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22ago10


'Los paraquitos'


En un municipio del Cauca, unas 30 mujeres crían hoy los hijos que les dejó la violencia. Allí crecen juntos, sin saberlo aún, los hijos de las víctimas y de sus verdugos. Este es uno de los grandes desafíos de la posguerra.

"Mi papá era policía". Así responde un pequeño de siete años que juguetea descalzo por los potreros de una vereda en el Cauca. Junto a él, otros cinco chiquillos se balancean en las ramas de un mango que por esta época solo da sombra.

En la vereda los chismes vuelan. Así ocurrió hace un par de años, cuando 'Pesadilla', un temido paramilitar, fue asesinado por desconocidos y la noticia llegó a oídos de este pequeño, quien a pesar de que sabía que era su papá, solo atinó a repetir lo que le oía decir a la gente: "Que alguien lo recoja y lo entierre".

Lo conoció por una fotografía que su mamá guardaba y en la que aparece vestido de camuflado, sosteniendo un fusil. De ahí dedujo que era policía. Nunca supieron su verdadero nombre.

Pero Andrés no es el único de la región que conoce a su padre por el alias. Le pasa igual a una hermosa negra que lleva una sonrisa en el rostro y sueña con poder terminar el bachillerato. A su padre lo mataron cuando tenía cinco años, hoy tiene 12 y lo que más recuerda de él es que "nunca dormía en la casa". Ella ignora que varios de sus compañeros de clase son huérfanos por cuenta de las andanzas de su papá. A él lo llamaban 'Libo' y era coordinador del grupo paramilitar de la zona.

Esa escena, en la que hijos de víctimas y victimarios se funden en la inocencia, no es exclusiva de esta vereda. En todo el municipio al menos una treintena de niños fueron concebidos por la guerra. El número puede ser mayor, dice Héctor Marino Carabalí, coordinador de la asociación que reúne a 380 víctimas del lugar. "No sabemos la cifra exacta porque muchas niñas prefirieron guardar silencio por temor a represalias", explica.

Algunas fueron víctimas de violaciones. Otras cayeron rendidas y hoy no saben si lo que sentían era amor o miedo. Una de ellas lleva tatuado un corazón con dos letras: N y C. La primera es la inicial de su nombre y la segunda el de su hijo que crece en otra vereda a la que se llega de milagro. En esa zona la tierra es rojiza y muchos nativos creen que se debe a la sangre que corrió durante la incursión paramilitar de 2000 a 2004.

En ese tiempo Éver Veloza, alias 'HH', llegó a la región con otros mercenarios, se instalaron en el colegio agropecuario y cometieron al menos 170 crímenes. "En cierta ocasión la comunidad debió rescatar con machetes y palos a una niña de primaria, de nueve años, a la que estaba violando un paraco", cuenta una profesora.

La joven del tatuaje perdió la cuenta de las tardes y noches en las que un hombre gordo, alto y mal oliente, que siempre vestía de camuflado, se metía a su cuarto para hacer con ella lo que le venía en gana. "Cuando se enteró de que estaba embarazada, no volvió", dice con la mirada clavada en la tierra tras recordar que les ordenaban dormir con las puertas abiertas. El hijo de ese "bastardo", como ella misma lo define, hoy tiene siete años y daría su vida por él. Para alimentarlo cultiva yuca y recolecta guayabas de potreros ajenos. Su pequeño estudia primero y sus mejores amigos son los huérfanos de las víctimas de su padre.

Pero él no es el único "paraquito" -como les dicen- en la familia. Un primo, también de siete años, tiene su misma historia. Le encanta estudiar y cuando le preguntan por su papá dice: "Está en el cielo". El papá combinó su oficio de asesino con el de galán y a media docena de jóvenes de la zona les dejó de a un vástago. "Mantenía con plata en el bolsillo y era buen papá", confesó otra de sus mujeres, con quien tuvo una niña que va a cumplir diez años.

Y así como estas, son muchas las historias en este pueblo del que se omite el nombre para proteger a los niños. Han pasado más de cinco años desde la desmovilización del Bloque Calima y nadie se ha interesado por la suerte de estos menores. Apenas ahora, cuando el municipio fue escogido como modelo de reparación, el asunto empieza a hacerse visible. El alcalde del pueblo dice: "Queremos que el tema de los paraquitos y sus mamás tenga atención especial". Él teme que con el paso del tiempo la situación se les salga de las manos.

El gobierno está a tiempo de evitar que en esa región crezcan niños con problemas como los que hoy padecen miles de los que nacieron como producto de la violación de mujeres de la tribu tutsi en Ruanda.

Por fortuna para los niños del Cauca, sus padres siguen siendo "policías que están en el cielo".

[Fuente: Revista Semana, Bogotá, 22ago10]

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