El 11 de septiembre en La Moneda
VOCES DE GUERRA
La Interferencia Secreta

Ese día martes 11 de septiembre de 1973, los chilenos pudieron informarse con estupor sobre lo que estaba sucediendo en todo el país, pero especialmente en torno a la figura del Presidente Allende y sus colaboradores que se encontraban al interior del Palacio Presidencial de La Moneda.

Esa mañana las radios trasmitieron dos suertes de mensajes, uno público dirigido a todo el país, y el otro secreto, clandestino, que se conoció años más tarde al obtenerse la grabación del intercambio de mensajes y de órdenes que se dieron entre los miembros de las Fuerzas Armadas que se encontraban en los cinco puestos ya señalados.

A las siete cincuenta y cinco de la mañana, a través de la Radio Corporación, el Presidente Allende, desde La Moneda, se dirige al país: "Habla el Presidente de la República. Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado a Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo cual significa un levantamiento en contra del gobierno, que está amparado por la Ley y la voluntad del ciudadano. En esas circunstancias llamo sobre todo, a los trabajadores a que ocupen sus puestos de trabajo, que concurran a sus fábricas, que mantengan calma y serenidad... (..) Lo que deseo, esencialmente, es que los trabajadores estén atentos, vigilantes y que eviten provocaciones. Como primera etapa, tenemos que ver la respuesta, que espero sea positiva de los soldados de la patria...".

Alrededor de las ocho y treinta de la mañana. Radio Agricultura lanza al espacio la primera proclama de la Junta Militar, precedida del toque marcial de las marchas militares. El locutor, teniente coronel Roberto Guillard, la lee por cadena nacional de las Fuerzas Armadas. En ella se invoca "la gravísima crisis económica, social y moral en la que se encuentra el país, la incapacidad del gobierno para detener el proceso y desarrollo del caos, el constante incremento de grupos armados paramilitares que fatalmente llevarán al pueblo de Chile a una inevitable guerra civil". Ante esto, según dicen, las Fuerzas Armadas y Carabineros, declaran: " 1 °: Que el señor Presidente de la República debe proceder a la inmediata entrega de su alto cargo a las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile, señalando que ellas están unidas para iniciar la histórica y responsable misión de luchar por la liberación de la patria, del yugo marxista y la restauración del orden y la institucionalidad y luego dan garantías de que las conquistas económicas y sociales alcanzadas no sufrirán modificaciones". Más adelante, hacen pública su primera acción de guerra: "La prensa, radiodifusoras y canales de televisión, adictos a la Unidad Popular, deben suspender sus actividades informativas a partir de este instante, de lo contrario recibirán castigo aéreo y terrestre".

Luego de la lectura de la primera proclama de la Junta Militar, Allende se dirigió nuevamente al país a través de la Radio Magallanes: "Seguramente ésta sea la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron...". Fue su último discurso, conocido más tarde mundialmente el que por su contenido político y sobre todo ético, perdurará en la historia (1).

En diciembre de 1979, se publica el primer libro político de Augusto Pinochet "El día decisivo: 11 de septiembre de 1973". En el capítulo titulado "La Batalla de Chile", Pinochet relata al periodista que lo interroga las órdenes y comunicados que él intercambió ese día desde su puesto de mando con el vicealmirante Carvajal y el general Leigh. A pesar que el protagonista reproduce estos diálogos en forma cuidadosa y casi pulida, ellos están incompletos y distorsionados, como lo veremos más adelante.

Fue la búsqueda incansable a través del tiempo, especialmente de los periodistas, por reconstruir la historia real de lo que pasó ese día, la que nos permite ahora conocer en toda su magnitud aquellos diálogos, aquellos mensajes que por mucho tiempo fueron desconocidos.

Doce años después de ese día 11 de septiembre de 1973, la revista Análisis (2) en un histórico documento, como la misma lo denominó, dio a conocer por escrito, en todo sus detalles, los diálogos mantenidos ese día entre los diferentes puestos en que se encontraban ubicados los militares que ordenaron y dirigieron el golpe. Allí se encuentra el verdadero contenido del pronunciamiento, expresado por ellos en toda su crudeza. (3)

Más tarde, en 1998, en el libro "Interferencia secreta. 11 de septiembre de 1973", además de reproducir esos diálogos, la periodista Patricia Verdugo los comenta y los relaciona con los acontecimientos que se suceden, minuto a minuto, dentro y fuera de La Moneda, uniéndolos con las reacciones y sentimientos de aquellos que estaban junto al Presidente Allende y que lo acompañaron hasta su destino final. Pero, más aún, la periodista no sólo transcribe los diálogos y rescata los acontecimientos sino que, a esta publicación, adjunta un disco compacto con la grabación íntegra de los diálogos auténticos de los militares.

En consecuencia, muchos años después del golpe de Estado, no sólo podemos conocer el verdadero contenido de lo expresado por los militares alzados, sino que además, estos documentos nos permiten adentrarnos a través de la lectura y audición, en el conocimiento de la forma y el modo en que se dieron las órdenes, cumplieron sus objetivos y expresaron sus íntimos deseos a través de sus frases y palabras. Podemos, además, reconocer sus inconfundibles voces, escuchar sus amenazas y groserías y también analizar el contenido de ese lenguaje, de esas palabras.

Intentaremos, como un aporte a la memoria, desde la verdad indiscutible que entregan esos diálogos, recrear e interpretar la realidad de ese día, adentrándonos en los contenidos de lo expresado, señalando el significado del comportamiento integral de cada uno de ellos, especialmente de Pinochet. A través de estos diálogos se manifiestan las voluntades, las emociones, los sentimientos y las pasiones: "el ser" de cada uno. En ellos se percibe el despertar del inconsciente ancestral, en el cual se han depositado no sólo temores y miedos, angustias primarias, sino también las improntas de la agresión humana. En estos contenidos, podemos reconocer fácilmente las respuestas de ataque o de huida del hombre, especialmente de los más primitivos frente al peligro, manifestadas abruptamente en situaciones límites.

La verdad integral está ahí y es ineludible, no se puede ocultar, ni tergiversar, ni menos engrandecer como una gesta histórica memorable. Las voces y las palabras son inconfundibles y personifican los valores y los sentimientos reales de cada uno de ellos.

Desde las primeras horas de la mañana, podemos advertir que, aparece en el espacio exterior un mundo diferente, acompañado de un discurso de violencia extrema, que con el tiempo será permanente, pero que hasta ese entonces para la mayoría de los chilenos era ignorado, desconocido y menos aún imaginado. La transubjetividad sufre una ruptura dramática. La relación entre el espacio interior y la exterioridad se trastorna, en el sentido psiquiátrico del término, la realidad se impregna de un clima de destrucción. Aparece el lenguaje de la guerra y de la muerte.

Nace ese día lo que será en el futuro el discurso público de la dictadura. Queda definitivamente al descubierto el ser y la retórica de la persona de Augusto Pinochet. Quizás al término de estos años podríamos afirmar "que no tan sólo el arte y la religión son la fuente principal para el estudio de la mente del hombre", sino que, también, en situaciones de guerra, de dictadura y de destrucción, aparecen en toda su magnitud las expresiones más primarias de la psiquis humana (4).

Esos diálogos de los protagonistas perdurarán para siempre por su significado, en la memoria colectiva; palabras que por su contenido evocarán representaciones mentales ambiguas, contradictorias en sus contenidos de tragedia. Ellas crearán un mundo de confusión, no sólo de asombro sino además de espanto y de incredulidad. Nacerán las dudas, las ambivalencias y también los miedos en la interioridad de la persona y en la sociedad misma. Esta situación llevará a muchos a familiarizarse con circunstancias degradantes y, la mayoría de las veces, a aceptar lo siniestro. Se negarán los crímenes, se tergiversará la desaparición forzada, se omitirá la tortura, y, con el tiempo, ella no existirá en los informes oficiales, así como no existirán tampoco los nombres de los responsables.

Es necesario y moralmente ineludible, por lo tanto, intentar decodificar las palabras y el discurso, adentrarnos en los contenidos y descubrir los significados más íntimos y profundos.

Leyéndolos y sobre todo escuchándolos atentamente, se pueden apreciar algunas diferencias entre los que hablan. El vicealmirante Patricio Carvajal es, sin duda, el más educado, pero el más persistente. Sus expresiones, sus palabras, son más pulidas y casi no tienen exabruptos, pero son fríamente razonadas, calculadas y reiteradas, percibiéndose desde un comienzo, su sometimiento a las órdenes. Algo parecidas son las expresiones del general Gustavo Leigh, quién sólo a veces se exalta, se descontrola y cae en la grosería. En estos diálogos se aprecia, además, entre otras cosas, cómo va haciéndose evidente el deseo de Pinochet de apoderarse del mando total, y, a pesar de que el general Leigh se resiste, e incluso a través de sus expresiones muestra un intento de rebeldía, con el transcurrir de las horas y de los hechos, se verá cómo paulatinamente pierde en esta pugna el poder, para ser años después, definitivamente derrotado.

En el libro ya citado en el Capítulo IV titulado "La conexión que debió ser secreta", se reproducen esos diálogos íntegramente. Al informar el vicealmirante Carvajal a Pinochet"(...) que lo del suicidio era falso", éste exclama gritando sordamente, "¡Vos sabís que este gallo es chueco!. En consecuencia, ya sabís la cosa, si él quiere va al Ministerio de Defensa a entregarse a los tres Comandantes en Jefe". En seguida, Carvajal le informa que él ha hablado personalmente con Allende y que lo ha intimado a la "rendición en nombre de los Comandantes en Jefe" y que "(...) el huevón contestó con una serie de garabatos". A lo que Pinochet responde, "o sea, quiere decir que a las once cuando lleguen los primeros pericos, vai a ver lo que va a pasar!... ¡A las once en punto se bombardea!".

Este fragmento de diálogo muestra cómo Pinochet, desde un inicio, intenta no sólo el progresivo apoderamiento del mando, -pues es él y no la Fuerza Aérea la que fijará la hora del bombardeo sino que también muestra un lenguaje degradado, inculto y, peor aún, deshumanizado. Las personas se transfiguran en animales: "gallos", "pericos" y más adelante, como veremos, en "culebras", símbolo histórico del mal y la perversión. Revela, así, su tendencia a la deshumanización, a metamorfosear al hombre, regresándolo a su nacimiento primitivo, a lo desechable, al desvalor.

Más adelante, se lee y se escucha el diálogo de la duda, del miedo, del temor. Pinochet desconfía de los carabineros. Pregunta si son leales a ellos o no y, gritando, interroga, "¿A quiénes son leales?". Y en tono dubitativo, pregunta a Carvajal, "¿A nosotros?". Se evidencia así, desde un comienzo, el sórdido sentimiento de inseguridad que lo acompañará desde ese día: la desconfianza del otro.

Durante toda esa mañana aparecerán en Pinochet, además de su desconfianza, elementos que se anidan en una personalidad de tipo paranoico, definida por rasgos tales como el orgullo, la falsedad del juicio y la rigidez psíquica, que son aún más evidentes en "los paranoicos de combate". Tales rasgos implican, además "una hipertrofia del yo, del orgullo, sentimientos éstos que le proporcionan la sensación de una gran superioridad y una tendencia a sentir su entorno como hostil, interpretando los comportamientos del otro como mal intencionados" (5).

Al enterarse Pinochet de que los carabineros han abandonado La Moneda, exclama, "O sea, ¿está sola La Moneda ya? Y se afirma a sí mismo, "Está sola La Moneda, o sea, no hay carabineros...". Agregando, "...porque cuando se efectúe el bombardeo no puede haber nadie".

Aparece, entonces, un nuevo rasgo, el de la frialdad, la negación del otro, la ausencia de la persona como representación, como vivencia, las que no existen en su imaginario ni en su estructura mental. Ha eliminado de su recuerdo, de su representación mental, la presencia e imágenes de muchos de aquellos con quienes hasta pocos días antes, escasas horas antes, compartió, saludó, convivió y reverenció. Muchos de ellos, él sabe que se encuentran en esos momentos al interior de La Moneda. Ellos pueden morir ahora, pero para él no son nadie.

Más tarde a su desconfianza se suma el miedo (6). El miedo a lo que puedan estar haciendo los que en su deseo ya ha eliminado: ¿Y si ellos pudieran volver y hacerse presente nuevamente en la realidad? Así, exclama en tono de desesperación, "Yo tengo la impresión de que el señor SE -ni siquiera puede decir "Su Excelencia", título que utilizó ante el presidente, reiterada y servilmente, hasta el día anterior- se arrancó en la tanqueta".

Sus pensamientos crean, imaginan y penetran en la fábula del terrible retorno, el fantasma vengador, el enemigo que no muere y que aparece una y otra vez en los recuerdos, en los sueños y también en las pesadillas. Se desespera y grita "...las tanquetas hay que ubicarlas". Se angustia. Carvajal lo tranquiliza. Finalmente Pinochet exclama, "Conforme, conforme -pero luego, de nuevo, el temor lo hace vociferar- entonces, hay que impedir su salida". Es decir, que muera. Que su vida termine en medio del bombardeo. La duda persiste, "¿y si sale?". Ordena, "¡Hay que tomarlo preso!". Y, finalmente pronuncia la frase que simbolizará para siempre sus pensamientos, sus valores, su ideología y sus deseos más profundos, "Más vale matar la perra y se acaba la leva". Frente a esta alocución, Carvajal responde, "¡Exacto!". Sólo una palabra "Exacto". Y agrega, "Sólo estamos esperando que salgan los edecanes".

En ese momento nos adentramos en la súbita intimidad de la muerte, ese vacío que se cruza en el desarrollo del ser, "porque la muerte es por excelencia del orden de lo extraordinario". Y sí durante la vida, la idea de la muerte para la mayoría de las personas es un fantasma, en este caso, se hace posible, se concretiza y está presente, en forma degradada y perversa, como una ineludible realidad en la mente de Pinochet.

Ese día los chilenos no nos enteramos de este discurso, sólo supimos de los ataques a La Moneda y, más tarde, sufrimos la represión desencadenada bajo toque de queda.

A la imagen de La Moneda incendiándose, de esa bandera que resiste, hay que agregar ahora este "diálogo oculto, este discurso de la locura, donde las palabras dicen una realidad que hasta ese entonces no existía" y que luego no tendrá palabras suficientes para relatarla, como nos sucede ahora, porque esta experiencia brutal, nueva e inexplicable, y sobre todo traumática, quedó por años en las sombras. Es el discurso del delirio, la creación exterior de algo desconocido, irreal, no imaginado. Y aún cuando más tarde esté en la memoria y en la representación mental que guarda las imágenes en el recuerdo, no podrá ser fácilmente comprendido ni razonado. Las palabras dijeron algo que a veces no tienen un significado comprensible. Lo que se lee, lo que se escucha, parece increíble. Hay una desestructuración de la construcción normal de la conciencia, de la realidad, del pensamiento. ¿Es esa la banalidad del mal?, de la cual habla Hannah Arendt? (7). Es el discurso de la muerte y de su atmósfera que con el transcurrir del tiempo no sólo hemos aceptado sino que, en alguna forma, también, nos hemos habituado, pues observamos superficialmente la magnitud de los crímenes, ocultando o negando el profundo trauma psíquico vivido individual y socialmente en el país.

De modo que el golpe fue una catástrofe en el sentido fuerte del término: una catástrofe, como dijimos, íntima y social. Esta catástrofe o accidente nos precipitó como personas y como país en lo trágico; lejos de caer en el olvido, constituirá por generaciones el "eterno revenir", así denominado, desde hace más de un siglo por la psiquiatría y psicoanálisis "Síndrome de repetición" y por nosotros "Síndrome de fijación" (8), porque los síntomas y los signos de esos trágicos momentos, con muertes, torturas, desapariciones y ejecuciones permanecerán grabados indefinidamente en las consciencias o en el inconsciente de la gente. Ellos vuelven a la lucidez y también en los sueños, cada vez que en estos veintisiete años de ocurrido "el accidente", se intenta, liviana y políticamente, resolver lo profundo del dolor, clausurando o tergiversando la memoria. La memoria, esa función mental descrita "como la capacidad de adquirir, retener, utilizar adecuadamente una experiencia, esa memoria que sustenta la acción predictiva", y qué por lo tanto, si no existe, si está confusa, si se le perturba no se podrá elaborar una acción ni un comportamiento coherente en el futuro.

Hay varias memorias que coexisten en la sociedad chilena: incompletas, traumáticas, dolorosas, de pérdidas, de miedo, pero también, junto a ellas, hay memorias triunfantes, negadoras, selectivas.

Esto es así porque lo trágico del "accidente" experimentado ese día, en ese Palacio Presidencial que se derrumba, que se incendia, entre el ruido de las bombas, de las metralletas, envuelto en humo y sufrimiento, simbolizará en el inconsciente colectivo, de gran parte del país y hasta nuestros días, la súbita intimidad de la muerte.

Pinochet que, según Alfredo Jocelyn-Holtz (9), "hasta ese momento era un don nadie", siente la necesidad imperiosa de participar en la proclama que se ha anunciado. Proclama que por lo demás ya tenían elaborada con anticipación los otros generales.

En esos momentos, en los diálogos, se escucha una verdadera parafernalia bélica, en el intercambio de mensajes habido entre los puestos Nº 1 y Nº 2, donde se encontraban, respectivamente los generales Pinochet y Leigh, aparecen imaginerías y pseudos delirios de interpretación: es el discurso de guerra, "unidad absoluta de las fuerzas armadas...que lucharán hasta las últimas consecuencias, con el fin de derrocar al gobierno marxista...". Largo período de silencio "...los obreros, civiles, la gran mayoría dan respaldo a este movimiento...de las fuerzas armadas", dice el Puesto Nº 2.

El Puesto Nº 3 de enlace, ubicado en la Escuela Militar, "cambia el movimiento de las fuerzas armadas" por "el movimiento de los militares". El Puesto Nº 2 de la Fuerza Aérea, sigue leyendo la proclama, "instar a mantenerse a la población en sus lugares de trabajo, que no salgan a la calle" y claramente se escucha y se lee, "Terminado".

Es en el Puesto Nº 3 (Escuela Militar), que hace de enlace, donde uno escucha repetidamente ese "mi", esa sílaba que representa la internalización del otro, del que dirige, del que manda: "mi capitán", "mi general", "mi teniente", personajes que se apoderan del sí mismo. El mi" se repite en estos diálogos en forma automática, intercalado además con groserías. Esa palabra, esa sílaba que funde lo individual en lo colectivo. Colectivo que se apodera de la persona para sumergirlo, en este caso, en la despersonalización de no ser ya un individuo con libertad, con derecho a decidir, sino sólo ser una masa, la masa militar, sólo dispuesta a obedecer. Fenómeno psicológico que describió magistralmente S. Freud en su libro "Psicología de las masas", en donde trata sobre "Dos masas artificiales: la iglesia y el ejército".

Es en el Puesto Nº 2 (Fach), donde se encontraba el general Leigh, donde se agrega a la proclama una sola palabra, "instar", ante la declaración de que la población, "debe mantenerse en sus casas". El Puesto Nº 3 (Escuela Militar) de enlace repite entonces la frase, con esta palabra incluida, y pregunta, "¿Quién firma esto?" Y se responde, "Mi general Leigh", a lo que Leigh, desde su puesto, sin vacilaciones, dice, "Conforme" pues en verdad ha sido él el que ha dictado esta declaración.

Ante esta evidencia de que son otros los que están haciendo la proclama, Pinochet siente la necesidad imperiosa de intervenir. En forma entrecortada, se escucha su voz y con vacilaciones y reiteradas correcciones de su discurso o de las palabras que utiliza, dice, "En la proclama lo siguiente. Y recalcar: que las Fuerzas Armadas no están contra el pueblo, sino que están contra la hambruna que estaba sembrando el gobierno marxista del señor Allende...contra las colas que rodean... -vacila- que rodean a todas las calles de Santiago". Sorprendidos el puesto de enlace Nº3, se pregunta, "¿Ese es Pinochet?" El sigue hablando, "...contra el hambre, contra la pobreza, contra la miseria, contra el sectarismo, a que nos estaba llevando el señor Allende, mientras él se satisfacía con fiestas y parrandas en la casa...".

Es su primera alocución política. Terminada la proclama, aparece en Pinochet la necesidad de tener algún respaldo o apoyo evidenciando, de este modo, una vez más, su inseguridad y desconfianza y, más aún, su temor de lo que puede sucederle en el futuro. Entonces, desde el Puesto Nº 1 (Peñalolén-Ejército), se transmite, "El general Pinochet está de acuerdo. La proclama debe ser...indicar que se ha firmado por los tres Comandantes, más el Director General de Carabineros", y a pesar de que el Puesto Nº 3 (Escuela Militar) indica la conformidad del general Leigh, Pinochet, a través del Puesto Nº 1 (Peñalolén-Ejército), desconfiado y temeroso, hace algunas precisiones, "...dígale al general Leigh de parte del general Pinochet que está conforme con los puntos, pero que se debe agregar --para que haga la proposición completa, como referencia siete- que se está luchando contra las colas, el hambre, la miseria, el sectarismo, la...-vacila, repite y no encuentra las palabras para construir su frase- y los extranjeros, que estaban asesinando a nuestra gente. Cambio".

¿Sabía que decía una mentira? Hasta ese 11 de septiembre ningún extranjero, de ningún país del mundo había asesinado a ningún chileno. Por esa mentira, o más bien, por esa construcción fantasmagórica, basada en el miedo, construida a través de los medios de comunicación de la derecha antes del golpe, de que miles de extranjeros, ejércitos de extranjeros se habían infiltrado en el país, especialmente en el sur de Chile, Pinochet asevera y exige que se ponga por escrito lo que fue una falsedad y que para él, en esos momentos de supuesta guerra y de enfrentamiento, era una verdad indesmentible y por lo tanto, una realidad tenebrosa.

Esos mensajes, así como las imágenes trasmitidas a través de la guerra psico-ideológica de terror, programada y trasmitida reiteradamente por los medios de comunicación pertenecientes a la derecha chilena y apoyados ideológica y financieramente por Estados Unidos, como lo han reconocido ellos mismos, en los últimos documentos desclasificados de la CÍA, habían penetrado profundamente en sus ideas.

Ante esta última aseveración de Pinochet, el Puesto Nº 3 (Escuela Militar) vacila y decide pedir el acuerdo al general Leigh, y repite cada una de las frases agregadas por Pinochet.

Sigue un largo período de intercambio de mensajes entre los puestos. Además, descubren una radio pirata. Al cabo de un tiempo, se escucha nuevamente hablar al Puesto Nº 2 de la Fuerza Aérea, "Gustavo da plena aprobación al punto siete del general Pinochet en la proclama".

Ya son dos ramas de las Fuerzas Armadas, o más de dos, las que aceptan la idea de los miles de extranjeros combatiendo a favor del gobierno constitucional. Idea-imagen de la penetración, del temor, de la muerte en manos enemigas, manos que, por sobre todo, son extrañas y siniestras para sus propios valores y sentimientos, porque son extranjeras.

¿Dónde estaban esos miles de guerrilleros extranjeros? ¿Dónde estaban sus armas? ¿Dónde sus jefes? ¿En qué lugar del territorio tenían su frente de combate? ¿Cómo desaparecieron ese día 11 de septiembre sin que ninguna bala del ejército chileno los alcanzara? ¿Por dónde abandonaron el territorio, sin que ninguno de ellos fuera muerto o apresado? Sólo, sus supuestas armas fueron exhibidas profusamente, más tarde, por los militares.

Según el Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación hay sesenta y tres extranjeros muertos o desaparecidos. Todos detenidos en sus casas, en sus lugares de trabajo, sin armas y sin resistencia. No hubo ejército guerrillero. Lo que sí fue cierto, es que numerosos extranjeros fueron detenidos en los días posteriores al golpe, sobrevivieron a la tortura y luego fueron expulsados de Chile.

Enseguida, habla el Puesto Nº 2 (Fach), "De parte de Gustavo, informarle a Augusto que diez para las once quiere un comunicado con él". Pinochet no responde sino que dice, "De Augusto para Patricio, adelante y cambio...Patricio, Patricio, se trata de lo siguiente. Dime, ¿este caballero no ha reaccionado con todo lo que se le ha hecho?". Carvajal le responde, "No, no ha reaccionado hasta el momento. Acabo de hablar con el Edecán Naval que viene llegando de allá.

Me dice que está defendida La Moneda por cincuenta hombres del GAP. Los aproximadamente cuarenta o cincuenta carabineros se están retirando. Me dice el general Mendoza que él está procurando que se retiren antes de seguir bombardeando. El Edecán Naval me dijo que el Presidente anda con un fusil ametralladora, que tenía treinta tiros y que el último tiro se lo iba a disparar en la cabeza. Ese es el ánimo en que estaba hasta hace unos minutos atrás". Pinochet exclama, "Esas no son balas... Este huevón no se dispara ni una pastilla de goma". ¿Recordará Pinochet -ahora que está señalado, desaforado, querellado y humillado- esas palabras que pronunció?

Tras la construcción de la proclama, desde la internacionalización de la amenaza, de la fantasía real, de una guerra verdadera, Pinochet cae en una cuasi construcción delirante de carácter mesiánico, de salvador de la patria. Exclama con voz de mando, con un grito gutural, "Yo diez para las once, voy a dar la orden del bombardeo, -y al parecer, reflexionando, agrega más calmado- En consecuencia, a esa hora las unidades tienen que replegarse más o menos dos cuadras de La Moneda". Adivinamos entonces que su pensamiento sigue construyendo escenas de guerra, porque repite, "Enseguida, una vez que se replieguen, va a iniciarse... -vacila, no sabe qué decir, y luego nuevamente, gritando, exclama- a las once en punto se inicia el bombardeo". Se le percibe posesionado de su rol. El está al mando de un ejército que por fin combate y que por fin, también, él puede dirigir y mandar. Entonces da una orden que deslinda en lo absurdo, dice, "O sea, hay que meterse prácticamente en zanjones, donde sea, porque se puede pasar la Aviación y tocarle a las tropas nuestras".

Lenta y progresivamente, podemos percibir en los diálogos que siguen, que Pinochet va entrando en "un estado mental de carácter maníaco con su acepción: de omnipotencia y grandeza, pero también en un estado psíquico persecutorio, donde la realidad es siempre atacante y donde él tiene la fantasía omnipotente que puede destruir el mal" (10).

Es como si en sus fantasías reprodujera las escenas que tantas veces, tal vez desde su infancia, imaginó ¿dónde habría zanjones alrededor de La Moneda, cuyas calles estaban intactas? ¿cómo y cuándo cavarían los zanjones esos soldados, que ni siquiera tenían herramientas para hacerlo y que en su mayoría se encontraban parapetados en tanques? Había que cavar zanjones. ¿Pero, cómo y cuándo, si en unos minutos más se bombardearía?

Carvajal intenta calmar a Pinochet, y éste, algo convencido, a pesar de que sabía que el "enemigo" no tenía ningún poder de combate ni capacidad de enfrentamiento, posesionado de participar en una guerra real, agrega, "Yo creo conveniente decirle al general Leigh, entonces, de que en ningún caso inicie el bombardeo sin esperar saber cómo está la situación acá".

Pinochet sigue. Las escenas de guerra parecen colmar su mente. Lo subyugan, lo invaden, y como un autómata o un poseído, se le oye entonces decir, "Tiene que...la tropa nuestra ponerse un pañuelo blanco arriba para mostrar la línea más adelantada que tiene". Tal vez percibe que ni siquiera es capaz de construir una frase coherente, y la vuelve a repetir, agregando, "...un pañuelo blanco en la espalda, para que los aviadores los vean - y casi murmura es un detalle que hay que recordar". En esta frase hay una construcción irreal y especialmente pervertida.

Si bien este trabajo no pretende hacer un estudio de la biografía, ni un análisis de la personalidad de Pinochet, sino solamente comentar y estudiar lo dicho por los militares y, especialmente por él ese día, no podemos dejar de señalar un rasgo de su personalidad que, a través de sus intervenciones, se hace evidente: sus limitaciones, una cuasi debilidad del pensar y elaborar que aparece en su lenguaje. Es como una carencia intelectual que nos hace recordar lo que la psiquiatría clásica definió hace siglos: un "débil mental superior". Es decir, "aquel que procede con operaciones concretas, sin llegar a un estado formal con un razonamiento elevado, una asociación de ideas adecuadas, un pensamiento basado en proposiciones". Porque en él se aprecia la falta absoluta de asertividad, la imposibilidad de expresar con facilidad, a través de las palabras, su punto de vista. Repite y vuelve a repetir, reitera y vuelve a reiterar sus órdenes. Debilidad unida a "rasgos de agresividad, es decir, tendencia a atacar o dominar al otro, a todo objeto susceptible de impedir una satisfacción inmediata". (11)

En el diálogo que continúa se acentúa su obsesión de guerra y, junto a este ánimo, se acentúa también el temor y la desconfianza. "Augusto habla a Patricio, lo siguiente: me acaban de informar que piensan atacar con brigadas socialistas el Ministerio de Defensa. Hay que estar listo para atacar..." y da las órdenes para el combate. Carvajal le asegura, "Si, se está haciendo. Ya se tomaron medidas". Entonces se escucha su segunda alocución política "Otra cosa, ...las radios tienen que transmitir nuestro programa y tienen que transmitir en cadena...que no estamos atacando al pueblo, estamos atacando ¡a los marxistas! Que tenían dominado al pueblo y lo tenían hambreado". Esta frase la pronuncia en ese tono agudo, chillón, cortante, que tantas veces oiremos en el futuro.

Aislado en el Puesto Nº 1 del Ejército en Peñalolén, surgen en Pinochet las dudas del que no ve las escenas, del que no sabe lo que pasa, e inicia una serie ininterrumpida de preguntas: ¿Están atacando los tanques? ¿Está la Escuela de Infantería? ¿Llegó o no?... ¿Llegó la Escuela de Infantería? Carvajal, una vez más le informa, "La Escuela de Suboficiales... ("con el comandante Canessa", le sopla un ayudante)...con el comandante Canessa... ("la Artillería del Tacna", agrega el ayudante)... La Artillería del Tacna, más los blindados. Los carabineros se retiraron de La Moneda. Los vimos salir de La Moneda". Pinochet sigue preguntando, desesperadamente, "¿Mendoza controla los carabineros?". A lo que Carvajal le responde, "Correcto, Mendoza controla los carabineros. Me dijo que la Dirección General de Carabineros, el edificio, lo tienen neutralizado y lo van a dejar para el último. No ha habido ninguna reacción, no han disparado nada desde el...desde el edificio".

Finalmente, Pinochet dice, "Conforme. Otra cosa, Patricio." pero inmediatamente, persuadido tal vez del coraje de los que se encuentran al interior del Palacio Presidencial dice- "A las once en punto de la mañana, hay que atacar La Moneda, porque este gallo no se va a entregar". Y más aún, al parecer su desconcierto es total frente a la digna actitud del otro, su enemigo, pues agrega, "...Enseguida se le saca en el avión y se le despacha al tiro", demostrando así su temor ante el que no claudica. Por su parte, Carvajal, al parecer también asombrado de la decisión de Allende dice, "negó la posibilidad de avión". Se escucha la exclamación de Pinochet, "¿La negó?". El no puede creer en la fortaleza moral de su enemigo.

Pero Allende no sólo no aceptó el avión, sino que dignificando una vez su rango de Presidente, informa a través de su edecán militar que deben ser los Comandantes en Jefe los que concurran a la Moneda. El recado que les envía es rotundo: "El presidente de Chile recibe y atiende en La Moneda". Frente a esta actitud, Pinochet cae en la desesperación gritando "¡No!... que él concurra al Ministerio de Defensa". Carvajal sólo dice, 'A lo mejor". Pinochet lo interrumpe, y en forma angustiada, pregunta, "¿Va a concurrir él?...¿El va a concurrir? Carvajal responde "No, se negó".

"Yo sabía... -dice Pinochet y luego murmura palabras ininteligibles, frases deshilvanadas- me dijo a mí como era güenazo para...". No logra completar la frase y agrega, "la idea es que si llega p'allá, lo metís en el sótano". Carvajal sólo murmura, "Sí...". Pinochet finalmente agrega, "Que vaya al Ministerio de Defensa. Ahí llegamos todos. Pero, ahora, ataque a La Moneda, ¡fuerte!".

Que se destruya el Palacio Presidencial, no importa, que mueran los que están adentro. Aparece en él la frialdad de la guerra, el razonamiento por medio de imágenes, de deseos de agresión, de destrucción. No existe en este diálogo ningún elemento que nos oriente para hacer un análisis con un mínimo de razonamiento crítico. No se trata aquí de un conductor, de un líder, que se forma, que actúa, que razona y piensa hasta tomar el poder, sino que en estas horas se hace evidente la improvisación, el deseo de imponerse y de tomar el mando absoluto como sea, sobre todo por la fuerza. A través de sus palabras y sus órdenes, se van perfilando los rasgos de un criminal sin valores, con una ideología perversa, que esbozan ya las conductas aberrantes que se irán desenmascarando lentamente y que lo caracterizarán en el futuro.

Patricia Verdugo, en su libro, describe esos instantes "Lo que está sucediendo marcará con sangre la historia de Chile por muchos años". Nadie lo detiene.

Pinochet continúa su discurso, originado en la violencia, nacida tal vez del miedo, de la inseguridad. Se dirige nuevamente a Carvajal, "Patricio, habla Augusto. Dime.-.el señor Altamirano, el señor, este otro...ehhh...Enríquez...el otro señor....¿cómo se llama?...Palestro...y todos estos gallos, ¿dónde están metidos?... ¿los han encontrado o están fondeados? Es conveniente dar la misión al Servicio". Vacila, "..al Servicio de Investiga...". No termina la frase, porque evidentemente se ha equivocado y recapacitando dice, "...al Servicio de Inteligencia de las tres instituciones para que los ubiquen y los tomen presos. Estos gallos, deben estar fondeados porque son verdaderas culebras...". En esta frase devela, una vez más, lo que en su mente existe, la mitología del mal, que ancestralmente se simboliza en la culebra, representación del acoso, de la perversión, de la traición y la muerte. Carvajal no sigue su discurso ni sus ideas, ni tampoco sus temores, y sólo dice, "Conforme. Yo acabo de...El comandante Radiola está en contacto con La Moneda. Entonces, le va...le va a transmitir el ofrecimiento, este último, de rendición. Me acaban de informar de que habría intención de parlamentar". Pinochet interrumpe, "Parlamentar significa (inentendible)...". No termina sus frases y asegura. "No, tiene que ir a La Moneda él con una pequeña cantidad de gente". Se equivoca y se corrige, diciendo, "Al Ministerio, al Ministerio...". Carvajal insiste, "...que estaba ofreciendo parlamentar". Pinochet vuelve a interrumpir, "Rendición incondicional, nada de parlamentar... ¡Rendición Incondicional!". Carvajal vuelve a utilizar la palabra que, perseverantemente, usó toda esa mañana, "Conforme". Y Carvajal repite, "Rendición incondicional, y se le toma preso ofreciéndole nada más que respetarle la vida, digamos". Es evidente que es una propuesta de Carvajal. Entonces Pinochet muestra, una vez más, en su respuesta a esta proposición, su íntima naturaleza, su extrema perversión y sadismo, a través de la inolvidable frase, dicha con su propia voz, en tono irónico y cazurro, "Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país... pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando". Carvajal automáticamente repite, "Conforme". Palabra que esta vez se acompaña de una risa fría y despreciativa.

Mientras tanto el general Leigh, desde su Puesto Nº 2 (Fach), sigue elaborando el plan a seguir y concluye que hay que decretar toque de queda a las dieciocho horas y Estado de Sitio. Esta vez, es Pinochet el que dice, "Conforme", y casi gritando, anuncia la muerte, exclamando, "...¡Se va a aplicar la Ley Marcial, a toda persona que se le sorprenda con armas o explosivos, va a ser fusilado de inmediato...Sin esperar juicios sumarios ni sumari....". En su desesperación se ahoga, no logra terminar la frase. Carvajal vuelve a decir, "Conforme. Ley marcial... Toque de queda y a todo el que se le sorprenda, con armas o explosivos, será ejecutado de inmediato". La voz de Pinochet, como un oráculo, dice al final, "Ley Marcial".

Entonces, aparece algo curioso en este concilio de muerte. Aparentemente, Carvajal y Leigh quieren sólo bombardear Tomás Moro, acción que se realiza momentos después, sin reparar el costo en vidas, en sufrimientos y en significados. Era la casa del Presiden- te Allende y su familia. En medio de estas acciones y acuerdos, Pinochet, reflejando en sus palabras lo que es su propia naturaleza, dice, "...ten cuidado con el señor Presidente, que es muy re chueco. No dice nunca la verdad, así es que hay que tener cuidado con él".

¿Por qué tendría Carvajal la idea de que la Moneda no fuera bombardeada? ¿Tendría él más capacidad para darse cuenta del significado histórico moral que este hecho adquiriría con el tiempo? ¿Pensaría Carvajal en el impacto que, en el imaginario colectivo del futuro, tendría la imagen de La Moneda destruida, en llamas? ¿O, simplemente, no quería que se la atacara porque temía que las bombas alcanzaran el Ministerio de Defensa, aledaño a La Moneda, y donde él se encontraba?

El intercambio continúa, los temas a decidir son el bombardeo de Tomás Moro, la tregua para que las mujeres abandonen La Moneda y, reiteradamente, la posibilidad de parlamentar. Ante estas indecisiones, Pinochet, al parecer, saca conclusiones y exclama en forma dura e implacable, "Mira, este caballero está ganado tiempo... ¡Estamos demostrándonos débiles nosotros!. ¡No, no aceptes ningún parlamento! ¡El parlamento es diálogo! ¡Rendición incondicional!... Si quiere viene él acompañado de Sepúlveda al Ministerio, y se entrega. Si no, vamos a bombardear cuanto antes ...dile...". Se ahoga, su discurso termina en nada.

Podemos deducir que toda su conducta anterior de pleitesía, sus sometimientos, su amistad con el Ministro de Defensa, José Tohá, y su esposa, su conducta de deferencia hacia los ministros de Allende y hacia el propio Allende, se han esfumado, ahogados en la rabia y la ira. ¿Cuáles serían las características de la personalidad anterior a ese día de Pinochet? ¿Cuáles fueron sus sentimientos, cuáles sus valores, sus pasiones? Estas interrogantes no forman parte, como dijimos, de este análisis. No acepta el diálogo y exige rendición incondicional. Carvajal le informa que está en conversaciones con José Tohá, Ministro de Defensa, con Clodomiro Almeyda, Ministro de Relaciones Exteriores y con Carlos Briones, Ministro del Interior, y le dice que les está comunicando, "...que en diez minutos más se va a bombardear La Moneda, así que tienen que hacer...". Se confunde, "rendirse incondicionalmente, y, si no, sufrir las consecuencias". Pinochet le contesta, "Esos que me acabas de nombrar tú". Para él ya ni siquiera tienen nombres, "...arriba de un avión y se van de inmediato, viejo. A las doce están volando para otra parte.". Carvajal, una vez más, responde, "Conforme". Ante esto, Pinochet, al parecer envalentonado, dice, "No podemos aparecer con debilidad de carácter, aceptándole plazos y parlamentos a esta gente, porque....". No logra terminar su frase y luego comienza de nuevo, "No podemos nosotros aceptar plazos ni parlamentos, que significa diálogo, significa debilidad. Todo ese montón de jetones que hay ahí, el señor Tohá, el otro señor Almeyda, todos estos mugrientos que estaban echando a perder el país, hay que pescarlos presos... y el avión que tienes dispuesto tú. Arriba y sin ropa. Con lo que tienen, p'a fuera, viejo". Tiene la necesidad de aparecer fuerte, implacable, despiadado, y lo expresa en un lenguaje deformado, grosero, y rechaza toda posibilidad de diálogo. Para él, este acto sólo significa debilidad. Crueldad y desprecio se revelan en toda su magnitud en ese instante. Estos sentimientos de carácter brutal se cultivarán y crecerán en las horas y en los años que siguen, concretándose en torturas, muertes, desaparecimientos, pérdida de valores éticos e inmoralidad, sin tomar consciencia, ni siquiera percibir los daños y significados que estos traumas producirán de por vida, no sólo en los más afectados, sino en toda la sociedad, en todo el país.

Se niega a todo. No habla con José Tohá. La traición, como conducta, se apodera de él, lo invade, lo domina. Así, en otras de sus diatribas dirigida a Leigh, se le escucha gritar, aguda y chillonamente, "Gustavo, nosotros no podemos aparecer con debilidad de carácter y es nefasto dar plazos y aceptar parlamentos. El avión que tienes dispuesto tú para el Presidente..." Curiosamente, tal vez desde su inconsciente o desde sus recuerdos recientes, surge la palabra Presidente. Continúa, "...hay que ir a dejar a todos estos campeones, que están dando vuelta...el Tohá, el Almeyda -su lenguaje se vulgariza- todos estos señores arriba del avión y mandarlos. Los mandamos de un viaje ya sea...a cualquier punto que tú consideres necesario... menos a Argentina". Esta frase muestra ya su temor a lo que vendrá, a lo que puede suceder en el futuro donde él se proyecta desde esos momentos como jefe.

El bombardeo está atrasado. No sólo porque desde La Moneda se ha solicitado tiempo para que puedan abandonar el Palacio las mujeres, sino porque los esperados aviones no llegan y porque algunos, entre ellos, Pinochet, no tienen idea ni siquiera en donde están. Por primera vez, se escucha la voz del general Díaz Estrada, "Mi general, en estos momentos sale del Ministerio un jeep a La Moneda, a retirar seis mujeres, será cuestión de tres minutos para que aguante el ataque". Por primera vez, se escucha al general Leigh fuera de sí, gritando desde la Academia de Guerra, "Déjense de labores dilatorias y mujeres y de jeep. ¡Yo voy a atacar de inmediato! ¡Cambio y terminado!". Esta vez es Díaz Estrada quien dice, "Conforme".

Pero él tampoco sabía qué pasaba con los aviones. El ataque no se produce, los aviones no llegan. Esta demora, este suspenso, esta espera que parece infinita, no sólo inquieta a los que enfrentan un futuro incierto, acaso la muerte, sino que también desconcierta y desespera a los que tienen el poder para decidir su destino y su destrucción.

Pinochet dice finalmente, "En lo que se refiere al ataque aéreo a La Moneda, que esperen un momento, que van a salir las mujeres" y agrega en tono duro, "...la espera no debe ser superior a tres minutos". Díaz Estrada pide que se le comunique, "A mi general, que las mujeres salieron. La Moneda está libre para atacar". Nunca llegó el jeep para buscar a las mujeres. Estas salieron caminando.

Terminan los tres minutos y no pasa nada. Silencio. Finalmente, desde el Puesto Nº 2 (Fach), el general Leigh, informa, "El ataque aéreo tiene una leve... una leve demora. Será aproximadamente en quince minutos más". Es el Puesto Nº 3 (Escuela Militar) de enlace, el que trasmite el mensaje, utilizando el "mi" posesivo, dominante, cuando se dirigen a sus superiores, "Comuníquenle a mi general Pinochet, de parte de mi general Leigh, que el ataque a La Moneda y Tomás Moro, tiene un pequeño retraso y que en quince minutos más se hace efectivo". Los aviones tienen problemas de "carguío", además ¿de dónde vienen? Vienen de Concepción. Tratan de explicarle a Pinochet la demora, quien desesperado, ante la imperiosa necesidad que tiene de iniciar el combate, replica, "Ordené a Brady que actuara con la Artillería, con los... o sea, con los sin retrocesos, y con lanza-'cuete'. Porque están atrasados diez minutos ustedes.

Porque si no estos gallos van a hacer algunas... ¡Ya se están formando pobladas en otras partes!". Ahora el discurso aparece más desestructurado, el fanatismo lo invade, pero, sin duda, también el temor, el miedo, la desconfianza. Se imagina "pobladas" contraatacando, gente, hombres y mujeres asediándolo, exigiéndolo, combatiendo. En su mente es la guerra civil que comienza.

Díaz Estrada habla nuevamente "...para comunicarle al señor general Pinochet que, en este momento, se va a iniciar el fuego desde Artillería con los cañones sin retroceso, los cañones de los tanques, para posteriormente avanzar con la Infantería. Cambio".

El desigual combate se inicia. Al interior de La Moneda las bombas de los tanques, el fuego y el humo envuelven todo. Pinochet no lo ve, no sabe nada y, acorralado en su Puesto Nº 1 (Peñalolén Ejército), pregunta a Carvajal, "Oye, dime, ¿cómo va el ataque a La Moneda que me tiene muy preocupado?". Se le informa que los generales Hermán Brady y Sergio Arellano Stark dirigen el ataque. "La idea es nada de parlamentar, sino que tomarlos presos inmediatamente", agrega Carvajal. Esta vez es Pinochet, quien dice, "Conforme" y, como reflexivo, agrega, "Otra cosa, Patricio, es interesante que hay que tenerle listo el avión que dice Leigh. Esta gente llega". En ese momento, se le acaba la calma y grita, "¡y ahí ni una cosa!...Se toman, se suben arriba del avión y parten, viejo...Con gran cantidad de escolta". Carvajal repite las ideas de Pinochet, pero agrega vacilante, "...después se verá si se les da avión u otra cosa..." Pinochet lo interrumpe, al parecer, adivinando, "Pero es que si los juzgamos, les damos tiempo, pues. Y es conveniente...lo que creo...es motivo para que tengan una herramienta para alegar. Por último, se les pueden levantar hasta las pobladas para salvarlos...creo que es lo mejor... consúltalo con Leigh...La opinión mía es que estos caballeros se toman y se man...Se mandan a dejar a cualquier parte. Por último, en el camino, los van tirando abajo".

Tanto es el peso, la degradación y perversión de su discurso y de sus deseos que en el Puesto Nº 3 (Escuela Militar), el de los enlaces, el de los "mi", el de los jóvenes militares, se oye afirmar, "Este es facho, huevón". Y esto fue así y será así para siempre.

Se inicia un intercambio de opiniones sobre si a la gente que va saliendo de La Moneda, como Fernando Flores, Subsecretario de Economía, Osvaldo Puccio, Secretario del Presidente y, Daniel Vergara, Subsecretario del Interior, se les saca del país o se les deja en Chile para juzgarlos. Carvajal cree que no es conveniente sacarlos del país, "...si no, sencillamente tomarlos presos y posteriormente se decidirá...si se les da avión o no". Leigh dice, "Yo soy de opinión de sacarlo del país". No se sabe si hablan del Presidente, de los asesores o de quién. Finalmente parecen aclararse. Leigh llama, "Aquí, de Gustavo para Patricio. Yo soy de opinión de que Puccio, muy bien y otros ministros, muy bien. Pero el señor Fernando Flores, Vuskovic, Altamirano y todos esos carajos, como Faivovic, ¡esos no se suben al avión!. Cambio". El aviador muestra, al igual que Pinochet, su desprecio, su rabia y su íntima violencia. Se oye la voz de Carvajal, que vuelve a decir, "Conforme. Entonces los tomaríamos presos. Entonces, discriminaríamos entre cuál va al avión y cuál no". ¿Quién decidirá? ¿Quién salvará sus vidas? ¿Quién ordenará la prisión, la tortura y la muerte, aguda o lenta, como sucederá más tarde con José Tohá?

Pinochet, algo al margen ante estas decisiones entre Leigh y Carvajal, pide que se le informe, "¿Qué es lo que dijo Leigh?", grita. Carvajal lo informa "Leigh dijo que él concuerda con tu opinión en sacar a Allende, a su secretario... pero en ningún caso que salgan ni Flores, ni Vuskovic, ni Altamirano". Pinochet exclama, "Vuskovic también, porque a ese hay que juzgarlo. ¡Ese es un carajo que cagó al país!". Vulgar, coprolálico, palabra que define el diccionario etimológico como "una tendencia enfermiza a proferir obscenidades".

Finalmente, es Pinochet el que concluye, y en su frase confirma, sus íntimos deseos de muerte. Este deseo se confunde con la obsesión reiterada de saber qué pasa con Allende, preguntando, "El señor Allende y el señor...el otro, el Puccio.-.hay que tirarlos ¿Vienen con algún mensaje?". Demuestra su negativa al diálogo. Grita, ¿Ya se rindió Allende?" Duda, "¿Cómo es la cosa? Aló, ¿Patricio, se rindió Allende?". Carvajal trata de calmarlo y le informa que traen una carta de Allende, a lo cual contesta, "...que se rindan incondicionalmente". Pinochet responde, "Conforme, pero ten cuidado con las famosas cartas del señor Allende. Porque este gallo está jugando, juega y sigue muñequeando". Reafirmando, en esta frase, su desprecio por la persona de Allende, proyectando sobre éste, lo que él mismo encarna: el cinismo, el engaño, el juego sucio que realizó durante años y que, desde ese día, mostró en toda su magnitud. Más adelante, reafirma su decisión diciendo, "Está ganando tiempo. Guárdame la carta y tíralo al tiro al avión". Cacofónico y repetitivo, exclamando en tono de burla, con esa socarronería que utilizó hasta el día en que fue detenido en Londres, el 16 de octubre de 1998, "Mira -le dice a Carvajal, con tono de mofa- cuando vaya volando, leemos la carta". Se escucha el obsecuente y perseverante, "Conforme".

A la burla y el desprecio se suma inmediatamente el temor, "El señor Allende está ganando tiempo porque tiene...se están armando algunos... algunos poblados...eso se ha visto desde el helicóptero. Por esa razón, este gallo está ganando tiempo". Carvajal contesta, una vez más, a Pinochet, "Conforme". De ahí para adelante, el contexto comunicativo entra en un espiral maníaco de guerra. Pinochet, ordena que, "...se sigue disparando, hasta que no salgan con bandera blanca se les va a seguir disparando". Dentro de esta arenga, con voz triunfante, dice, "¡Délen más guaraca hasta el final y que no se apague el incendio, viejo!". En estas palabras, una vez más, aparece su degradación moral y sus deseos y voluntad de destrucción sin límite.

En los minutos, en las horas que siguen se desencadena el asalto armado final, el acoso, la rendición y la muerte. En medio del ruido de las bombas, del sonido de los aviones que bombardean la casa presidencial de Tomás Moro y La Moneda, se escucha a Carvajal decir, "...con el general Arellano, se ha hecho un cese al fuego para que se rindan...". Y Pinochet añade, "Conforme. Dime lo siguiente... (inentendible) caballero, el señor Allende". Carvajal trata de explicarle, pero Pinochet sigue en su discurso, "Dime, ¿y Allende? ¿Salió o no salió? Carvajal le contesta, "No ha salido, pero lo que dice Flores es que quiere obtener unas condiciones decorosas para la entrega de... de Allende". Pinochet responde, "¡No hay ninguna condición decorosa! -y a continuación vocifera- ¡Ese hijo de puta, qué se ha imaginado, viejo! La única con...." . El general en jefe no es capaz de terminar o construir la frase, "lo único que le deseo es respetarle la vida y todavía hacemos mucho....". Pinochet sigue en su diatriba, "Sin condición. ¡Qué vienen a poner condiciones decorosas! Lo único que no ha conocido es el decoro y viene ahora a pedir". Carvajal le contesta, "Ya, conforme, así con esas instrucciones el... el general Arellano va a mandar un oficial con una patrulla a tomarlos presos". Para él sigue esta guerra sucia, grosera, absolutamente desigual. Pinochet le informa a Carvajal, en tono solemne, "...La embajada cubana está rodeada...En consecuencia, para evitar problemas internacionales, se servirá considerar que tienen de inmediato un avión a disposición para que se manden a cambiar para su país. Y rompemos relaciones con Cuba."

Se inicia de nuevo un intercambio, de cortos mensajes, entre los puestos para decidir qué se hace con los que han salido de La Moneda. Reflexionan, se asustan, se preocupan, discuten que si salen fuera del país los podrían desprestigiar. Siguen dialogando los Puestos Nº 2 (Fach) y No 5 (Ministerio de Defensa) hasta que Pinochet los interrumpe, diciendo, "Todos ustedes son muy civiles

¡No entienden el problema militar, viejo!...¿Me oyes Patricio?". Con esta frase subordinó a los otros ya que es él el único que entiende lo militar, su estrategia y su finalidad, al mismo tiempo que con estas palabras degrada a los civiles, lo que persistirá en el tiempo.

Se escucha un intercambio de opiniones sobre lo que harán con las personas que han salido de La Moneda o con los que tomarán presos. Se repiten los "Conforme". Carvajal le dice, "Así que...". Pinochet lo interrumpe, en dos oportunidades, "De La Moneda al avión". Continúa Carvajal, "...fuego y va a ir una patrulla militar a detener a la gente que se rinde". Pinochet vuelve a gritar, "De La Moneda al avión". Carvajal no le escucha. Entonces le grita, "Oye" -y para que lo tomen en cuenta- de La Moneda al avión, viejo, no lo... no lo hagan...no lo paseen más. Y fondeadito altiro, para que no haya problemas". Carvajal responde una vez más, "Conforme, pero el avión sería para él y familia, ¡exclusivamente!. Nadie más", marcando las palabras. Más adelante, Pinochet exclama, "Conforme, nadie más... ¡Ningún GAP! No le vayan a meter un GAP (12) ahí, pues (risas de ayudantes)... A esos hay que juzgarlos a todos.". Carvajal, servil responde, "Conforme". Pinochet continúa, "Y que lo lleven escoltadito, porque nos lo pueden quitar". Empieza a utilizar el discurso atenuado de los chilenos, en el que oculta con los diminutivos la realidad que se quiere expresar.

La batalla sigue, "los helicópteros artillados" informa desde Leigh el Puesto Nº 2 (Fach), "van a barrer los techos, donde están las ametralladoras en el Ministerio de Obras Públicas y Banco del Estado...". Todos saben que nunca hubo ametralladoras sino sólo ocho hombres armados (13), francotiradores en esos edificios, todos miembros de la Guardia Presidencial del Presidente Allende. Continúa el intercambio entre los puestos de mando, las órdenes y decisiones de guerra se confunden, contradicen, se alteran. Entonces Carvajal descubre que, "Sería conveniente antes de que se vaya Allende, exigirle que firme su renuncia". Pero las cosas no suceden como ellos las planifican ¿Y si viene la noche y nada ha terminado? En esa compulsión de dudas y de órdenes, Leigh exige que se ponga hora de tope "las cuatro de la tarde, ni un minuto más...porque con este troche y moche pueden buscar la oscuridad para hacernos cualquier jugada...". Los conforme de Carvajal prosiguen.

Sigue pasando el tiempo. Las llamas y el humo envuelven La Moneda, Pinochet, en tono desesperado, pregunta, "¿Salió Allende?. ¿Ya se fue?". Allende no sale ni se ha ido. Leigh sigue con sus helicópteros del Grupo Diez, con la planificación de las horas y vuelve a decir, "Si Allende sale después de las cuatro, no se vuela hoy, hay que tomarlo preso".

En ese momento. Carvajal informa que "...están saliendo algunas personas. Mandé a...a personal de Inteligencia a que me averiguaran los nombres de las personas principales que están saliendo de allá". Pinochet lo interroga, "¿Están saliendo presos?...¿en calidad de detenidos? Carvajal responde, "Sí". Entonces, al parecer convencido de que el ataque esta llegando a su fin, propone que, "...tenemos que juntarnos los tres Comandantes en Jefe y el Director General de Carabineros, junto con...para hacer una declaración en conjunto, oye...una vez que salga el señor Allende fuera". Todas sus frases están deshilvanadas, inconclusas. "Sí", responde Carvajal. "...estamos preparando la información tan...para darla tanto por telecomunicaciones militares como por una información radial, expresando que se ha rendido Allende y...las otras personas que se rindan, las personas principales que se rindan". Pero Allende no se ha rendido y tampoco abandona La Moneda.

Leigh sigue con su preparación de aviones y helicópteros para el traslado... ¿de quién? Aún no lo sabe, como tampoco sabe dónde ubicarlos. Siguen los diálogos. Finalmente, Carvajal hace una síntesis de ellos, "Ya, así que entiendo que, a Allende habría que llevarlo no a Cerrillos, sino que de aquí a la Escuela Militar. Y allá se juntaría con su familia y partiría a Cerrillos". Pinochet sigue con sus ideas y acciones de guerra. Y dice a Carvajal, "Mira es conveniente tirar una... una proclama por la radio. Que hay Estado de Sitio, en consecuencia no se aceptan los grupos. La gente tiene que andar en sus casas, porque se arriesgan de que sean....sean....se encuentren en un problema y puedan caer heridos. Y no hay sangre

para salvarlos". ¿Pensaría en salvar a alguien? ¿Se preocuparía realmente por los heridos? ¿O es que no sabe que en los combates hay que tener tiendas de emergencia y sangre suficiente para realizar transfusiones? Pero él, según ha dicho, por años preparó el golpe, no tuvo nada previsto para salvar vidas, ni menos para evitar muertes.

Mientras tanto, Leigh desde su Puesto Nº 2 en la Fuerza Aérea, informa que "Misión en Tomás Moro, terminada. Misión en La Moneda está terminada. Necesito que me informes qué está haciendo ahora el Ejército". Además, Leigh solicita ante el bombardeo por error del propio Hospital de la Fuerza Aérea, "...envíen bomberos al Hospital FACH". Leigh cumplió sus tareas, ¿con qué costo en destrucción, en ruinas, en vidas?, ¿en ese lugar donde no había ejércitos, ni armas ni soldados contrincantes, ¿qué se quería realmente destruir al atacar la residencia presidencial de la calle Tomás Moro en donde se encontraba la esposa del Presidente?, ¿qué simbolizaba este ataque?, ¿qué objetivo se perseguía más allá, del odio y la venganza?, y ¿hasta qué profundidades del alma, llegaban estos sentimientos de venganza para transformarlos en pasiones de ira y destrucción?

Esa casa no estaba protegida por ninguna de las fuerzas de Carabineros asignadas. Temprano en la mañana sólo había llegado el jefe de los motoristas de la escolta de Carabineros, el capitán José Muñoz (14), que acompañó a los autos con el Presidente Allende hasta La Moneda; y, el mayor de Carabineros, Francisco Concha (15), que ingresó unos momentos a la casa para avisar del inminente bombardeo. Nadie escapó. Siete rockets fueron lanzados desde el aire. Destruyeron la casa. La esposa del Presidente, señora Hortensia Bussi decidió finalmente salir y junto a su escolta de Investigaciones, Jorge Fuentes Ubilla, se dirigió en auto a la casa de un amigo, Felipe Herrera. Posteriormente la residencia presidencial fue saqueada por miembros de las Fuerzas Armadas y civiles del sector. Entre los miembros del Ejército que rodearon la casa, se encontraba en entonces coronel Miguel Krassnoff (49), quien fuera tiempo después, oficial de la DINA y jefe del centro de detención de "Villa Grimaldi".

Díaz Estrada le informa a Leigh acerca de lo que hace el Ejército, "En este momento, el Ejército ava...avanza sobre La Moneda, por los dos...por el norte y por el sur, próximo a llegar..." y agrega, "estoy esperando una información detallada, de si ya llegaron a La Mone...a la puerta de La Moneda o no". Leigh, tratando seguramente de recuperar su rol de ideólogo del golpe, dice, "Bien, escuchado. Le ruego mantenerme un informe más completo, más adelante".

Los conformes se repiten. Conformidad de lo que dice Pinochet y de lo que dice Leigh. Díaz Estrada asume el rol de mediador. Pinochet emite nuevamente una orden o alocución de carácter político-militar: "Hay que lanzar un bando diciendo que no existe gobierno. El gobierno es gobierno militar". Afirma, "En consecuencia, la gente tiene que atenerse a lo que diga el gobierno militar. Porque hay gente que no quiere entregar sus puestos. Segunda cosa, vamos a mandar un bando a ....te lo voy a hacer llegar allá, para...que se refiere a los extranjeros, que están en posición ilegal o bien que han ingresado en forma ilegal, tienen que presentarse a las comisarías... ¡A la prensa no!...Oye, aló, aló...ninguna circulación de prensa por el momento, viejo". En esta perorata se sintetizan sus deseos y también sus intenciones: el gobierno es militar y por tanto deben obedecerlo, incluso aquellos que aparentemente se resisten, que no quieren entregar sus puestos de mando. ¿A quién se referiría? ¿A quién se imaginaba en esta actitud de rebeldía? ¿Sería una evocación a Allende y a sus asesores? ¿O a los cientos de enemigos que él se imaginaba? El fantasma de los extranjeros lo acosa. Estos tienen que entregarse pero que no se sepa, no puede haber noticias de ellos, no puede informar la prensa de ellos. El país será sometido al ocultamiento y al silencio, salvo el de los medios de comunicación de la derecha.

El tiempo pasa, Allende no salió de La Moneda, no se escondió, ni se arrancó en las tanquetas de Carabineros, como lo presuponía Pinochet, ni menos dejó que lo tomaran preso. ¿Dónde estaba? El general Palacios encontró su cuerpo sin vida al interior de La Moneda. Se había suicidado. "Yo no voy a renunciar", había dicho en su último mensaje y, más aún, había anunciado nítidamente su destino. "Colocado en un trance histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo". El general Palacios informa, "Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto". Abruptamente, Carvajal exclama, "Augusto y Gustavo, de Patricio. Hay una comunicación, una información del personal de la Escuela de Infantería...y que por la posibilidad de interferencia la voy a transmitir en inglés..." y lo dice en inglés, "They said that Allende comitted suicide and is dead now". Preguntando si lo entienden. Ambos responden, "Entendido". ¿Por qué no se atrevió a decirlo en castellano? Tal vez no pensaron nunca que Allende no sólo no renunciaría, sino que tampoco abandonaría La Moneda. Era el asombro frente a un acto soberano de dignidad, no sólo de su persona sino en honor de su alto puesto. Dignidad que jamás ellos tendrían, como lo ha demostrado el tiempo. O sería, tal vez, el miedo, el que les impidió pronunciar las palabras de suicidio en castellano. Ese miedo, que los penetró desde el primer momento, y que horas después, expresado en odio, dará inicio a los hechos que a continuación reseñamos.


Notas:

1. Ver "El último día de Salvador Allende". Oscar Soto, Editorial El País Aguilar, pp. 72, 73,74.

2. Revista Análisis del 24 al 30 de diciembre de 1985

3. El sello "Alerce" editó en esa época una cassette con la grabación del golpe.

4. "El accidente Pinochet". Armando Uribe Arce; Miguel Vicuña Navarro. Editorial Sudamericana.

5. "Dictionnaire de Psichiatrie et de Psychopatologie Clinique". References Larousse. Sciences de FHomme. 1993.

6. "El discurso público de Pinochet. Un análisis semiológico". Giselle Munizaga. CESOC, CENECA. Septiembre 1998

7. "L'obligée du monde". Hannah Arendt. Edition Michalon. 1996.

8. "Tortura y Resistencia en Chile". Estudio Médico-político. Katia Resczynski, Paz Rojas, Patricia Barceló. Editorial Emisión, 1991.

9. "El Chile perplejo". Alfredo Jocelyn-Holtz. Editorial Planeta, Noviembre de 1998.

10. Usamos aquí algunos conceptos de la definición de manía utilizados por Ricardo Capponi en su libro "Chile, un duelo pendiente". Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1999.

11. Dictionnaire de Psichiatrie et de psychopatologie clinique" Ob.Cit.

12. GAP: Guardia Personal del Presidente Allende.

13. Testimonio de Julio Soto Céspedes, miembro del GAP y chofer de uno de los autos que llegan a La Moneda junto con el Presidente Allende en la mañana del 11 de septiembre. Junto a siete personas más se ubica en los altos del Ministerio de Obras Públicas, desde donde apoyan en la defensa del Palacio Presidencial (en el Capítulo "Sobrevivientes" nos referimos a este hecho).

14. El capitán José Muñoz fue dado de baja inmediatamente después del golpe. Tuvo que salir exiliado a Alemania. Al regresar a Chile, ha sido uno de los principales defensores de los derechos de los exonerados políticos de las Fuerzas Armadas y Carabineros.

15. El mayor Francisco Concha había sido un oficial de Carabineros leal a Allende. Desde el año 1971, era jefe de la Escolta de Carabineros del Presidente Allende. Al día siguiente del golpe de Estado, fue dado de baja.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 11sep03
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