EQUIPO NIZKOR
Información

DERECHOS

15abr11


La hora de la infantería se acerca en Libia


Nadie se rinde ante un misil de crucero. Después de ocho semanas de ataques aéreos y bombardeos con cohetes, la alianza occidental anti-Khadafy comienza a comprender que ninguna guerra se gana por control remoto y que, tarde o temprano, requiere una intervención directa de la infantería en el teatro de operaciones.

Los primeros 57 días de hostilidades directas entre la OTAN y el régimen libio parecen demostrar que la operación Aurora de la Odisea es, prima facie , económicamente extenuante e incapaz de aportar resultados estratégicos significativos.

Los expertos estiman que ese conflicto consume -por lo menos- entre 15 y 20 millones de dólares diarios a la aliados de la OTAN. Semejante fortuna, sin embargo, no asegura ningún resultado decisivo. La coalición perturbó el sistema de comunicaciones libio; rápidamente inmovilizó en tierra la aviación de Muammar Khadafy y obtuvo el control del espacio aéreo. Salvo aterrorizar a la población, desorganizar los movimientos de las tropas leales al gobierno y destruir el complejo de Bab al-Azizya, donde reside el dictador, los bombardeos no afectaron la capacidad militar terrestre del gobierno ni provocaron bajas o deserciones en gran escala.

McGeorge Bundy -principal arquitecto de la intervención de la fuerza aérea en la Guerra de Vietnam- terminó por reconocer, en 1988, la escasa eficacia de los surgical airstrikes (‘ataques aéreos quirúrgicos').

La táctica de bombardeo por saturación, iniciada el 19 de marzo por la aviación y la artillería misilística de la OTAN, no se distingue demasiado de la doctrina de shock and awe (?golpe y pavor) que utilizó George W. Bush contra Irak en 2003. Pero Saddam Hussein no capituló hasta que las tropas ingresaron a Bagdad.

Las últimas dudas que quedaban sobre la eficacia de los bombardeos aéreos masivos fueron despejadas recientemente por Martin van Creveld. "Es imposible ganar una guerra moderna desde el aire", argumenta este historiador militar israelí nacido en Holanda, en su libro The Age of Airpower , que sería apropiado traducir como La era de la supremacía aérea . Van Creveld admite la ventaja táctica y psicológica que pueden aportar ciertas operaciones aéreas fulminantes, como las que realizó Israel en 1967 y 1973, pero ambas guerras fueron definidas por los blindados y la infantería.

Incluso los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, en 1945, fueron el último golpe -tanto militar como moral- de una serie de operaciones marítimas y terrestres iniciadas en agosto de 1942 en Guadalcanal. Los salvajes bombardeos de Londres en la Segunda Guerra Mundial tuvieron un altísimo costo humano, pero no alcanzaron para inclinar la cabeza del león británico. Al final del conflicto, los tapices de bombas que arrojaban cada noche los aliados sobre Berlín y las grandes ciudades alemanas provocaron 350.000 muertos, pero no inquietaron a Hitler ni a su régimen. La capitulación nazi la decidieron el Ejército Rojo y los soldados aliados.

El danés Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN, dijo ya lo mismo en otras palabras. "No hay solución militar en el conflicto libio", previno pocos días después de iniciadas las operaciones en Libia. Eso significaba que la única opción militar para expulsar a Khadafy del poder -el envío de una fuerza terrestre- resultaba impracticable.

Los aliados están atados de pies y manos por sus frentes internos, que no admiten sumar un nuevo conflicto a sus actuales intervenciones en Irak y Afganistán, y por la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU. Ese documento, extremadamente flexible, admite "todas las medidas necesarias" para "proteger las poblaciones civiles". Incluso acepta tácitamente la hipótesis de una intervención terrestre a condición de que no signifique el "despliegue de una fuerza de ocupación extranjera". ¿Cómo resolver esa contradicción?

Los dirigentes políticos no tienen ningún interés en buscar una solución para ese dilema. Incapaces de encontrar una fórmula honorable para salir con dignidad de Irak y de Afganistán, no quieren promover una nueva intervención de imprevisibles consecuencias.

En el fondo, los occidentales temen -con cierta razón- quedar atrapados en las arenas movedizas del desierto libio y, al mismo tiempo, enajenarse la opinión pública árabe en un momento crucial en que se está jugando el destino de las relaciones de Occidente con el mundo islámico. En ese contexto, los estrategas de la OTAN prefieren creer que los rebeldes -mal armados, desorganizados y sin conducción política ni militar- podrán hacer el trabajo que los políticos y los generales se niegan a realizar.

[Fuente: Por Luisa Corradini, Corresponsal en Francia, La Nación, Bs As, 15abr11]

Donaciones Donaciones Radio Nizkor

Libya War
small logoThis document has been published on 16May11 by the Equipo Nizkor and Derechos Human Rights. In accordance with Title 17 U.S.C. Section 107, this material is distributed without profit to those who have expressed a prior interest in receiving the included information for research and educational purposes.