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05may08


El ladrillo se retrata con el nombramiento de Taguas


La elección de David Taguas como nuevo presidente del lobby de la construcción tiene una primera lectura. La más obvia está relacionada con la existencia de un supuesto aprovechamiento del cargo por parte de un alto funcionario, que, valiéndose de su proximidad con el poder -en este caso el presidente del Gobierno-, teje una red de contactos que le permiten saltar a la esfera privada en un santiamén (apenas un par de semanas después de salir de la Moncloa) y, además, en un puesto bien remunerado. Desde luego, una remuneración más elevada que la que disfrutaba como secretario de Estado.

Estaríamos, por lo tanto, ante un caso aislado protagonizado simplemente por alguien que ha estado listo y le ha sacado partido a su tiempo. No en vano, ni siquiera ha guardado los dos años preceptivos que deben esperar los altos cargos para saltar a la empresa privada siempre que su nueva actividad esté relacionada con el desempeño de su anterior función. Y parece obvio que alguien que ha dedicado buena parte de su tiempo a sacar las castañas del fuego a la industria del ladrillo está algo más que contaminado para presidir el lobby de la construcción. Ahí está su implicación en el asunto Sacyr-Effige, su participación en la exclusión de Panamá como un paraíso fiscal para que las constructoras españolas pudieran sacar tajada de la ampliación del canal o su más que evidente presencia en el culebrón Endesa hasta hacer posible la entrada de Acciona.

Esta lectura, con ser correcta, no deja de ser superficial, toda vez que no pone el acento en un hecho mucho más grave que la trapacería del señor Taguas (como se sabe, un socialista de toda la vida). Me refiero al hecho de que Seopan contrata al antiguo lugarteniente de Miguel Sebastián no por sus méritos profesionales, que sin duda los tiene para otros menesteres, sino por su capacidad de influencia sobre el poder. Y, por supuesto, por sus contactos. Es decir, que la patronal de la construcción lo que contrata es, en realidad, una agenda. Sabe que poniendo en nómina a alguien con hilo directo con Moncloa y algunos ministerios clave para su departamento, su trabajo será más fácil. ¿Qué quiere decir esto? Pues ni más ni menos que en 2008, tres décadas después de la recuperación sistema democrático, todavía hay en España quien está convencido de que para tratar con la administración lo más eficaz no es poner al frente de la organización al profesional mejor preparado, sino a quien está mejor relacionado.

Aquí la está la perversión del nombramiento de Taguas, la constatación palmaria de que hay atajos para llegar al poder. El fichaje del antiguo economista del BBVA es, por lo tanto, coherente con la pobre imagen que ofrece España para las organizaciones no gubernamentales, que año tras año denuncian la connivencia de la clase política con las élites económicas locales. Transparencia Internacional, por ejemplo, sitúa a España en el puesto número 23 del ranking mundial de corrupción política. Desde luego, una mala clasificación si se tiene en cuenta que está claramente por detrás de las grandes naciones europeas. De los 15 países de la antigua UE, nada menos que 13 están mejor colocados que España, lo que da idea de hasta qué punto la corrupción política está instalada en este país.

Una corrupción vinculada, fundamentalmente, al negocio del ladrillo, lo que explica negro sobre blanco la lamentable imagen que suele tener el mundo de la construcción para muchos ciudadanos, incluyendo al negocio inmobiliario. La financiación ilegal a los partidos políticos o los casos de soborno a concejales y alcaldes no son más que la máxima expresión de esta detestable impresión que tienen muchos españoles sobre un sector tan relevante desde el punto de vista de la economía nacional. Esa imagen tan negativa es, precisamente, la que ahora se expande como la lava tras el nombramiento de Taguas como presidente de Seopan. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que, si el lobby de la construcción contrata a alguien tan cercano al poder como es Taguas, es que sabe que lo necesita para ampliar su cartera de pedidos.

El ladrillo, por lo tanto, ya no tiene ninguna razón de peso cuando se queja amargamente de la mala imagen que tiene ante la opinión pública. Se lo ha ganado a pulso. Sin ayuda de nadie. Es verdaderamente una pena, toda vez que las constructoras españolas han dado en estos últimos años un formidable avance hacia la modernidad, internacionalizándose y acaparando, gracias a su buen hacer, los principales concursos del mundo. En esta ocasión, sin embargo, han dado un gigantesco paso atrás que les devuelve a mediados de los años 50, cuando nació Seopan como un lobby para defender los intereses de las constructoras españolas en unos momentos en los que se empezaban a levantar las bases militares estadounidenses. Por lo visto, volvemos -ahora de la manera más descarada- a aquellos tiempos en que ladrillo y poder eran una misma cosa.

[Fuente: Por Carlos Sánchez, El Confidencial, Madrid, Esp, 05may08]

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