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10abr11


La gente huye de Abjadiya tras otro ataque de Kadafi


Cuando sonó el primer estruendo seco, la gente que estaba amontonada en la puerta de la guardia del hospital de Ajdabiya se agachó instintivamente como si sirviera para algo. Era un impacto de mortero, pero no era como el de todos los días. En un país donde siempre hay disparos, el sonido por alguna razón suele retumbar diferente cuando la cosa va en serio.

Después de ese primer golpe hubo una decena más también de cohetes y en el fondo el intercambio intenso de fuego de ametralladoras pesadas. La gente comenzó a correr a los autos o simplemente correr hacia donde están los árboles del jardín muy abandonado del hospital. Este enviado se parapetó junto a la camioneta que lo trajo. Adelante un médico con su delantal abierto y una ametralladora en los brazos apareció en el porche detrás de una ambulancia y no se sabía a dónde apuntaba. Los colegas que estaban con este enviado, se fueron amontonando en las calles internas donde se estacionan los autos, seguros de que salir de la ciudad iba a ser muy difícil. El tiroteo crecía. Tapaba las voces.

Ajdabiya es la ciudad más cercana a Bengazi, la sede del gobierno rebelde libio. Las fuerzas del dictador Muammar Kadafi han venido ganando toda la ruta desde Trípoli y llegaron ayer a la mañana a aquel poblado ganando otra importante batalla de este raro conflicto . Lo que sucedió fue un ejemplo claro de cómo viene esta guerra.

Por la mañana, el frente estaba a 40 kilómetros hacia el Oeste. Al mediodía hubo tiroteos en esa ruta desvestida de todo y los rebeldes escaparon hacia el lado de Ajdabiya sospechando una avanzada fuerte del ejército del régimen. No se equivocaron . Al rato comenzó un fuerte fuego en la puerta Oeste de esa ciudad. Y otra vez el escape de la gente rumbo al interior de la ciudad. En el hospital comenzaron a llegar heridos, uno de ellos un miliciano muy grave. “Tiene dos balazos que lo atravesaron de arriba abajo, y posiblemente le tocaron el corazón”, decía el chofer de este enviado, Muhammad Mahmud, un médico con estudios en Atlanta, EE.UU., y lo daba ya por muerto.

Clarín llegó al hospital antes de que se produjera el fuerte combate. Ya habíamos estado ahí muchas veces desde el inicio de esta guerra. Es un edifico viejo, maltratado, que quedó aún más golpeado en los días que las tropas de la dictadura tomaron la ciudad.

El médico Ayman Magdou muestra el lugar con las puertas rotas, los vidrios quebrados. “ Los equipos están descompuestos , no tenemos nada. Se llevaron todo salvo algo para emergencias”, explica. El lugar se ha convertido en una especie de enorme guardia que toma los pacientes y los deriva a Bengazi. Por los pasillos –algunos llenos de agua– aparece uno que otro civil. Hay un anciano en silla de ruedas contra una pared sin que nadie lo lleve y mujeres que parecen montañitas de ropa de tan tapadas que andan llevando a sus bebés también envueltos, y buscando alguien que se los cure. Es gente tan pobre que no puede escapar y ese sitio es el único que tienen para pedir ayuda.

Cuando salimos a la ruta, las columnas de humo negro suben desde la puerta Oeste donde se está desarrollando lo peor de la batalla . Dicen que fue una emboscada. Los “kadafos” –como llaman acá a las tropas oficiales– seguían combatiendo a 40 kilómetros, pero otros se fueron por los flancos a bordo de autos civiles y llegaron a Ajdabiya. Hace rato que la dictadura mantiene quietos sus blindados para evitar que la OTAN los destruya. Usa los mismos vehículos que los rebeldes, de modo que nadie duda que Bengazi debe estar llenándose de estos soldados enmascarados dispuestos a atacar .

En la ruta hay que volver a huir porque el tiroteo renace con potencia. Por las banquinas va gente llevando valijas al hombro que parecen reventar. Aparece en el cielo un helicóptero. Hay miedo, pero es uno de los que capturaron los rebeldes. Nadie sabe qué hace ese aparato ahí en el aire, en el frente. Parte de la gente que lo ve volar se ha ido de Ajdabiya. Se detienen para evaluar si pueden volver a sus casas. Así está Mohamed Magraut –un estudiante de 26 años– quien le dice a este enviado que no sabe dónde dormirá esta noche.

[Fuente: Por Marcelo Cantelmi, Clarin, Bs As, 10abr11]

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