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07feb10


El regreso de la mano negra


Hace poco se le hizo un homenaje al Tigre Colombiano, un luchador que se enfrentaba en las arenas de la Santamaría con el Médico Asesino por allá a fines de los cincuenta.

El Tigre era el ídolo de muchos de los muchachos que comenzábamos a fumar Pielroja, a capar colegio en el Teatro Diana y a leer La Calle, periódico dirigido por López Michelsen, que disparaba columnas contra el Frente Nacional. Irrespetuosos más que insurgentes, nos daba vueltas aquello de "pasajeros de la revolución, pasar a bordo". Ahí leímos afiebrados las aventuras del teniente Cendales o las de los hermanos Barragán. Pero La Calle se fue agotando como un palúdico. Cada día la propaganda --llamada ahora pauta-- era más escasa.

A López, que conocía su clase, no le fue difícil entender la maniobra y señalar a sus autores, que metió en un solo costal y llamó la Mano Negra. La Calle fue acallada así, asfixiándola. Veintitantos años después, cuando Betancur empujaba un convenio con las guerrillas, aparecieron las Fuerzas Oscuras para sabotear cada pasito que el Gobierno daba hacia un acuerdo digno y de fondo con los rebeldes. Hasta que coronaron, y en esa frustración nació la locura del Palacio de Justicia. Negra la mano, oscuras las fuerzas, todo hecho por debajo, guardando la forma, la norma, la compostura. Todo como cuando un malandro le dice a otro: "Perdón papito, tenga pa que lleve". Y el otro cae desangrado.

Hoy a esas fuerzas negras se les llama eminencias grises y andan tirando línea en cocteles, en oficinas de redacción, en clubes y en toda reunión donde se topan los poderosos. Escriben editoriales, soplan columnas, titulan primeras páginas, andan de corrillo en corrillo cuidando la doctrina oficial. Son una especie de cancerberos editoriales y con eso se llenan los bolsillos. No son eminencias, pero son hábiles, astutos, carecen de principios y van al grano: hay que moverle el banco a Claudia López del periódico, y zuás, la sacan. "La muchacha se estaba poniendo intensa con tanta criticadera", se justifican entre whisky y whisky. Y saben que la cosa no pasa de un par de quejas. Como pasará con el cambio de Cambio y la feroz expulsión de Rodrigo Pardo y María Elvira Samper de su dirección para crear una revista de moda que reemplazará al semanario que denunció los llamados falsos positivos, las chuzadas del DAS y la corruptela del Agro Ingreso Seguro. Porque los tiros que desde Cambio le hicieron al Uribato no eran jugando, develaban la verdadera esencia del régimen: la defensa a ultranza del billete.

Muchos encontrábamos, digamos, incoherente que Cambio perteneciera a la Casa Editorial El Tiempo (CEET), cuyo accionista mayoritario es Planeta, empresa que a su vez maneja El Mundo, un periódico del Partido Popular español, de lo más reaccionario y camandulero. Luis Fernando Santos, gerente de la CEET, confesó sin asomo de vergüenza que ellos no tienen corazón sino bolsillo. Y como Cambio no daba lo que estaban acostumbrados a ganar, la cerraron. Argumento falaz, puesto que la revista Don Juan, otro producto del mismo conglomerado, dejó el año pasado mil millones de pesos en pérdidas. La cosa no es por ahí, como dijera el Compañero Jefe, que sabía de movidas editoriales y que cuando fue Presidente no se aguantó a Lucas Caballero, Klim, lanzándole pedradas desde El Tiempo.

El Tiempo es un diario gobiernista, cualquiera que sea el gobierno de turno. Ahora, sobre la plataforma multimillonaria de Planeta, detrás del tercer canal de televisión, con la práctica inquisitorial que lo ha caracterizado, con vicepresidente y candidato a la Presidencia en el curubito, y con la crema y nata de derecha redactando en sus columnas de opinión, nada de lo que haga y seguirá haciendo el Grupo nos puede extrañar. A lo que vinimos, vamos, diría el procónsul, señor Lara.

[Fuente: Por Alfredo Molano Bravo, El Espectador, Bogotá, 07feb10]

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