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21Feb09


Stanford: el defraudador que desfilaba por Forbes


Mientras el mundo entero seguía absorbiendo los nuevos datos que se filtraban sobre la mayor estafa de Wall Street -el caso Madoff-, Robert Allen Stanford trataba de tranquilizar a sus inversores asegurando que su banco (el Stanford International Bank, SIB) no tenía exposición “directa ni indirecta” al fraude de 50.000 millones de dólares. Entre tanto, aprovechó el desconcierto para retirar cerca de 200 millones de dólares de sus cuentas correspondientes al dinero de sus clientes. Cuando éstos intentaron acceder a su dinero, el inversor alegó que “la Comisión de Valores de Estados Unidos (SEC) ha congelado la cuenta”. Mentira.

La única verdad del nuevo fraude es que se llevó por delante 6.370 millones de euros y que Stanford, como Madoff, presumía de ser un empresario de renombre. Para ser exactos, los 2.000 millones de dólares que posee lo situaban en el 605 hombre más rico del mundo, según la revista Forbes. Tiene, además, la ciudadanía de Antigua y Barbuda, donde fue ordenado caballero y le permitieron usar el título de Sir. A partir de esta semana, le guste o no, ostenta el dudoso honor de ser otro símbolo más de la avaricia que rompió el saco y que ha provocado la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión.

Stanford se creía listo. Consiguió captar más de mil millones de dólares para un fondo de inversión tras inventar un pormenorizado historial de rentabilidades. Su poder de oratoria era tan convincente, que consiguió que sus intermediarios traspasaran al fondo el dinero de sus clientes por 1.200 millones de dólares. Pero finalmente quedó atrapado en su propio cepo al precipitarse la intervención del regulador bursátil. La retirada de cantidades tan abultadas en tan poco tiempo encendió todas las alarmas.

La SEC no se fiaba de Stanford desde hacía algún tiempo, pero lo vigilaba en la sombra, porque había una investigación en curso para tratar de relacionar al magnate con el narcotráfico mexicano. El martes fue el día que saltó la liebre. La policía federal se vio obligada a entrar en las oficinas de las empresas del inversor en Houston (Texas) ante el peligro de una posible huída. Al mismo tiempo, la SEC presentaba cargos ante el juez Reed O´Connor. En ese momento, Stanford escapó e intentó despistar al FBI haciendo creer que se encontraba en Antigua. Finalmente, el jueves fue cazado en Virginia.

Lanzaba billetes por el aire

Stanford es el presidente del grupo de empresas Stanford Financial Group. Estudió finanzas en la Universidad de Houston, donde consiguió su primera fortuna inmobiliaria a principios de los ochenta gracias a la expansión de la empresa de seguros y de la inmobiliaria que su abuelo fundó en 1932. No obstante, su gran debilidad ha sido siempre invertir en economías en vías de desarrollo.

Profesionalmente, se le recuerda más como el inversor que esponsorizaba eventos divertidos, ya fuera golf, tenis o vela. Públicamente conocido es su afán de 'mecenas' de deportistas homosexuales. Entre sus hazañas deportivas más estrambóticas destaca su apuesta por el críquet, a través de una inversión que ha quedado en los libros del deporte como Twenty20. Stanford se creía tan divertido, que en junio aterrizó en el Lord´s Cricket Ground de Londres lanzando billetes al aire para anunciar un desafío entre la selección inglesa y un equipo de jugadores de las colonias británicas del Caribe. El premio ascendía a 20 millones de dólares. Un juego demasiado gracioso cuando lo que estás regalando es el dinero de tus clientes.

El principio del fin

El fraude presentado por la SEC empezó salir a la luz cuando Stanford vendió certificados de depósito a través del SIB a unos 50.000 clientes. Las autoridades bursátiles pidieron cuentas sobre el paradero de ese dinero, pero los responsables de Stanford se vieron no supieron responder. Según revela la demanda, los clientes pensaban que su dinero estaba invertido en activos líquidos, que la gestión la llevaban más de veinte analistas y que las inversiones las supervisaban las autoridades de Antigua. Todo resultó ser una trama bien trazada, según la demanda de la SEC.

El dinero, en realidad, estaba invertido en activos ilíquidos y el 90% de la cartera escapaba de cualquier supervisión. Tampoco se percataron los clientes de que, en lugar de los veinte gestores, sólo Allen Stanford y su director financiero, James Davis, manejaban su dinero. Ninguna autoridad de la Antigua supervisó nunca inversión alguna. Una vez abierta la caja de Pandora, también se supo que Stanford mentía cuando afirmaba que no le había afectado el fraude de Madoff. Simplemente fue una excusa para no reembolsar el dinero a los clientes que simplemente reclamaban lo que era suyo.

Un hombre exótico

Se sabe que vive en Santa Cruz, en las Islas Vírgenes estadounidenses. Es uno de los hombres de negocio más prominentes del Caribe y su cartera de clientes ha sido de lo más variopinta. Convenció por igual a inversionistas, instituciones que a empresas de crecimiento emergentes de 136 países distintos. Todos sucumbieron a la misma promesa que hacía Madoff: les ofrecía jugosos intereses que se pagan con el ingreso de nuevos inversores y no con ganancias reales. También les vendía retornos constantes por encima del 10%, incluso cuando el mercado se caía. Unos resultados que no se sabía o no se quería saber que es imposible de cosechar. Stanford, al igual que Madoff, quedará para los libros de Historia como uno de los mayores estafadores que no supo o no pudo zafarse de las redes de la SEC.

[Fuente: Cotizalia, Madrid, 21feb09]

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