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14ago12


Tres casos que resumen la crueldad carcelaria


Cuando han pasado diez meses desde el fin de la lucha armada de ETA y la distensión política y social es patente, las cárceles siguen siendo islotes de violencia, con el añadido de una crueldad a todas luces innecesaria. La semana pasada ha deparado tres casos diferentes que se sitúan entre los más graves de los últimos años. El triángulo resume todas las potencialidades criminales de esa política penitenciaria: jugar con la salud, la distancia, las comunicaciones... Y refleja que nadie del entorno de los presos políticos vascos está a salvo: 67 años separaban a la hija menor de Mikel Egibar y a Pilar Zazu, la madre de Iñaki Erro.

Históricamente, los colectivos de solidaridad con los presos y presas políticos vascos han sido reacios a contar sus historias en primera persona, precisamente porque consideran que la política penitenciaria no hace distinciones y que son todos los afectados. Pero estos tres casos recientes resultan imposibles de ocultar ni minimizar. Y son casos que debieran interpelar no solo a los responsables políticos de la dispersión, sino también a otros entes sociales: instituciones de protección de la infancia o colegios profesionales sanitarios, por ejemplo.

Uribetxeberria, sin nada que perder

La situación de enfermo terminal de Iosu Uribetxeberria trascendió el pasado 27 de julio. Obviamente, la primera en saberlo fue precisamente Intituciones Penitenciarias, a través de la cárcel de León. El Gobierno del PP dejó claro que asumía esta situación cuando trasladó a Uribetxeberria a Donostia argumentando que debía ser atendido por los médicos que se hicieron cargo del caso cuando contrajo el cáncer en 2005. La defensa pidió inmediatamente su excarcelación por todas las vías posibles. Pero pasados ya dieciocho días, sigue preso, sin que haya motivo para la demora del Juzgado.

La gota que colma el vaso la pone la crueldad gratuita. Su hermano Jabi contaba entre lágrimas el domingo cómo tres ertzainas se habían entretenido con comentarios sobre lo poco que les importaba que muriera Iosu mientras subían y bajaban la persiana. Jabi Uribetxeberria recuperaba la entereza para recordar algo obvio: que en sus circunstancias terminales, el preso no tiene nada que perder («`a mí ya no pueden hacerme daño', nos dice») y lo único que quiere es que ningún otro preso enfermo que llegue a esa situación tenga que pasar por todo esto.

Erro, alejado cuando su madre moría

Iñaki Erro sufrió un infarto en enero, pero no solo no fue excarcelado, sino que se le mantuvo en la punta más alejada del mapa: Almería. Solo lo trajeron a Iruñea la pasada semana para despedirse de su madre. Pero lo más llamativo ocurrió el viernes: pese a que tres grupos parlamentarios navarros habían demandado que lo dejaran aquí y pese a conocerse que Pilar Zazu estaba al borde la muerte, Instituciones Penitenciarias decidió alejarlo a Almería cuanto antes, con mucha prisa y sin ninguna razón.

En el camino se produjo el fallecimiento, por lo que el preso fue llevado otra vez a Iruñea, en un viaje que ya nunca olvidará. A primera hora del sábado pudo acudir al cementerio. En realidad, Erro debió compartir los últimos meses con su madre en casa por un doble motivo: está gravemente enfermo y cumplió la condena en 2011. Y Pilar Zazu nunca debió pasarse su último cuarto de siglo recorriendo todo esto: Carabanchel, Alcalá, Herrera, Tenerife, Puerto, Valdemoro, Algeciras, Ocaña y Almería. Solo una vez, y breve, tuvo a su hijo Iñaki cerca, en Logroño.

Egibar, ni un abrazo a sus familiares

Estremece ver el estado en que quedó el coche de la familia de Mikel Egibar. Y no cuesta nada imaginar la situación que estará atravesando el preso donostiarra, con su mujer y sus dos hijos de 14 y 12 años ingresados con heridas graves en dos hospitales de Zaragoza. Los médicos adelantan que los tres tendrán que ser intervenidos y que la mujer, Mila, seguirá grave un largo tiempo, por lo que la situación familiar es muy compleja. En estas circunstancias, Etxerat denunció el domingo que a Egibar solo se le permitió visitar a cada uno durante diez minutos, sin poder darles siquiera un abrazo, con las manos atadas a la espalda y policías dentro de las habitaciones. Nada de esto hubiera sucedido si Egibar no hubiera sido condenado a nueve años y medio de cárcel por un proceso político como el 18/98. Ni tampoco si hubiera estado en Martutene.

[Fuente: Por Ramón Sola, Gara, 14ago12]

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