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01ago10


Qué manera de querer (se)


Qué paradoja. El Presidente que se ufana de haber recobrado la paz, al término de su accidentado gobierno vivirá en una guarnición de la Policía, curiosamente en el mismo lugar donde funciona el servicio de inteligencia.

Algo similar hizo Fujimori, pues seis meses antes de abandonar el cargo, se trasladó a vivir con su madre e hijas al edificio del temido Servicio Nacional de Inteligencia, que en su gobierno se hizo tristemente célebre, como el DAS de Uribe.

Ahora sí se entiende ese extraño decreto expedido hace algunos días por el propio Uribe, en virtud del cual se autorizó a los ex presidentes a usar las instalaciones de la Fuerza Pública, inclusive para habitarlas, por razones de seguridad. Claro que el futuro ex mandatario y los suyos tienen derecho a vivir en paz y seguros --el mismo que nos conculcaron a muchos durante estos años--, pero la gente del común también se pregunta cuál es la razón para que hoy los ex presidentes tengan que vivir gratis en instalaciones militares, si antes, en pleno apogeo de la subversión, a su retiro todos se iban para su casita.

Superadas esas contradicciones inevitables, lo cierto es que todo indica que Uribe se retirará a los cuarteles de la Policía y no precisamente a los de invierno. Los mandados de la última semana ejecutados por Francisco Santos --el caricaturesco y otrora marihuanero Vicepresidente que terminó convertido en la Sarah Palin del régimen-- fustigando con calumnias a Vargas Lleras, a la Corte Suprema y a este columnista, permiten avizorar que a partir del 8 de agosto, Uribe tendrá como oficio incendiar, incendiar e incendiar. Ya veremos hasta dónde aguanta el nuevo gobierno esas manifestaciones hostiles y provocadoras.

Pero en medio de la violencia mediática desatada a una semana de dejar el poder, Uribe también ha tenido tiempo para las zalamerías, o, para utilizar su siempre belicoso lenguaje, hasta para las hipocresías. Pidió perdón a su manera, por sus "equivocaciones" como él benévolamente denomina sus faltas imborrables e indelicadezas, las cuales ahora atribuye y justifica en su inmenso amor por Colombia, y, entonces, pregunto:

  • ¿Por amor a la patria, era legítimo ordenar seguimientos "públicos" e interceptaciones a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, sin orden judicial?

  • ¿Por amor a la patria, era necesario que agentes oficiales persiguieran e intimidaran en una carretera al magistrado de la Sala Penal de la Corte, Sigifredo Espinosa?

  • ¿Por amor a la patria, era lícito averiguar la vida y milagros de los senadores Piedad Córdoba y Gustavo Petro, declarados opositores del régimen?

  • ¿Por amor a la patria, era permitido que el DAS suministrara información tergiversada de una congresista opositora, para que la Presidenta del Senado, consentida de la "Casa de Nari", sustentara un debate en su contra en el Congreso?

  • ¿Por ese mismo amor a la patria, resultaba legítimo impartir instrucciones a agentes del DAS para que, también sin orden judicial, averiguaran los bienes del integérrimo magistrado César Julio Valencia Copete o las notarías donde tuviera registrada su firma?

  • ¿Por amor a esa patria adolorida, era razonable espiar a Daniel Coronell, también sin orden judicial, precisamente el periodista que destapó, entre otros escándalos los de la yidispolítica y las Zonas Francas?

  • ¿Por amor a esa patria, era permitido que el Secretario General de la Presidencia, por órdenes de su jefe inmediato, sustituyera a los jueces?

  • ¿Por amor a la patria, el presidente podía insultar al magistrado Yesid Ramírez, porque compulsó copias para que investiguen a uno de los hijos del Ejecutivo?

    A una semana de que termine esta pesadilla, no habrá respuestas. Esperemos que la historia permita conocerlas. Por lo pronto, que les vaya bien, con tal de que se larguen.

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    Adenda. Con Germán Vargas Lleras en el Ministerio del Interior se reabrirán las puertas del entendimiento con la justicia, que cerraron los capataces de la seguridad democrática, por cuenta de sus pleitos personales, políticos y familiares.

    [Fuente: Por Ramiro Bejarano Guzmán, El Espectador, Bogotá, 01ago10]

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