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03jul10


Como en tiempos de Pablo


En la masacre de Envigado se repitió el modus operandi del cartel de Medellín de hace 20 años. Y se produjo justo cuando el Estado prendía las alarmas sobre el poder de las nuevas bandas criminales. ¿Cómo ocurrió? ¿Qué hay detrás?

Como en la escena de cualquiera de las promocionadas telenovelas sobre capos, los dos sicarios, cada uno armado con dos pistolas, abrieron fuego contra el grupo de personas que salían de la discoteca El Gurú, a tres cuadras del parque de Envigado, en el sur del Valle de Aburrá. Era la 1:50 a.m. del pasado viernes, diez minutos antes del plazo de cierre ordenado por las autoridades para los establecimientos de rumba. Cuando oyó las primeras ráfagas, un hombre que cuida carros en la calle y que estaba esperando la salida de los clientes para hacerse a unas propinas se tiró al suelo y rodó por debajo de una camioneta. Él vio caer los cuerpos como maniquíes. El primero sobre la acera fue el ciudadano norteamericano Jackson Gil, de padres colombianos y radicado en Envigado desde hacía dos meses. Las vainillas de las balas rebotaban contra el pavimento. Parecía que el tiroteo no iba a parar y los cuerpos seguían cayendo. Pero fue cosa de segundos, un minuto apenas.

Con lo que al parecer no contaban los sicarios era que justo atrás de las puertas, también saliendo del establecimiento, venían dos policías, quienes de inmediato abrieron fuego contra ellos, pero nada lograron. La frialdad de los dos asesinos conjuró cualquier intento de reacción de los uniformados, que pronto debieron buscar protección atrás de los muros. Ahora los investigadores intentan establecer si las gafas que dos testigos aseguran haberles visto a los asaltantes tenían un lente especial. Eso explicaría la forma en que disparaban, arriba, abajo, a los lados, indiscriminadamente, con una precisión de tiradores profesionales. Nada se puede descartar.

Entre los más de 50 casquillos que quedaron en la vía, los peritos descubrieron vainillas del tipo 5.7, una poderosa munición del tamaño de una bala de fusil capaz de romper blindajes nivel 3, del que usan los oficiales de alto rango de las Fuerzas Militares. Los capos mexicanos llaman a esa bala la "matapolicías" y es su preferida porque no hay chaleco capaz de detenerla. Contra esa munición y el grado de temeridad de los asesinos, ni siquiera una patrulla, que en efecto apareció en el lugar instantes después, tenía mayor oportunidad. Ambos sicarios, cuya actitud según un investigador podría explicarse por un estado de euforia inducida con droga, abordaron una moto y se marcharon escoltados de cerca por un automóvil con varios hombres en su interior.

En la calle quedaron tendidos 17 cuerpos, cuatro de ellos, de tres hombres y una mujer, sin signos vitales e impactos en cabeza y pecho. Las otras 13 personas fueron subidas a taxis y llevadas a centros médicos. Un par de horas después la cifra de fallecidos ya sumaba ocho y se daba por seguro que podía incrementarse debido a la gravedad de algunos de los heridos, recluidos en cuidados intensivos con pronóstico reservado. ¿De dónde un ataque tan feroz e indiscriminado, capaz de recordarle al país los peores días de la violencia mafiosa desatada por Pablo Escobar a finales de los años 80?

Para las autoridades está claro que el doloroso episodio es un nuevo capítulo, hasta ahora el más sangriento, de la guerra a muerte que desde hace dos años libran alias 'Sebastián' y alias 'Valenciano', que solo el año pasado produjo más de 1.000 muertes en los barrios de Medellín. Ambos capos, dueños cada uno de una poderosa nómina de hombres, automóviles, motos y armas sofisticadas, se disputan el control de la mayor empresa criminal de la ciudad, que incluye casinos, plazas de vicio, vacunas al transporte público y extorsiones a empresas, todo aquello por un monto que asciende, según cálculos de la Fiscalía, a 30.000 millones de pesos mensuales. ¿Lograron los sicarios asesinar a las personas que buscaban? Al parecer no.

Las autoridades supieron que en medio de las balas, nadie sabe cómo, se fugó un hombre. Al parecer se trata de alias 'Juanes', un narcotraficante del municipio de Itagüí, también en el sur del Valle de Aburrá, enlace de la estructura criminal de 'Sebastián'. Los testigos le dijeron a la Policía que ese hombre, que entró al lugar acompañado de varios sujetos y un par de hermosas mujeres, logró eludir la lluvia de balas porque estaba unos pasos retirado del grupo de personas que salían del establecimiento después de una noche de baile y tragos.

Unas horas antes de la masacre en Envigado, la Alcaldía de Medellín había inaugurado el Festival Iberoamericano de la Cultura, un esfuerzo que logró reunir a varios de los cantantes más famosos del continente, entre ellos León Gieco, Jorge Drexler, Silvio Rodríguez y Fito Páez, para que brindaran conciertos gratuitos. Justamente, antes del primer recital el pasado jueves, que se realizó en la avenida San Juan con la presencia de más de 10.000 personas, la Alcaldía organizó un tour por los barrios de Medellín para mostrarles a los artistas invitados el largo camino recorrido en la ciudad gracias a la inversión de millonarios recursos públicos en la construcción de parques, bibliotecas, sistema integrado de transporte, de calles, senderos ecológicos y coliseos al aire libre. Todos coincidieron, como lo han hecho antes actores, escritores, presidentes y hasta los propios reyes de España, que difícilmente otra ciudad latinoamericana se ha propuesto una transformación tan decidida bajo el liderazgo de su Alcaldía. Pero las balas perforan cualquier optimismo.

Preguntados por los hechos, los artistas evitaron hacer cualquier comentario. "Es muy pretencioso suponer que la música cambie algo. Pero sí nos ayuda a entender. Y a no perder la esperanza. En eso debemos persistir", dijo el argentino León Gieco. Para intentar dar con los autores materiales de los homicidios, el gobierno ofreció 200 millones de pesos y recordó que por la cabeza de 'Valenciano', hijo de crianza del temible 'Don Berna', los Estados Unidos pagan 5 millones de dólares, unos 10.000 millones de pesos. Y por 'Sebastián', su enconado rival, el gobierno colombiano está dispuesto a pagar 5.000 millones de pesos. El mismo día de la masacre, las autoridades anunciaron el arribo de 600 nuevos policías a la ciudad para reforzar la seguridad.

Esta masacre se produjo además dos días después de que el presidente Uribe convocó a un consejo de política criminal en el que se prendieron las alarmas sobre el poder que están adquiriendo seis bandas criminales, que si bien no son nuevas, se han convertido en el más grave problema de violencia en el país. Los Rastrojos, Los Paisas, Urabeños, Ejército Revolucionario Popular Antiterrorista Colombiano, Renacer y Los Machos.

Tienen toda la razón para preocuparse. Hace exactamente 20 años, un sábado a las 10:30 de la noche, hombres encapuchados entraron en la taberna Oporto, a unas cuantas calles del lugar de la masacre del pasado viernes, obligaron a los clientes a tenderse en el parqueadero y mataron indiscriminadamente a 26 personas. Esos eran los tiempos del tenebroso Pablo Escobar y del cartel que puso en dificultades al Estado.

Anoche, los negocios de la llamada zona rosa de Envigado permanecían cerrados. Los vecinos seguían lavando los rastros de sangre de la acera, los muros, los postes de la luz...

[Fuente: Revista Semana, Bogotá, 03jul10]

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