la necesidad de proteger emocionalmente a sus hijos y mantener la cohesión familiar hizo que estas mujeres tuvieran que vivir su duelo y dolor «en cuotas», negándoselo en parte hasta ahora.

A pesar de los esfuerzos de ocultamiento por parte de la mujer en la interacción madre- hijos (y del persistente «acuerdo» en los silencios), lo que la comunicación verbal intenta negar, la comunicación analógica no puede ocultar. Los hijos perciben y comparten el dolor y la soledad de la madre, y como protección a sí mismos y a la propia madre lo callan, viviendo y reafirmando el «como si no pasara nada».

Esta forma de interacción ha sido necesaria para la sobrevivencia del grupo familiar, pero con el paso del tiempo ha llegado a constituir una estructura rígida, que dificulta la realización de las tareas propias del desarrollo de la familia.

Siguiendo con el análisis de estos 15 casos, las expectativas del desarrollo de la familia y personales son también las expectativas que eran las del que «no está», y forman parte de la esperanza e ideales planteados en la formación de la vida de pareja de la mujer (con el que «no está»). Esto hace que el cumplimiento de los mandatos delegados sea en estos casos más difícil de flexibilizar, y tienden a llevar al conjunto familiar a homeostasis rígidas. Este aspecto marca una diferencia sustantiva en el cumplimiento de las tareas de crianza de los hijos y el desarrollo de la familia que estas mujeres tienen, comparado con la ya difícil tarea que tiene ante sí toda madre sola con hijos.

Esta homeostasis se rompe generalmente con la llegada de los hijos a la adolescencia, y la natural aproximación a la «separación» y «destete» de la madre. La búsqueda de la propia identidad del hijo adolescente pone en marcha la necesidad de conocer la «verdad» familiar, la tipificación y perfil de los propios progenitores. Esto hace que algunos de los hijos, consciente o inconscientemente, a través de síntomas (y conductas disfuncionales) impacten esa homeostasis del sistema familiar. Es entonces que la madre admite y termina de percibir que algo "anda mal" en la familia, y que busque ayuda.

La familia aparece en la terapia en una situación de creciente ansiedad por no poder elaborar digitalmente las críticas mutuas. El o los hijos «sintomáticos» señalan analógicamente en sus conductas disfuncionales sus críticas a la madre y/o al entorno social; la madre indica críticamente al o a los hijo(s) sintomáticos como los perturbadores del sistema familiar. En la terapia familiar conjunta se posibilita que esta ansiedad sea identificada, se elaboren explícitamente sus raíces y se devele su estructura en relación a otros contextos de la historia familiar. Entonces los hijos logran asegurarse el derecho a su autonomía sin culpas por dejar «sola y abandonada» a la madre. Paralelamente, todos y cada uno pueden llevar adelante el proceso de la separación sin vivirlo como una nueva pérdida irreparable.

Cuando el silencio sobre la dolorosa historia familiar se abre, es posible que cada uno se acerque y toque los dolores de sí mismo y de los otros miembros de la familia. Los hijos ven y sienten a la madre capaz de enfrentar y superar sus dolores.

El momento vital de inminencia de «nido vacío», o de estarlo ya viviendo por la salida de los hijos de casa, es vivido por este grupo de mujeres con características muy parecidas a la de cualquier madre de hijos grandes, tenga un esposo a su lado o no. La característica diferencial esencial no se encuentra en las separadas, sino en las viudas de ejecutados políticos y las de detenidos-desaparecidos.

Como hemos señalado anteriormente, en ellas y en sus hijos han quedado depositados mandatos delegados desde el que ya no está que, por las circunstancias dramáticas de su muerte o desaparición, tienen una fuerza, una penetrancia y una rigidez difíciles de flexibilizar.

Como toda mujer en esta edad y en esta circunstancia vital, nuestras asistidas hacen un balance existencial, del que a continuación presentamos algunos aspectos destacables.

III. El proceso de crítica y búsqueda de confirmación al desempeño de la maternidad

A diferencia de cualquier viuda, que puede procurar la confirmación a su desempeño materno con los miembros de la familia extensa, y hasta con sus propios hijos (cuando estos ya son mayores), para las mujeres de nuestro estudio hablar del que no está, como ya lo hemos señalado, está gravemente impedido: o no se habla de él, o se habla muy poco, o las referencias sobre él son del tipo «personaje idealizado», comunicación en la cual todos hacen como si el que no está no hubiese tenido defectos ni cometido errores.

Estas mujeres, además de asegurar el sustento para sus hijos, han tenido que dedicar gran parte de su tiempo a la búsqueda del desaparecido v a la reivindicación social y ética del muerto. Aún cuando todas estas mujeres saben que esto fue y es necesario y legítimo, no pueden dejar de sentir una culpa adicional por el «abandono» de sus hijos. En cualquiera de las tres situaciones comunicacionales más arriba sucintamente descritas, se está volcando siempre la realización de los mandatos delegados desde cada uno de los miembros del núcleo familiar. Por ser mandatos de una figura idealizada, resultan siempre ambiguos y, por ende, generadores de nuevos conflictos.

Por todos estos motivos, las dificultades en la obtención de confirmación del desempeño materno son muy grandes en estas mujeres.

IV. Revisión crítica y reelaboración de la imagen del que «no está»

A partir del momento antes descrito de apertura de los conflictos con los propios hijos (en el seno de la terapia, que es lo que nosotros hemos observado), la estancada elaboración de la imagen del que no está recibe un impulso; y especialmente en el ámbito de los resentimientos hacia el ausente; por fin las rabias contra el que no está pueden ser reconocidas y elaboradas.

Hemos observado que esta elaboración de la rabia posibilita, contemporáneamente, la elaboración de culpas, vergüenzas y nuevas rabias por todo lo anterior, que han estado hasta ese momento reprimidas y enquistadas en el espíritu de estas mujeres.

Este proceso, que podría llamarse de humanización de la imagen del que no está, (5) le permite a la mujer una suerte de liberación, de reasignación de valores a sí misma y, por ende, de una más plena retoma del despliegue de su identidad.

V. La confrontación con la disyuntiva: quedarse sola o hacer una nueva vida de pareja

Lo que se acostumbra llamar proyecto vital truncado, comienza a ser relativizado, puesto que la mujer de todas maneras ha continuado viviendo, trabajando y criando a sus hijos.

Pero para que sea realmente proyecto vital debe ser vivido por la propia mujer como algo que impregne con sentido todos los aspectos de la vida.

Han pasado años en los cuales estas mujeres han desarrollado la vida sin encontrarle más sentido que el ser para los hijos. Al mismo tiempo, no han podido elaborar la pérdida, el duelo, de manera tal que lleguen a estar en paz con el que no está. (6)

No obstante, ahora comienzan a emerger desde el fondo de sí misma, en este proceso de balance y búsqueda, los momentos enriquecedores de la vida de pareja, previos a la pérdida. La depuración de estas reminiscencias positivas de los aspectos conflictivos contenidos en las rabias, culpas y vergüenzas, brinda la posibilidad de reasignación de valor a la propia historia personal, a la identidad de la mujer; y esto es, descubrir o reconstruir el sentido de la propia existencia. Lo que inicialmente podría ser percibido y se ha dado en llamar como un «vacío afectivo», no es tal.

Nos parece que esta sucesión de reelaboraciones intrapsíquicas en donde la reminiscencia es portadora de reasignación de valor, la imagen interiorizada del que no está deja de ser un puro tabú, un puro conflicto, un puro dolor, y esto nos explicaría que la opción mayoritaria, serena y armoniosa en estas mujeres de no establecer nuevas relaciones de pareja, no es expresión de impotencia, no es expresión de dejarse llevar, o sentirse fatalmente arrojadas al mundo del desamparo y la indefensión, no es simplemente el resultado de un «no me queda otra». Nos parece más bien que esta opción (que predomina en este grupo de mujeres) es también el ejercicio de una libertad; y si fuera expresión de un compromiso con la imagen del que no está es un compromiso que le da sentido a la vida y entonces consideramos que es sano, armonioso, y positivo.

En el caso de las 11 mujeres separadas, cabe destacar que en prácticamente todas las separaciones, fueron ellas quienes tomaron la iniciativa y determinaron el divorcio y que jugaron un rol predominantemente progresivo en ese proceso de separación conyugal.


Notas:

1. Como base para la reflexión se ha tomado el trabajo del equipo en Terapia Familiar Sistémica con parejas y familias desde 1986.

2. De las 26 mujeres de nuestra muestra, 24 tienen una profesión, con estudios superiores o técnicos; dos mujeres consiguieron a lo largo de los años obtener un oficio estable.

3. Nos referimos al final de la década de los 60 e inicio de los 70. Algunas de ellas se encontraban en las etapas del galanteo o en los primeros años de vida en pareja.

4. Muchas de ellas nos han dicho que llegaron a creer lo que les decía el compañero: «...Y me convenció que era inmortal». Las circunstancias de la muerte no pudieron ser aceptadas, por lo que nos decía una esposa de asesinado político: «...Y lo mataron y lo dejaron botado como un perro».

5. Durante estos dos últimos años, el proceso de la humanización de los muertos y desaparecidos ha sido también realizado desde el conjunto de la sociedad.

6. Aunque estas mujeres en el ámbito racional entienden e incluso avalan las actividades políticas y/o sociales que tuvo el compañero (razón por la cual él ahora «no está»), en el ámbito emocional es percibido, casi siempre con dolor y rabia. Sienten que el compañero como tal ha fracasado con ellas; como mujer y como madre han sido abandonadas, otras sentían rabias por haber creído en la «inmortalidad» de su compañero (como él les había afirmado).


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 05abr02
Capitulo Anterior Proximo Capitulo Sube