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06sep09


La compra del golpe de estado


Hace ya más de ochenta años escribió Curzio Malaparte un librito muy leído entonces, titulado La técnica del golpe de Estado. Consideraba en él varios ejemplos, desde el 18 Brumario de Bonaparte hasta el incendio del Reichstag por Hitler, pasando por el Octubre Rojo de Lenin y Trotsky y por la Marcha sobre Roma de Mussolini. No registró otro método, que es el que estamos viendo ahora en Colombia practicado por Álvaro Uribe en su empeño de tercera elección presidencial consecutiva: la compra por cuotas.

Primero se compraron las firmas que piden el referendo reeleccionista, volándose los topes establecidos por la ley y con el añadido pintoresco de confiar el transporte de las valiosas papeletas al cuidado de la 'pirámide' ilegal de David Murcia. A continuación, y para que aceptaran la 'conciliación' sobre la alteración ilegítima de la pregunta, hubo que comprar también los votos de los parlamentarios. Así se hizo con notarías, con contratos, con consulados y embajadas, hasta con plata en rama. Falta la venia de la Corte Constitucional.

Hace cuatro años aceptó la dudosa legalidad de la reforma constitucional que permitió la primera reelección de Uribe, también comprada por cohecho; los magistrados tuvieron miedo de torear la culebra del uribismo armado, y se inclinaron. Y esta Corte de ahora está más amansada que la de entonces, de modo que, tras una ficción de forcejeo para la galería, declarará exequible constitucionalmente el engendro referendario.

Sólo faltan los votos.

Se parte, desde luego, de un núcleo de uribismo de convicción, ciego a la realidad. Unos cuantos millones de personas que se empeñan en creer que los gobiernos de Uribe han traído o al menos están trayendo la paz a Colombia, negándose a ver que, por el contrario, han agravado la guerra y sus secuelas de desplazamiento forzoso y consiguiente inseguridad en las ciudades en donde se refugian los que huyen de la violencia del campo. Unos cuantos millones de personas que no quieren ver el fracaso general de todas las políticas emprendidas en estos últimos siete años: el crecimiento de la violencia y de la inseguridad, de la pobreza y de la indigencia absoluta, del desempleo, del despilfarro, de la corrupción. Cuando por fin despierten del misterioso trance hipnótico en que están sumidos, de esa morbosa fascinación por el abismo en el que están hundiéndose, van a ser muchos los que sientan vergüenza retrospectiva de haber sido uribistas. Hablo de la gente común. Que los políticos comprados o los empresarios premiados con gabelas tributarias sean uribistas, se entiende: su interés está ahí. Pero no que lo sea la gente común, digo, que no le debe nada a Uribe, sino la agravación de todos sus problemas.

Pero el caso es que siguen faltando votos.

Ya se han comprado muchos, claro. Esos voticos ya amarrados de los millones de empleados públicos que creen que Uribe va a seguir por lo menos cuatro años más, y así ayudan a que siga. Los de las dos millones setecientas mil 'familias en acción' que reciben mensualmente su ayuda pecuniaria. Los de los favorecidos por los cheques y los créditos que Uribe reparte personalmente a puñados en sus consejos comunitarios retransmitidos por la televisión, como un Niño Dios que trae regalos. Y cuenta la prensa, enternecida (o tal vez comprada también ella por el espejismo prometido de un Tercer Canal), que Uribe, pese a estar recluido en su cuarto de enfermo, presidió 'virtualmente', por teleconferencia, la piñata de cuatro mil millones de pesos en créditos del Fondo Nacional de Ahorro feriados el jueves por la noche en el Palacio de los Deportes.

Y sin embargo los estrategas de la reelección uribista no las tienen todas consigo. Recoger siete millones trescientos mil votos no es tarea fácil, y menos aún cuando existe la previa convicción entre los electores de que Uribe ya ganó. Por eso se les ocurren nuevas estratagemas: hacer votar el mismo día el referendo contra los violadores (para que la gente, confundida, vote de paso por el violador de la Constitución). Sumar además las elecciones parlamentarias, para movilizar también los clientelismos regionales y locales. Y, finalmente, reformar el censo electoral, para reducir la masa de votos necesarios para que sea aprobado el referendo.

Y si pese a todo la cosa no funciona, en el librito de Malaparte hay más recetas.

[Fuente: Por Antonio Caballero, El Espectador, Bogotá, 06sep09]

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