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24jun12


Nos creyeron pendejos


Como muchos colombianos, el jueves, bien entrada la noche, me senté a escuchar atentamente la alocución del presidente Santos. Traté de imaginarme cómo era que nos iba a explicar a los colombianos la forma en que su gobierno había decidido descuartizar la Constitución del 91 bajo el ropaje de una mendaz reforma a la Justicia, pero no pude concretar ningún escenario posible. Y la verdad, todas sus explicaciones no fueron contundentes, ni claras, ni mucho menos concisas. Por el contrario, sus palabras no pudieron ser más confusas, erráticas y mentirosas.

Lo que más me sorprendió, debo decirlo, fue la decisión con que salió a defender una reforma a la Justicia que no tiene ni un artículo bueno. No solo la presentó como la gran panacea para descongestionar la Justicia, cuando en realidad ese aspecto es irrelevante en la reforma, sino que la calificó como un acierto de su gobierno porque iba a modernizar la Justicia. Por momentos pensé que el presidente estaba hablando de otra reforma y que la que yo había seguido a lo largo de estos dos años de ardua discusión en el Congreso era otra muy distinta. La que yo seguí no nos lleva a la modernización, sino que nos devuelve a la impunidad. Y sorprende que solo hasta ahora el presidente Santos se haya dado cuenta de eso.

Tampoco es cierto, como afirma el presidente Santos, que esta reforma terminó seriamente alterada por cuenta de los 'micos' que le metieron en la conciliación. Eso no es cierto. La reforma, desde su inicio, tuvo un espíritu revanchista y fue diseñada con la idea de blindar a los congresistas para que pudieran seguir haciendo de las suyas sin que tuvieran ningún régimen de inhabilidades, ni de incompatibilidades, ni de conflictos de intereses. Y ese espíritu se mantuvo en la conciliación. Probablemente lo acentuaron con otras gabelas, pero el germen ya estaba plantado.

Lo mismo se puede decir del 'mico' que le pareció al presidente inaceptable: el artículo que fusionó unas nuevas salas que se crean con la facultad de investigar y juzgar a ministros, gobernadores, embajadores y generales. Eso lo que produjo fue la posibilidad de que todos esos procesos se anulen en beneficio de los actuales procesados e, incluso, de condenados. Lo que no dice el presidente es que ese espíritu venía desde el principio de la reforma porque ya se había aceptado el traslado de esos casos a esas nuevas salas donde, a falta de dos instancias, los aforados tienen cuatro. A pesar de que solo se podían trasladar los procesos a partir de la vigencia de la reforma, varios columnistas dijimos que eso abría la ventana para que por allí se pudiera meter a todos los procesados en la misma colcha por cuenta del principio de favorabilidad. Nadie nos hizo caso.

Lo que hizo la conciliación, que tanto le molestó a Santos, fue darle un ropaje de legalidad a la ventana de impunidad que ya se había abierto desde el inicio de la reforma. No es cierto que la reforma se haya transformado en un monstruo en la conciliación porque nació como un adefesio.

Hace 22 años, una gran cantidad de jóvenes hastiados por la violencia del narcotráfico, del asesinato de tres candidatos presidenciales y de la masacre de la UP iniciamos una cruzada para cambiar las costumbres políticas. Sin que nos lo hubiéramos propuesto, todos sabíamos que nuestros problemas no se solucionaban acabando con Pablo Escobar ni con los carteles. En medio de la desesperanza, de bombas que explotaban, de ciudades militarizadas, de medios convertidos en búnkers, de ejércitos ilegales que se creaban en la profundidad del Magdalena Medio, esta propuesta se fue abriendo paso y en las elecciones de mayo de 1990, mas de 2 millones de colombianos votamos por una Asamblea Constituyente que debía encargarse de redactar una nueva Constitución. De ese momento de la historia colombiana surgió la Carta del 91 y hoy la clase política, a la que nunca le gustó esa reforma, la quiere tumbar por la vía de esta reforma a la Justicia.

La peor equivocación de Santos y de su Unidad Nacional es que menospreciaron a la sociedad colombiana. Creyeron que podían acabar la Constitución sin que nos diéramos cuenta. Nos creyeron pendejos. Y por no haber atendido las voces de alarma, que ellos desoyeron, han creado un movimiento ciudadano que busca, a través de un referendo, revocar este esperpento. Ya tienen mi firma. Y desde ya propongo que ese referendo pida la revocatoria de los congresistas que fueron autores de semejante criatura.

[Fuente: Revista Semana, Bogotá, 24jun12]

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