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30ago12


Yo sí la quiero


El martes por la mañana, mientras escuchaba en la radio la cháchara de un político de la derecha parlamentaria sobre la posibilidad de futuras conversaciones entre Gobierno y guerrilla, entendí otra vez que la mejor manera de repetir el círculo vicioso de la guerra es creando un clima de miedo y mentiras alrededor de la paz.

Antes de que se filtrara el rumor de contactos entre Gobierno y guerrilla, ya se habían escuchado cañonazos en esa dirección. A la paz le temen los beneficiados por la guerra. Los primeros disparos se hicieron contra la aceptación de un conflicto. Los segundos, tratando de impedir la aprobación en el Congreso de un marco legal para la paz. Los últimos y más constantes: satanizando y criminalizando a quienes desde el periodismo, la política o la academia reclamamos el derecho a exigirle al Gobierno fórmulas de paz.

Tres generaciones de colombianos hemos vivido durante medio siglo en un país en guerra. Sabemos que no será fácil encontrar los términos para una apertura de diálogos ni gestos para un clima de confianza mutua, pero si se consigue hablar en medio del conflicto y sin que el Estado renuncie a su obligación de combatir a las organizaciones armadas ilegales, empezaremos a recuperar la confianza en una solución que se ha pretendido desacreditar por imposible.

Yo ya no me como el cuento del "comienzo del final de la guerra" tantas veces cantado. No sé cuántas veces lo escuchamos entre el 2002 y el 2010. Mientras se envilecía aún más la guerrilla, extorsionando y secuestrando, asesinando población civil y reclutando menores, se envilecían numerosos miembros de instituciones llamadas a crear confianza y respeto entre los ciudadanos: 'falsos positivos', seguimiento ilegal a opositores, alianzas entre fuerzas del Estado y paramilitares.

A mí no me asusta la posibilidad de que Gobierno y guerrilla se sienten a la mesa y pacten principios de acuerdo para darle salida política al conflicto. Me asusta un nuevo y mayor envilecimiento de las instituciones del Estado aceptado como mal menor de la guerra. No me asusta que Chávez o Castro sean mediadores en estas conversaciones mientras el Gobierno sepa distinguir entre las causas históricas del conflicto y las razones oscuras de la guerra.

Durante muchos años de propaganda se habló del fracaso del modelo Caguán. Y se impuso un argumento determinista y vil: todo lo que sea diálogo está condenado a fracasar. Pero mientras la propaganda oficial ridiculizaba al expresidente Pastrana y le faltaba al respeto a quienes le habían precedido en la búsqueda de diálogos, "la guerra contra el terrorismo" que conseguía triunfos sobre las guerrillas le imponía derrotas lamentables a la democracia.

Quien haga la simulación del escenario tan querido por los guerreristas verá a un país en pie de guerra, corrompiendo desde el Gobierno sus instituciones, envileciendo la moral pública, engañando a sus ciudadanos, justificando el crimen como mal menor, aliándose con bandidos para obtener el fin irrisoriamente mayor de una derrota del terrorismo, confundiendo la matonería con la virilidad.

Esto no es lo que quisiéramos volver a vivir. No le estamos exigiendo al Gobierno la entrega de la legitimidad a manos de los alzados en armas. Por el contrario, que la haga valer con la Constitución y el respeto por los derechos humanos. Una buena parte del país estará con ese gobierno, si en verdad la representa. Pero esta parte del país debe descartar lo que no se ha podido conseguir: la paz por medio de las armas.

[Fuente: Por Óscar Collazos, El Tiempo, Bogotá, 30ago12]

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