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11sep09


Entre yo y el pueblo, nadie


Esa es la frase que Él no se atreve a decir. Tampoco la rubricarán sus acólitos. Al menos por ahora. Entre yo y el pueblo, nadie. Nadie ni nada: ni personas ni instituciones. Si se dibujara infantilmente la propuesta que se ha dado en llamar Estado de Opinión, se trazaría una línea recta entre el Presidente y "el pueblo". Pero como "el pueblo" es un genérico amorfo, lo único concreto es "el Presidente". El pueblo será lo que el Presidente quiere que sea el pueblo.

La línea que dibuja el nuevo invento autoritario salta encima de instituciones y poderes, brinca sobre partidos políticos, no se detiene en medios de comunicación ni en nada de lo que se interponga entre el Presidente y el pueblo. Lo que media es un estorbo.

Brincárselo o comprarlo, ese es el método. Para el Congreso, puestos; para los partidos, sobornos; para los medios, hostilidad o privilegios; para la oposición, espionaje y estigmatización. Para hacer posible el entendimiento directo entre Presidente y pueblo hay que prescindir de instituciones enojosas.

La democracia liberal y representativa concibió capas intermedias entre la cúspide del poder presidencial y la base donde se manifiesta la voluntad popular. Ha gastado años y sacrificios para conseguirlo en la letra y tendría que gastar otro tanto para perfeccionarlo en la práctica. Se supone que ese sería el deber de un gobernante: madurar y no envilecer a su pueblo.

Ahora el gobernante, ebrio de poder y engreimiento, pretende borrar las capas mediadoras de la institucionalidad, borrarlas o ponerlas a su servicio. El Estado de Opinión es la "doctrina" que le servirá en su empeño, pues quiere que las funciones de las instituciones mediadoras estén subordinadas a la relación que el Presidente establece con "su" pueblo.

¿Por qué pongo entre comillas "su pueblo"? Porque es el suyo, el que el Presidente y sus marrulleros jefes de propaganda y asesores externos y sus ministros casi vitalicios modelan desde el gobierno, desde los presupuestos del Estado, desde el asistencialismo despilfarrador, desde las falacias estadísticas, desde el patriotismo mentiroso, desde el miedo a un enemigo que sólo él y nadie más que él podrá vencer. Sin miedo colectivo no habrá reelección individual.

El Estado de Opinión es un estado de paranoia permanente que los aparatos de propaganda del gobierno acomodan a cada nueva circunstancia. Esta concepción antidemocrática de la democracia hace carrera en el discurso presidencial.

Los cuatro millones de firmas conseguidas por medios fraudulentos no tienen origen distinto a los 86 votos conseguidos en la Cámara para abrirle paso a la reelección del Presidente. En el fondo, la misma cosa: un gradual envilecimiento de la democracia y sus instituciones. Cuando el bandidaje hace carrera en el Legislativo, desde el Ejecutivo llaman a votar la reelección.

[Fuente: Por Óscar Collazos, El Tiempo, Bogotá, 11sep09]

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