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01ago10


Aserrín aserrán


Llegó a tener cinco empleados. El trabajo aumentaba y la calidad de sus muebles crecía al tiempo con la clientela. No daba abasto con los pedidos, molía de sol a sol para tratar de cumplir las entregas. Treinta años de sudor y aserrín empezaban a dar fruto, y soñaba que esa Navidad sería la del despegue definitivo.

Faltaba menos de una semana para la Nochebuena de 2003, cuando su vida cambió para siempre.

La mañana de ese 18 de diciembre llegó al taller un cliente importante. Nada menos que un magistrado. El hijo de otro hombre grande, un ministro de Justicia, para quien también había trabajado. El carpintero tenía gratos recuerdos del viejo, porque el 'doctor Hugo' no solo le había pagado lo pactado, sino que varias veces tuvo la gentileza de ponderarle los acabados de su biblioteca.

Su hijo resultó menos dado a las amabilidades. Por eso se asustó cuando lo vio entrar con cara de 'pocos amigos' acompañado de su chofer, los guardaespaldas y otro doctor.

Pero además, el señor magistrado José Alfredo Escobar Araújo, miembro del Consejo Superior de la Judicatura, tenía motivos para estar disgustado y razón en su reclamo. El carpintero José de Jesús Uribe no había cumplido con las fechas de entrega de unas obras en el lujoso apartamento del doctor.

José de Jesús imploró unos días más de plazo. Jamás esperó que ese incumplimiento fuera el comienzo de su ruina. El señor magistrado, tristemente célebre por recibir regalos de Giorgio Sale y miembro del alto tribunal que dirige la administración de la rama judicial, le notificó que se llevaría su maquinaria por el incumplimiento del contrato.

Cuando el ebanista preguntó por la orden judicial de allanamiento o de decomiso, el doctor Escobar Araújo respondió que como magistrado daba la orden de manera verbal. Minutos después, uno de los escoltas volvió con un camión en el que se llevaron la máquina planeadora, una herramienta esencial para la minúscula empresa.

La Navidad fue triste para el carpintero y sus empleados. Sin la planeadora, el taller no pudo seguir funcionando. Como José de Jesús no sabe de leyes, fue a la Fiscalía a denunciar al magistrado. Su queja fue remitida por competencia a la Comisión de Acusaciones de la Cámara, conocida por sus absoluciones.

La ira del magistrado se desató contra el carpintero y lo denunció por estafa, extorsión, falsa denuncia y constreñimiento ilegal.

La justicia, generalmente lenta, marchó a toda velocidad contra José de Jesús. El magistrado Escobar Araújo lo denunció el 17 de febrero; el 15 de marzo un fiscal profirió apertura de instrucción contra el carpintero, y el primero de abril lo vincularon mediante indagatoria.

En el ágil proceso, la justicia descalificó el testimonio de los empleados del carpintero porque dependían de él, y del chofer del magistrado porque podía albergar rencor contra su jefe. En cambio, avaló por completo los testigos favorables al magistrado.

José de Jesús terminó condenado a cuatro años de prisión. Cuando apeló la sentencia, el caso fue remitido 'por descongestión' al Tribunal de Pasto, a 800 kilómetros del lugar de los hechos, tribunal que confirmó la condena acogiendo la versión del magistrado.

Hace dos semanas, la Corte Suprema de Justicia le dio la razón al carpintero. La decisión reprocha la falta de rigor jurídico de las sentencias anteriores y le dice al magistrado que lo correcto habría sido emprender un proceso judicial para reclamar el cumplimiento de los trabajos y no apropiarse de la maquinaria.

La justicia llegó, aunque tarde. José de Jesús ya no es carpintero, está al borde de la indigencia, su taller ya no existe y sobrevive vendiendo las gallinas que cría en un pedazo arrendado de tierra.

Casi siete años después, Escobar Araújo no ha devuelto la planeadora. Nada le pasó por llevársela, como nada le ha sucedido por el caso Sale. Su fortuna crece sin problemas, ni explicaciones. Ocho predios están a su nombre y la empresa Global Strategic Investments ha manejado desde Miami un portafolio con sus considerables inversiones.

[Fuente: Por Daniel Coronell, Revista Semana, Bogotá, 01ago10]

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